Chile. El eterno retorno de la oligarquía

Por Cristian Martínez

El actual contexto político-institucional del país no tiene visos de mejorar, no al menos en el corto y mediano plazo. Lo que se pretendía con la Nueva Constitución era, en el fondo, poder descomprimir los dstintos conflictos que aquejan a la sociedad de un modo civilizado, a través del debate democrático sustentado en un texto que reemplazara la camisa de fuerzas que representa la Constitución de 1980.  Si bien el texto constitucional nos otorgaba una serie de derechos sociales, muchos de ellos generados paulatinamente a partir de 1925 y luego conculcados y arrebatados por la fuerza en 1973, también es cierto que era un texto maximalista y que era necesario revisar, pero no desechar ni menos arrojar al tacho de la basura, que fue lo que hicieron precisamente los representantes del rechazo y los dirigentes de los partidos de derecha y ultraderecha.

Pero, para ser sinceros, esta derrota no se gestó el 4 de septiembre de 2022, ni un año antes, en 2021, cuando la derecha comenzó con su campaña de desprestigio en contra de la Convención, ni siquiera con el fraudulento plebiscito de 1980 que estableció las reglas de convivecia que nos rigen hasta hoy. Lamentablemente, la oligarquía chilena viene horadando cualquier intento de mejora de país desde el 17 de abril de 1830 en el campo de Lircay, con el posterior derrocamiento del gobierno liberal del general Freire y sobre todo de la Constitución Liberal de 1828 (demasiado progresista para la época), y la instalación inconstitucional del nuevo orden autoritario liderado por Prieto y segundado por el comerciante Diego Portales. No por nada, la dictadura de Pinochet se veía a sí misma como una continuadora de la “Obra Portaliana”. Desde entonces hasta nuestros días, ha prevalecido la imposición ideológica de esa oligarquía y de sus herederos, los “dueños de Chile”.

Recordemos brevemente la etimología de este concepto (del griego ὀλιγαρχία (oligarchía); derivado de ὀλίγος (olígos), que significa «poco, escaso, reducido», y ἄρχω (archo), que significa «mandar, ser el primero». Es una forma de gobierno en la que el poder político está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social. En la Antigua Grecia se empleó el término para designar la forma “degenerada y negativa” de aristocracia (etimológicamente, gobierno de los mejores). Estrictamente, la oligarquía surgirá cuando la sucesión de un sistema aristocrático se perpetúe por transferencia sanguínea sin que las cualidades éticas y de dirección de los mejores surjan por mérito propio. A lo largo de la historia, las oligarquías han sido a menudo tiránicas, confiando en la obediencia pública o la opresión para existir. Aristóteles fue pionero en el uso del término como sinónimo de dominio por los ricos, para el que existe otro término comúnmente utilizado hoy en día: La Plutocracia. Porque, tal como se señala, durante toda nuestra historia republicana, y salvo contadas excepciones, nos ha gobernado una Aristocracia Degenerada, poco patriótica, egoísta, de pocas luces, poco ilustrada y solo interesada en llenarse sus bolsillos de forma rápida, donde la endogamia de la clase dirigente ha hecho de lo suyo. ¿Y cómo ha sido posible que esta elite con tan poco ética y poca inteligencia haya sometido a un pueblo por tanto tiempo? Simplemente, porque al igual que en 1830, maneja a las FFAA a su real antojo, y cada vez que la poblada se le rebela llama inmediatamente a los uniformados para que hagan el trabajo sucio.

Además, hay otro factor a considerar: no existe un “sujeto popular” uniforme y monolítico que se mueva con un mismo fin o ideología. Eso quedó demostrado en el plebiscito del 4 de Septiembre, donde una vasta población popular se volcó a votar en contra de la Nueva Constitución, votando con la misma oligarquía que los oprime y les niega sus derechos mínimos. Pero esto no debiera sorprendernos, ya lo advertía Tomás Moulián en los años 90 de la transformación del ciudadano en cliente o en “ciudadano credit-card”, muchos chilenos se contentan y prefieren ser parte del Mercado (viviendo endeudados con las tarjetas de crédito) que de la ciudadanía activa. Y solo recordemos el alto porcentaje de votación que obtuvo Pinochet en 1988, incluso entre las comunas y los barrios pobres.

Aún es pronto para poder desglosar los motivos que incidieron para que personas de escasos recursos votaran igual que sus patrones: descontento con el gobierno de turno, desconfianza generalizada hacia la política, la encarnación de la lógica neoliberal en todos los estratos de la sociedad, etc. Quizás en este caso serviría recuperar conceptos que Marx acuñó en su “18 de Brumario”, donde critica la amplia coalición que en 1851 conformó Luis Napoleón Bonparte junto con la alta burguesía, los monárquicos, el Partido del Orden y el lumpen-proletario con tal de bloquear las revueltas del proletariado parisino consciente de su clase: Los lumpenproletarios son personas que no aportan a la sociedad, que fácilmente son manipuladas por la élite que quiere manejar y proteger sus intereses. No aportan nada, pues no tienen nada ya que han sido excluidos del sistema de clases, desvalidos y desprotegidos por un sistema que o los reconoce como medios para fines o no los conoce siquiera. Sus condiciones de trabajo y de vida se ven conformados elementalmente por escenarios en los que son degradados, desclasados y no se hallan organizados dentro del proletariado urbano. Algo parecido fue lo que ocurrió con la amplia coalición  en favor del Rechazo, donde se vio desde grandes empresarios, políticos de la Concertación (Partido del Orden), rostros de TV y humildes dirigentes desclasados, y entre todos lograron su propósito de anular los cambios sociales anhelados por otros tantos millones.

Algunas voces señalan que es necesario realizar un profundo trabajo pedagógico de Educación Cívica para que estas personas retomen su conciencia de clase que les ha sido arrebatada por 40 años de neoliberalismo extremo. Si bien se comprenden esas buenas intenciones de querer salir a predicar la “buena nueva”, veo muy complejo que en un mundo tan hiperconectado se pueda siquiera convencer a alguien de que los mensajes que ve por RRSS (Tiktok, Facebook, Instagram, etc) son falsos, y que está siendo manipulado por un Gran Hermano que todo lo ve y todo lo oye, y que luego lo convence de votar de la mano con la oligarquía degenerada, porque a su pantalla de celular le llegó el rumor que la Nueva Constitución quería cambiar el “color de la bandera” o el himno nacional. Cualquier intent pedagógico en estas condiciones es un esfuezo banal, como salir a predicar al desierto.

Hoy nuevamente nos hallamos subsumidos en “el Peso de la Noche”, esa extraña pero cruda y realista metáfora de Diego Portales que explica el valor de la inmovilidad para el pensamieno conservador. Ese mismo conservadurismo que hoy plantea llamar a un nuevo proceso constitucional, una farsa constitucional de espaldas del pueblo, donde los expertos escogidos por esta oligarquía degenerada tomarán las riendas del proceso para dejar una Constitución de 1980 versión 2.0 casi intocable para los próximos 40 años.

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