Solidaridad con Palestina. De costa a costa, los estudiantes estadounidenses se rebelan y la policía militarizada aplica mano dura

por Luca Celada             

El miércoles por la noche, cuando se cumplían 200 días del inicio de la guerra [en Gaza], la situación en el frente interno estadounidense era de los más elocuente. Mientras se contaban los votos del nuevo paquete de financiación militar [destinado a Israel] en el Senado, se producían decenas de nuevas detenciones en la concentración de la Grand Army Plaza de Brooklyn, donde 3.000 judíos (entre ellos Nan Goldin y Naomi Klein) participaban en una sentada cerca de la residencia del líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer (el cargo institucional más alto ocupado por un político judío), que en ese momento supervisaba la aprobación del proyecto de ley.

Las imágenes de las noticias, una al lado de la otra, ofrecían una instantánea de unos Estados Unidos divididos, plenamente implicados ahora en las consecuencias de la política de apoyo a la continua e interminable matanza en Gaza, dirigida por un presidente que sigue pidiendo moderación (en este momento en relación con la ofensiva de Rafah) mientras le envía a Netanyahu nuevas remesas de bombas.

La misma esquizofrenia puede observarse en la cuestión del antisemitismo, que inevitablemente ha pasado a ocupar todo el centro de atención cuando se habla de las crecientes protestas universitarias. Desde su epicentro en la Costa Este -donde se han producido cientos de detenciones en Columbia, Yale y New York University (NYU)- las ocupaciones y protestas se han extendido desde Minnesota, Tennessee y California hasta prácticamente todos los estados. Su represión con mano de hierro está haciendo retroceder en el tiempo al país, lo que recuerda otras grandes protestas históricas y el papel que desempeñaron en momentos de profunda inestabilidad social, así como de progreso.

Las intervenciones policiales y la tolerancia cero se vienen justificando por la necesidad de garantizar la seguridad de los estudiantes, aun a costa de restringir su libertad de expresión, mientras que el supuesto «peligro» para los estudiantes judíos se amplía a un «malestar» genérico que puede aplicarse a cualquier expresión de solidaridad con Palestina.

Sin embargo, esta idea queda desmentida por el carácter pacífico de las ocupaciones. Esta semana, el Séder de Pésaj [la cena de la Pascua judía] se ha convertido en el principal instrumento de protesta, en el que la narración de la comida de liberación de Pésaj se vuelca hacia la solidaridad palestina (subrayando que la libertad de un pueblo no puede depender de la opresión de otro).

En estos días, esos rituales se han celebrado en casi todas partes dentro del movimiento, que desde el principio ha estado liderado por un fuerte elemento juvenil judío (como hemos visto en el circuito IfNotNow, que celebró un taller antirracista judío en Roma el 28 de marzo).

La imagen de estos rituales pacíficos choca fuertemente con la de «burbujas proterroristas» presentada por la derecha, que pide una militarización total, e incluso por parte de la Casa Blanca, que ha dicho que «los llamamientos a la violencia y a la intimidación física contra los estudiantes judíos y la comunidad judía» son inaceptables. Sin embargo, a pesar de las tensiones y de los escasos lemas con tintes antisemitas, no se han registrado agresiones en los cientos de ciudades donde han tenido lugar las protestas. Hasta la fecha, los incidentes de violencia avalados por pruebas son aquellos en los que las víctimas eran palestinas: los tres estudiantes asesinados a tiros en Vermont en enero y el niño de seis años apuñalado hasta matarlo en Illinois en octubre.

Una delegación de estudiantes de la Universidad de Columbia y de su campus hermano del Barnard College, que el miércoles se vieron amenazados con la intervención de la Guardia Nacional antes de que la administración universitaria diese un paso atrás y ampliara las negociaciones hasta el viernes, habló con la prensa antes del Seder: «El “Campamento de Solidaridad con Gaza” es un reflejo de la tradición judía de unión y liberación», declaró Sarah Borus, una de las estudiantes detenidas y suspendidas esta semana en el campus de Columbia. «Nunca me he sentido más orgullosa de ser judía que cuando me detuvieron y me sacaron del campus» junto con otros 107 estudiantes, entre ellos 15 judíos. “La equiparación de protesta y antisemitismo es una distracción de la matanza en Gaza”, añadió el día en que se descubrieron fosas comunes en Jan Yunis y nuevos ataques aéreos israelíes se cobraron la vida de víctimas civiles desarmadas.

La confusión manipulatoria de las protestas pacifistas con el antisemitismo es también antihistórica, si nos fijamos en el papel de los activistas judíos en coaliciones progresistas como la coalición por los derechos civiles de la comunidad afroamericana. El movimiento actual pretende reforzar esos lazos históricos. El martes, durante las primarias de Pensilvania, los activistas de IfNotNow colaboraron en la victoria de Summer Lee, una congresista negra y propalestina que se enfrentaba al desafío de un oponente financiado por los grupos de presión proisraelíes.

Mariann Hirsch, catedrática de Estudios sobre el Holocausto e hija de supervivientes de la Shoah, fue una de las firmantes, junto con muchos de sus colegas, de una carta de la Asociación de Profesores Universitarios de Barnard y Columbia en la que se condenaba «en los términos más enérgicos posibles la suspensión por parte de la Administración de los estudiantes que participaban en protestas pacíficas y su detención por el Departamento de Policía de Nueva York» y se exigía que «las suspensiones y acusaciones se desestimen inmediatamente y se borren de los expedientes de los estudiantes, así como que se les restituyan inmediatamente todos sus derechos y privilegios». Estas medidas tomadas contra los estudiantes, argumentan, «violan la letra y el espíritu de los Estatutos de la Universidad, el gobierno compartido, los derechos de los estudiantes y la obligación absoluta de la Universidad de defender la libertad de expresión de los estudiantes y garantizar su seguridad».

Muchos profesores aliados a las protestas han sido detenidos en los últimos días junto a los estudiantes; algunos han sido despedidos por administradores que habían sido amenazados a su vez con audiencias ante el Comité contra el Antisemitismo que pondrían fin a sus carreras. Todo ello se traduce en una atmósfera que recuerda al macartismo, con llamamientos a la autodenuncia y acusaciones de ser «compañeros de viaje» lanzadas contra supuestos simpatizantes de Hamás, al igual que se hizo contra quienes tenían simpatías comunistas hace 70 años.

Por encima de todo, las protestas en las universidades contra una sangrienta guerra colonial están obligando al país, una vez más, a enfrentarse cara a cara con su pasado. La represión de la libertad de expresión recuerda al movimiento por la libertad de expresión que surgió en Berkeley en 1964, con enfrentamientos con la policía y la ocupación del edificio presidencial, el mismo Sproul Hall rodeado hoy por el pacífico campamento de solidaridad Free Palestine. En el 68, ese movimiento se había ampliado a la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam y se había extendido a todas las universidades de los Estados Unidos, y en Columbia se producirían algunos de los enfrentamientos más encarnizados con las autoridades. En abril de ese año, la policía realizó más de mil detenciones en el campus.

Al mismo tiempo, en California, la represión del movimiento fue lo que levantó la carrera de un joven gobernador llamado Reagan, y los disturbios en la Convención Demócrata de Chicago contribuyeron a la campaña de ley y orden de Nixon y a su victoria en las urnas. En una sorprendente coincidencia, el partido de Biden volverá a reunirse en Chicago este año para intentar unificar a una base que está igual de dividida.

Para los manifestantes, la lección que hay que aprender del pasado no debería ser «no pasarse con el pacifismo», como algunos han sugerido. Por el contrario, debería consistir en tomar nota de la madurez cívica y política que se desarrollaría a partir de aquellos acontecimientos. Por ejemplo, en los años 80, el movimiento estudiantil se aglutinó en torno a la exigencia de retirar el apoyo al régimen sudafricano del apartheid. Tras años de lucha, 155 universidades acabaron sumándose a la iniciativa.

Ese es también el objetivo de este movimiento, con el telón de fondo de unas elecciones presidenciales extraordinariamente inciertas y desalentadoras, y de una aceleración reaccionaria mundial.

Fuente: il manifesto global, 26 de abril de 2024

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