Se verán horrores. No es casualidad que Elon Musk armara su espectáculo de la compra de Twitter antes de las elecciones intermedias en Estados Unidos. Es difícil de tragar que el sudafricano se comporta como Atila sólo por simpatías hacia el probable candidato republicano a las elecciones de 2024. La trama de fondo aquí no es la afición a Trump; él es el Trump de Silicon Valley.
No es nueva la idea de que estos dos provienen del mismo tronco ideológico. Hace cuatro años, después de un exabrupto de Musk –llamó pedófilo al buzo que salvó a 13 niños tailandeses atrapados en una cueva–, el periodista Bret Stephens, de The New York Times, pidió a los lectores que identificaran al personaje:
“Tiende a erupciones desquiciadas en Twitter. No soporta las críticas. Abomina los medios por sus supuestas mentiras y amenaza con crear un aparato estalinista para controlarlos. Consigue que…
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