por Paco Peña
La fuerza militar privada constituida por la brigada Wagner, al mando de la cual se encontraba Eugenio Prigochín, proveedor oficial del ejército y de otras entidades estatales rusas ha tenido un fin wagneriano digno de la Caminata, que no de la Cabalgata de las Walkyrias, luego de mantener durante dos días en ascuas a las autoridades de Moscú y en vela y al acecho a Washington y sus súbditos de las capitales europeas.
Creada por E. Prigochín en 2014 fue adquiriendo cierta autonomía y sirvió a su vez como fuerza de intervención en teatros exteriores, particularmente en el Cercano Oriente y Africa. Ha sido financiada por el erario ruso, como lo ha admitido recientemente Vladimir Putin. No es la primera vez que se asiste a la autonomización de una fuerza armada privada. Existían precedentes como fue el caso de la empresa Blackwater, aparecida durante los años de la intervención militar estadounidense en el Medio Oriente y monitoreada por el departamento de Estado norteamericano y que fue creada en 1997.
Otros tipos de organizaciones armadas toleradas, cuando no creadas por diversos Estados, han existido en Europa y algunas han subsistido hasta hace muy poco tiempo, pero estaban rígidamente bajo las órdenes de sus respectivos Estados.
De alguna manera, aún si está bajo la potestad del ejército galo, la llamada Legión Extranjera francesa (fundada en 1831 bajo Luis Felipe) es una lejana reminiscencia de la antigua institución y práctica de los “condottieri” que existieron en Europa desde la Baja Edad Media, quienes ponían sus espadas al servicio de príncipes o monarcas extranjeros, por un salario, botín o prebendas. El Tercio español, creado en el siglo XVI y cuya existencia durará hasta 1704, luego que su áurea de invencibilidad declinara definitivamente desde la derrota de Rocroi (1643) ante las fuerzas francesas del duque d’Enghien. Derrota magistralmente novelada por Pérez Reverte en “Alatriste”.
El Tercio español reaparecerá bajo otra forma en 1920, y en su “renacimiento”, tuvo una gran participación Millán Astray y Francisco Franco. Todas las instituciones armadas antes mencionadas se mantenían en el marco de una rígida disciplina y fidelidad a sus estandartes.
Por eso resulta curiosa la autonomía adquirida por Wagner y la rebelión a la que dio lugar luego de los fuegos de San Juan.
Su jefe, E. Prigochín no es un militar de formación y su dudoso pasado debió alertar a las autoridades rusas, sobre todo a los mandos superiores de las FFAA de la Federación de Rusia. Prigochín y sus hombres dieron pruebas de bravura en diferentes episodios del conflicto con Ucrania, en Mariopol y Bakhmut, al lado de las tropas del ejército regular.
Desde hace algunos meses había expresado públicamente críticas a la conducción de la guerra o la llamada operación especial, bajo la dirección del ministro de Defensa Serguei Choigu y el general Valerio Guerassimov, culpables según el jefe de Wagner de sacrificar hombres innecesariamente.
Durante semanas se oyó a Prigochín quejarse de falta de municiones e implementos militares, pero progresivamente las críticas públicas rebasaron el ámbito estrictamente operacional, lo que ya es algo inconcebible en un ejército como el ruso, donde la verticalidad del mando era, se decía, indiscutible. La OTAN y sus súbditos de la UE y los anglosajones acechaban con la secreta esperanza de que este acto de indisciplina pasara a mayores y que fuera el embrión del principio del fin del régimen ruso.
Finalmente, en 24 horas, la jefatura del ejército y el Presidente Putin restablecieron el control sobre esta fuerza, que había ocupado sin disparar un solo tiro la ciudad de Rostov, aparte del hecho de haber abatido -en un obscuro episodio- durante su Caminata hacia Moscú varios helicópteros artillados. Calificando duramente la acción desencadenada por Prigochín, Putin habló de traición y de puñalada en la espalda, con las consecuencias que es lógico suponer cuando un jefe militar de dicho rango en un país en guerra es así calificado.
Con todo, muchas zonas obscuras subsisten aún en el desenlace de la rebelión y el tiempo se encargará de aclararlas.
Sin embargo, comentaristas y gobiernos que apoyan a Rusia han sido, nos parece, más papistas que el Papa y junto con manifestar su solidaridad y satisfacción por el fin feliz que ha tenido para el régimen este acontecimiento, fin al cual evidentemente adherimos, evitando, se dice, el espectro de una guerra civil. Se ha hablado entonces que V. Putin ha salido reforzado de la prueba, que el régimen demostró su robustez y que está en buen pie para proseguir y tal vez poner término a la “operación especial” que ya lleva más de 16 meses. Dicha solidez nos obliga a estampar una breve acotación.
Es evidente que V. Putin cuenta con el apoyo de los mandos del ejército y de la parte mayoritaria de la población, sin embargo, la rebelión puso en evidencia que el régimen había demostrado cierta febrilidad y había trastabillado.
Ahora bien, uno de los asuntos centrales que entran en la comprensión de la cuestión del poder es el de la detención inequívoca, intransable e indelegable por parte de un Estado o de un gobierno, del monopolio del uso legítimo de la violencia. Todo poder sabe o debería saber que en ello se juega su razón de ser, su perennidad. De ahí que la violencia legítima y su uso es una prerrogativa no negociable para todo Estado. Por ello, siempre nos ha sorprendido lo que ha ocurrido en Rusia, es decir que desde hace años haya existido una fuerza militar autónoma que estuvo al origen de los acontecimientos que tuvieron su clímax y feliz desenlace luego de las fogatas de San Juan.
Paco Peña París Junio de 2023.









