
por Henri Guillemin
“La Historia siempre le hizo la corte a los poderosos…”
Víctor Hugo
Introducción
Al llegar a Francia, a fines del año 1975, venía yo lleno de curiosidad y ansias de conocer a fondo este renombrado país. El encuentro con su realidad no estuvo exento de sorpresas, una de las cuales se produjo cuando se me ocurrió visitar el monumento a Robespierre.
París está llena de monumentos. Mejor aún, París ES un monumento. Impulsado por la imagen de la Revolución Francesa que albergaba en la memoria desde la adolescencia, ingenuamente pregunté en qué sitio se encontraba el que honraba al famoso Jacobino…
La respuesta me dejó lelo: no hay monumento a Robespierre. Ni a ninguno de sus compañeros más cercanos. Ni siquiera a los Jacobinos, sector político que jugó el papel que todos conocemos en el fin de la monarquía y el nacimiento de la República.
Peor aun, las muecas que advertí en la cara de las personas que interrogué… eran la expresión de un claro y pronunciado disgusto provocado por la simple evocación del joven abogado originario de Arras.
Tiempo después, la necesidad de desplazarme hacia los suburbios de París, hacia la banlieue, otra banlieue distinta de aquella en la que habitaba, me permitió descubrir que en la Línea 9 del Metro, en la comuna de Montreuil, hay una Estación bautizada Robespierre.
Montreuil, comuna proletaria, plebeya, en la que viven mayormente familias modestas y cuyo alcalde era comunista (aún lo es hasta el día de hoy).
Meritorio tributo a Maximilien de Robespierre que él mismo no hubiese desdeñado, en medio de aquellos que defendió al precio de su vida, lejos de los opulentos barrios que ocupan los descendientes de quienes le asesinaron.
Para mí, no obstante, una suerte de renuente reconocimiento, como escondiendo ropa sucia detrás de la puerta, es lo que podemos hacer por Robespierre el sanguinario, confórmate con eso, baja la cerviz y saluda. La Estación Robespierre, como queda dicho, está en la Línea 9 del Metro de París, inaugurada hace poco más de un siglo, el 8 de noviembre de 1922.
Los más célebres historiadores galos, Michelet y Gaxotte entre otros, se dieron maña, -a partir de lo que pudiésemos llamar una versión oficial-, para emporcar la imagen de Robespierre, asociada para siempre y de manera inseparable a la guillotina, a las ejecuciones sumarias, a la sangre corriendo a raudales.
Es la versión que le han transmitido a generaciones de niños y jóvenes en escuelas y liceos, y a los adolescentes que frecuentan las universidades. Esa que han tarareado en sus libros algunos distinguidos miembros de la Academia Francesa, hay distinciones que se adquieren, sinónimo de compran, o sea que tienen un precio, dicho sea con todo irrespeto.
Afortunadamente, meritorios autores se alzaron contra la condena y, al precio de un trabajo de benedictinos, examinaron cientos de miles de textos, actas, informes, juicios, mensajes, correspondencias, notas de prensa, archivos y otras fuentes para ofrecer otra imagen del papel que jugaron Robespierre y los Jacobinos, así como de lo acaecido durante la Revolución Francesa.
Entre ellos se alza la notable figura de Henri Guillemin.
Henri Guillemin nació en Mâcon (provincia de Saône-et-Loire, Región Bourgogne-Franche-Comté) el 19 de marzo de 1903. Alumno de la Escuela Normal Superior, obtuvo en 1932 una Agregación en Letras. Profesor en diferentes universidades francesas, tuvo que refugiarse en Suiza en 1942, cuando la Ocupación nazi durante la II Guerra Mundial: Guillemin fue uno de los intelectuales que adhirió a la Resistencia. En Suiza mantuvo hasta el fin de su vida lazos privilegiados con Neuchâtel.
En 1945, a la Liberación, Henri Guillemin fue nombrado consejero cultural de la Embajada de Francia en Berna. Luego, de 1963 a 1973, fue profesor en la Universidad de Ginebra.
Especialista del siglo XIX, fue toda su vida historiador, crítico literario, polemista y un prolífico escritor. Fue sobre todo un iconoclasta en búsqueda de la verdad que oscureció algunos mitos con sus revelaciones sobre Alfred de Vigny y sobre Napoleón. Pero que también rehabilitó algunos personajes injustamente olvidados como Jean-Jacques Rousseau, Émile Zola y, -es el tema del texto que sigue,- Maximilien de Robespierre.
Sus conferencias en la TV francesa, suiza, belga y canadiense, así como las que pronunció en las universidades de Montréal y Suiza, fueron memorables.
Henri Guillemin, un hombre justo, fue un cristiano decididamente anti-clerical, situado políticamente -como él mismo proclamaba- en la extrema izquierda, como lo había sido su mentor intelectual, el también cristiano Marc Sangnier.
Guillemin afirmaba:
“Un hombre de izquierda es el que no admite de ningún modo el poder omnímodo del dinero… Es alguien que está en insurrección contra el hecho de que estamos poseídos por una organización internacional, que Ud conoce perfectamente, y que hace que el hombre cree ser libre, en fin, en nuestra democracia occidental, pero no lo es… El hombre de izquierda es quien lucha contra la hegemonía y el poder omnímodo del dinero.”
El inmenso, el admirable Henri Guillemin, falleció el 4 de mayo de 1992, en Neuchâtel.
El efecto que produjo en mí escuchar su conferencia sobre Robespierre -pronunciada en Suiza el 12 de febrero de 1970- fue tan intenso, que busqué la transcripción en lengua francesa, la verifiqué y la corregí escuchándola repetidas veces con el sano propósito de establecer tan exactamente como fuese posible la versión original. La traduje al castellano y la edité, para difundirla tan ampliamente como me fuese posible.
Al hacerlo creo estarle restituyendo muy parcialmente a este bello país, que ahora es el mío, un poco de lo mucho que recibí de él. Además, la figura real de Robespierre surge con una modernidad inimaginable e ilumina con una esclarecedora luz la realidad que vivimos hoy, en Francia, en Europa y en Chile, mi país de origen.
Last but not least, dar a conocer el trabajo de Henri Guillemin, ese gigantesco intelectual algo olvidado en esta Francia tan distante de otras épocas épicas, es algo que me parece no solo necesario sino imprescindible.
Luis Casado
Blennes (Seine-et-Marne), enero 2024
Conferencia de Henri Guillemin sobre Robespierre 12 de febrero de 1970
(Nota: todos los nombres conservan su ortografía francesa)
Nuestra asociación del personal se complace en dar la bienvenida nuevamente al Sr. Henri Guillemin. Hace tres años nos cautivó con el Asunto Dreyfus, que sacudió a Francia en el siglo pasado.
Uno de los temas que conmocionaron a Francia y yo diría incluso a Europa.
Me parece que es un insulto presentarle, todos le conocéis porque ya estuvo aquí antes. Y para los que siguen sus conferencias en la pequeña pantalla (TV), le daré la palabra enseguida.
¿Me pongo ahí, delante?
No, no, puede pasearse.
¿Y esto entonces, qué hago con esto? ¿Lo dejo así?
Sí, puede dejarlo así.
Bueno. Y bien… la imagen tradicional de Robespierre vosotros la conocéis.
En fin, tal como la conocí yo mismo en los libros de Louis Madelin, que hacía autoridad cuando yo era estudiante: la imagen de un incorruptible, por supuesto, pero al mismo tiempo una especie de bedel agrio, en fin, un fanático frío, una especie de patán guillotinador si se quiere.
Entonces, inmediatamente, se le oponía el rostro de Danton, diciendo: «Sí, desde luego, es menos incorruptible, pero Danton es sin embargo el hombre de la «audacia, más audacia».
“Es un hombre que irradiaba calor humano. Mientras que ese hombrecillo pulcro pero con las manos ensangrentadas, ¡qué horror!”
«Manos ensangrentadas», eso me hace pensar en la imagen que vi al entrar, donde el nombre de Robespierre va acompañado de sangre que fluye…
Entonces, ¿es exactamente así como hay que verlo? No estoy seguro. Y puedo decir que desde hace algunos años esta vieja imagen ya se modificó bastante.
Fue Mathiez, el primero, que era el gran rival de Aulard, ya sabéis, en la Sorbona, Mathiez, y después de él el señor Soboul, que tiene el mismo nombre de pila: Albert Soboul.
Jean Massin, que escribió un muy buen Robespierre.
Y luego, muy recientemente, en fin, hace dos años creo, Max Gallo, que también presentó un Robespierre cuya fisonomía está modificada con relación a la imagen tradicional.
Pues bien, intentaré mostraros a Robespierre tal como yo lo veo.
Para ello, primero hay que mirar lo que es el movimiento de 1789, para ver la inserción de Robespierre.
Y bien, la cosa importante que hay que decir, una cita de Michelet… Michelet que es un gran escritor, pero mi estima por el historiador no ha cesado de caer; Michelet afirma lo que sigue:
«Lo que importa saber es hasta qué punto las ideas de interés fueron ajenas al movimiento del 89″…
E incluso añade, sí: «la revolución fue desinteresada, ése es su lado sublime»…
Yo ya no me creo nada de eso.
Veamos, ¿qué ocurrió realmente en el siglo XVIII?
La formación de una nueva clase. La llamaremos, si os parece, la riqueza mobiliaria.
Hubo esa gran expansión económica en el siglo XVIII, como vosotros sabéis.
Así, se había constituido una clase de financieros, de industriales, de banqueros.
Esas gentes representaban realmente una muy gran parte de la fortuna francesa.
Ahora bien, veían, como diríamos hoy, que las palancas del poder estaban únicamente en manos de la aristocracia.
Por lo tanto, esas gentes deseaban afirmarse.
Y tenían un teórico, que se llamaba Barnave, que era un abogado del Dauphiné, cliente de la familia Perrier (los Perrier eran grandes industriales de la región), y Barnave pronunció en el año 1790 una frase muy importante, que creo que me sé de memoria:
«Una nueva distribución de la riqueza requiere -es decir, exige- una nueva distribución del poder».
Dicho en otras palabras: nosotros, que somos muy importantes en Francia, queremos tener nuestra parte en la gestión de los asuntos públicos.
La oportunidad que se le presentará a esta nueva clase, es la situación financiera francesa en 1789: la bancarrota inminente.
Y había dos razones para la bancarrota, que son las siguientes: una muy famosa, la otra menos.
La razón célebre, era que había parásitos que no pagaban impuestos, ¡precisamente lo que llamaban los privilegiados! es decir, la aristocracia y el clero.
Pero en segundo lugar hay que pensar también en la política financiera de los reyes de Francia, sobre todo de Louis XV y de Louis XVI.
Una política de endeudamiento permanente.
Cuando la Francia de Louis XVI decide apoyar a los insurgentes de América, que darían lugar a los Estados Unidos, hace falta dinero en efectivo para hacer la guerra.
Necker, suizo, ya lo sabéis, «al servicio de Francia», Necker dijo: «¡Todo el dinero que Ud. quiera!”
Naturalmente, se pidieron créditos enormes. Y debo decir, entre paréntesis, que Necker se beneficiaba personalmente porque fingiendo desinterés, en ese momento, ya no ser banquero, presta a tasas de hasta el 14% al Estado francés.
Interesante, ¿no?, un ministro de finanzas que se remunera al 14% personalmente…
Es lo que le permitirá luego comprar el Château de Coppet.
Por tanto, en 1789, la situación era la siguiente.
La mitad, -lo que voy a decir es verdad-, la mitad del presupuesto de gastos franceses se destinaba al pago de la deuda. Situación eminentemente malsana.
Así, vosotros podéis imaginar que esos industriales, esos grandes personajes, esos notables, no van a hacer ellos mismos la revolución y salir a las calles.
Necesitan un ariete. El ariete ya está ahí, es la plebe, el populacho.
Si leéis un libro divertido, que no quisiera serlo pero lo es a cabalidad, un libro del señor Gaxotte, de la Academia Francesa, leeréis esta sorprendente frase:
«En suma, en 1789, el conjunto (de la población. N del T) era acaudalado.”
Os aseguro, es maravilloso pensar, ¡el conjunto era acaudalado!
Luego, ya veis, cuando se pasa a las cosas serias, alguien que Dios sabe que no es comunista, me refiero al señor Edgar Faure (1), que escribió un muy buen libro sobre la caída de Turgot, y que tiene esta frase muy importante, un hombre que sabe de lo que habla:
«Es cierto, la riqueza francesa, la riqueza nacional de francesa creció mucho en el siglo XVIII, y esto condujo -escribió Edgar Faure- a que los pobres fuesen cada vez más pobres.”
El Sr. Godechot, que creo que sigue siendo Decano de la Facultad de Letras de Toulouse, que escribió en una importante colección titulada «Las treinta jornadas que hicieron Francia», que escribió El 14 de Julio, nos aporta algunas cifras.
De modo que voy a daros algunas de esas cifras.
El trabajador, en ese momento, ¿qué era?
Es el trabajador del campo, sobre todo jornalero. Pero había también más trabajadores urbanos de lo que se piensa. Ya había concentraciones industriales.
En fin, el trabajador del campo o el trabajador urbano, gana unos 20 soles al día en el siglo XVIII.
20 soles, en el poder adquisitivo actual, unos 4 o 5 francos suizos (3 a 4 euros).
Esa gente gana sus 20 soles solamente cuando trabaja, claro.
Pero está el domingo, y muchos días festivos no laborables.
De modo que esta gente gana sus 20 soles cuando trabaja, unos 320 o 330 días al año.
¿De qué se nutren? Ante todo comían lo que se llamaba «la hogaza».
La hogaza de pan, no se hablaba de kilo en esa época, eso hacía una hogaza de 1 kilo.
Esa hogaza de pan costaba 40 céntimos. 40 soles, bueno, digamos 40 céntimos, en 1750.
El precio seguiría subiendo. Pasó de 10 soles a 12 soles, a 13 soles…
Y no es casualidad que el 14 de julio, es decir el día de la toma de la Bastilla, de la que hablaré, es también el día en que el precio de una hogaza de pan es el más alto, 14 soles.
De modo que, como hay que comer todos los días aunque no se trabaje todos los días, ved la situación de la gente que ya gasta 14 soles para comer, que gana 20 soles cuando trabaja.
Entonces, ¿qué les queda para su habitación o para su hogar, o para su ropa?
Así que estas personas son muy infelices. No es sorprendente que en el año 1788 hubiese bastante alboroto, disturbios, pequeñas insurrecciones, miseria.
En abril de 1789 los Estados Generales no se reunieron, se reunirán el 5 de mayo.
En abril de 1789, en París, hubo una muy violenta insurrección conocida como la «revuelta de Nochevieja» en el barrio de Saint-Antoine, un barrio obrero, donde se llamó a la tropa y donde hubo unos 150 muertos.
Esto para deciros que había ahí un ariete totalmente disponible, es decir pobres que morían.
Los notables, que se reunieron primero en Versalles, y luego en París, ya sabéis, es la Asamblea llamada «Constituyente» ahora, los Estados Generales, que se convirtieron en Asamblea Constituyente, estiman que todo va bien.
El rey, en efecto, había retrocedido, se podrá hacer una Constitución.
Y por consiguiente, esos notables, es decir, la riqueza mobiliaria, tienen la impresión de haber ganado.
Cuando, bruscamente, el 12 de julio de 1789, el rey da marcha atrás, destituye a Necker que estaba en el poder y, siendo él mismo financiero, favorecía a los financieros.
El rey destituye a Necker y lo sustituye por un gobierno que llamaremos de extrema derecha, con Breteuil.
Situación dramática. Esta vez la burguesía parisina, la gran burguesía, la burguesía parisina de negocios, decide lanzarse -no ella misma, desde luego- sino lanzar al pueblo contra la Bastilla, que era el símbolo mismo de la autocracia.
Se armará al pueblo. Es muy temible, ¿Eh?, y es en la jornada del 13 de julio de 1789 que abrirán los Inválidos, donde había 30.000 fusiles, cañones y pólvora, y le distribuirán armas al pobrerío.
Se notará, por ejemplo, que dos suizos muy importantes, el banquero Pergaud y otro banquero ginebrino llamado Delessert, (Pergaud es de Neuchâtel) están entre las personas más incandescentes, que recogieron fusiles y se los distribuyen a la gente que pasa delante de sus casas.
Está Boscari, que es Agente de Cambio y futuro miembro de la Asamblea Legislativa, que tampoco va a luchar, -no es muy decoroso-, pero distribuye fusiles.
Entonces, ¡ya está!, el 14 de julio el rey dio marcha atrás, vuelve a llamar a Necker, ¡ganamos!
¡Ojo! Ganamos corriendo un gran riesgo: hemos armado a la plebe.
¿Qué es lo que hará con esos fusiles?
De modo que hay que quitarle esos fusiles.
Y encontraron un truco admirable, en efecto, que tendrá éxito enseguida.
Le habían distribuido gratuitamente esos fusiles a la plebe. Se los recomprarán por 40 soles.
De modo que la mayor parte de los fusiles volvieron. Comprended, la gente había recibido un fusil por nada, se le dice que si devuelve el fusil recibe 40 soles… Devolvieron el fusil.
En los tres ejércitos, como temían que esto les diese malas ideas, constituirán inmediatamente, el 15 de julio, lo que al principio llamaron una Milicia Burguesa.
Luego el término pareció demasiado claro, la llamarán Guardia Nacional. La Guardia Nacional será un ejército supletorio para mantener tranquilos a los pobres.
Y esta Guardia Nacional se creó en París, y se creó también en las provincias.
Ahora, como hizo Regallier, van a redactar una Constitución.
Se anunció que todos los franceses se convertían en ciudadanos.
Pero el abate Sieyès hizo aceptar una constitución que dividía a los franceses en dos clases.
Estaban los que pagaban impuestos y los que no.
Todos se llamarían ciudadanos, -para reírse-, pero habría ciudadanos activos y ciudadanos pasivos.
Es una obra maestra del humor negro llamar pasivo a un ciudadano, ¡ya que un ciudadano pasivo es alguien que no tiene derecho a voto!
De modo que, en resumen, sólo los propietarios o los propietarios de algo -aquellos que tienen un poco de dinero- tendrán derecho a voto.
Eso es «la Constitución».
Además, la ley Le Chapelier de mayo 1791 prohíbe, bajo pena de cárcel, que los trabajadores -asalariados, como ya se decía- se unan para, cito, «aumentar el precio de su trabajo».
Se prohíbe unirse para subir el precio del trabajo, es decir: le está prohibido a los asalariados, a los proletarios, defender sus intereses.
Y como el 17 de julio de 1791, los ciudadanos pasivos interfirieron en lo que no era asunto suyo, cuando ese día, tras la huida del Rey a Varennes, exigieron la deposición del Rey, había unas 100.000 personas reunidas en los Campos de Marte para firmar un registro, donde los Cordeliers, que eran de extrema izquierda, habían presentado una petición para la deposición del Rey; La Fayette, jefe de la Guardia Nacional, la Guardia Burguesa, y Bailly, alcalde de París, dispararán contra ese pueblo sin previo aviso.
¿Sabéis?, es una fecha, este 17 de julio de 1791, que habría que escribir en caracteres rojos en los libros, al menos tan grandes como los del 14 de julio.
El 17 de julio de 1791, sin previo aviso, harán dispararle al pueblo porque se entrometía en asuntos que no le incumbían pidiendo la destitución del rey.
Nunca se sabrá el número exacto de personas asesinadas.
Probablemente cerca de mil.
Esa es una lección ofrecida al populacho que quería inmiscuirse en la gestión de asuntos nacionales, que le corresponden solo a los propietarios.
En resumen, los constituyentes son volterianos. Comprendedme bien, no hablo en absoluto de Voltaire en el sentido religioso.
Hablamos de él todo el tiempo, pero olvidamos que Voltaire tenía una cierta doctrina política.
Y Voltaire había afirmado la siguiente doctrina:
«Un país bien organizado es aquel en el que los menos hacen trabajar a los muchos, son alimentados por ellos, y los gobiernan».
Esa es la moral de los mantenidos. Y bien, es la moral de la Constituyente.
Hubo un señor que no estuvo de acuerdo. ¡Sólo uno! ¡Sólo uno!
Un pequeño abogaducho de Arras, llamado Maximilien de Robespierre.
Fue el único en la Constituyente que protestó.
¿De dónde sale? Es un joven de mala suerte, que perdió su madre muy pequeño. Cuando tenía 9 años su padre desapareció, se dijo que se fue a morir Munich, no se sabe nada.
Se cree que partió con una mujer. En cualquier caso, este pequeño Robespierre de 9 años era cabeza de familia, porque hay detrás de él dos hermanas y un niño que en familia llaman «bombón», y que en realidad se llama Augustin.
La suerte de Maximilien de Robespierre es un tío paterno que le conseguirá una beca del obispo de Arras. Es con dinero eclesiástico que hará sus estudios.
Estudios en el Colegio Louis le Grand, buenos estudios, buen trabajador, quiere estudiar Derecho.
Y a los 23 años, tomará la sucesión, -después de un intervalo-, la sucesión de su padre, que había sido abogado en Arras.
Tenemos algunos dibujos de este muy joven Robespierre.
Tiene una figura saludable, lozana, a los 23 años parece un niño.
Tiene ojos algo cándidos, y una nariz respingona como Talleyrand.
No es especialmente antipático ni simpático, de hecho es común y corriente.
Es un chico que no es insociable, que va a los bailes, galante como todo el mundo.
Pero se burlan un poco de él porque tiene una pasión: todo el tiempo habla de Jean-Jacques Rousseau.
No del Rousseau de las Confesiones o de la Nueva Eloísa, sino del Jean-Jacques del Contrato Social.
Está loco por Jean-Jacques, vive de Jean-Jacques, lo conoció y se lo cuenta a todo el mundo.
Había nacido en 1758, y Rousseau murió en 1778.
En 1778 Robespierre aún era estudiante en París.
Rousseau no estaba lejos, en Ermenonville, viviendo donde el marqués de Jardin, lo sabéis.
Y el pequeño Robespierre le había pedido audiencia.
Bueno… ¡Jean-Jacques Rousseau aceptó ver a este muchacho!
No creo que dijera nada sublime, pero, en fin, habló con él.
Entonces Robespierre decía: «¡He visto a Jean-Jacques Rousseau!”
La gente se sonreía un poco.
Pero sonreirá menos cuando verá un cierto panfleto, como se dice hoy, que Robespierre había distribuido a fines del año 1788 cuando fue candidato a los Estados Generales, candidato del Tercer Estado.
Os voy a leer, este texto es muy corto, la frase esencial os la voy a leer despacio. Es del Robespierre de 1788:
«La mayor parte de nuestros conciudadanos -la mayor parte- está reducida por la indigencia a ese grado supremo de humillación, en el que el Hombre, ocupado únicamente en sobrevivir, es incapaz de reflexionar sobre las causas de su miseria y de los derechos que la naturaleza le ha dado.»
Es terrible pedir eso, y decirle a la gente: ¡reflexionad sobre las causas de vuestra miseria!
Vosotros sois explotados, sois desdichados, ¡tomad consciencia!
Se comprende que era aterrador. Un hombre que dice cosas así se hace notar inmediatamente.
Y va aún más lejos, en la tribuna pronunciará una palabra terrible.
Hablará de hipocresía, ¿me entendéis?: de hipocresía- con relación a la Declaración de los Derechos del Hombre.
¿Por qué? La Declaración de los Derechos del Hombre, aprobada por unanimidad, tenía como Artículo principal, lo sabéis, es citado a menudo:
«Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos».
Era la gran frase de la Declaración de los Derechos del Hombre.
«Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales ante la ley».
Entonces Robespierre dijo:
“Todos votamos por eso, pero ¿cómo lo aplicáis? ¿Igualdad? ¡No la veo la igualdad!”
“Esos hombres que son todos iguales… ¿entonces porqué habéis distinguido a los franceses en dos grupos: ciudadanos activos y ciudadanos pasivos, según su dinero?”
¿Son todos libres? También hay ciudadanos negros porque Francia aún tenía en ese momento algunas colonias, sobre todo en las Antillas.
Robespierre había pedido la abolición de la esclavitud.
El lobby colonial, que era extremadamente poderoso en la Asamblea Constituyente con La Fayette, entre otros, que era absolutamente opuesto, la Constituyente mantuvo la esclavitud.
Y Robespierre decía:
Es hipocresía decir que todos los hombres… ya que a los hombres negros queréis dejarlos en la esclavitud.
Y además hay otros esclavos, que no son negros, que son blancos, son esos obreros a los que les prohibís unirse para defender sus salarios.
Digo pues la palabra hipocresía porque ni la igualdad ni la libertad son respetadas por vosotros.
También había comprendido lo que era «la Federación».
Si leéis a nuestro amigo Michelet, veréis, y ha sido repetido mucho desde entonces: la Federación es la gran fiesta nacional francesa.
Esto tuvo lugar el 14 de julio de 1790. Los Guardias Nacionales vinieron a reunirse en París.
Francia toma conciencia de su unidad. Se dice que ese día nació el patriotismo.
No se trata de patriotismo.
¿De qué se trata? Del primer congreso armado de la burguesía.
Son los Guardias Nacionales que mantendrán tranquilos a los campesinos y a los obreros reunidos en París, diciendo:
“Nosotros somos los amos, porque tenemos las armas.”
Y Robespierre dirá esto:
«Queréis dividir la nación en dos clases, sólo una de las cuales estará armada para contener a la otra. ¡Queréis transferirle el poder a las clases pudientes!”
Estas son las palabras de Robespierre. De manera que podéis imaginar que era odiado.
Un tipo como Mirabeau, por ejemplo, que pasaba por amigo del pueblo, y que estaba vendido, la palabra que utilizo no es polémica.
Mirabeau se había vendido, puesto que conocemos de su venta y de compra.
Sucedió en octubre de 1789, como sabéis él tenía una especie de deuda.
Y el rey le había dado ese día, en octubre de 1789, 200.000 francos en efectivo, lo que hoy sería un millón de francos suizos (800.000 euros).
Y 6.000 francos al mes, es decir, unos 24.000 francos suizos (20.000 euros). Como quiera que sea, no está mal, 24.000 francos mensuales, para seguir despotricando y fingir que eres de izquierdas, y seguir votando por la conservación de aquellos intereses.
Pues bien, Mirabeau detestaba a Robespierre, lo había identificado como extremadamente peligroso.
Y como Mirabeau era muy inteligente, y tenía el sentido de lo pintoresco, encontró una frase cómica, pero no mala, sobre Robespierre, frase que repetía mucho:
«¡Cuando el Sr. Robespierre sube a la tribuna, me hace pensar en un gato que ha bebido vinagre!», decía.
Alguien que tampoco era estúpido, Dios lo sabe, la hija de Necker, ya lo sabéis, la banquera, en fin, Madame de Staël.
Madame de Staël, en 1816, dirá:
«Sólo vi a Robespierre una vez en mi vida, sus facciones eran innobles”, -¡oh no!, en absoluto – “sus venas eran de un color verdoso”, dijo, y luego el resto: “Profesaba las ideas más absurdas sobre la desigualdad de rango y de fortuna».
Yo, yo comprendí: fortuna, color verdoso, etc. Bueno…
Ahora os citaré un texto del Diario de París.
En ese momento había cuatro periódicos importantes en París.
El Diario de París del 28 de octubre de 1789.
Es muy breve, un informe de la sesión del día anterior.
La sesión del 27 de octubre en la Asamblea Nacional.
¡Esta frase es inaudita! Ella es, pues, del Diario de París.
«Ayer, Monsieur Robespierre subió al estrado de nuevo. Rápidamente se hizo evidente que una vez más quería hablar en favor de los pobres. Y le cortaron la palabra».
Así fue como sucedió.
De manera que el desdichado Robespierre, cuando vio que esta revolución había abortado en la práctica, comprendió que lo que se dio en llamar Revolución Francesa no era sino una reyerta entre poderosos.
Una pelea de ricachones. Entre riqueza mobiliaria y riqueza inmobiliaria, pero sobre las espaldas de lo que Victor Hugo llamaría la Cariátide, es decir, los pobres, los proletarios, los trabajadores.
Él, Robespierre, se dijo: esta es una revolución fracasada. Esperemos que vuelva a empezar de otra forma, y le propuso a sus colegas los diputados una medida suicida. Les dijo:
“Debiésemos decidir que no nos presentaremos a las legislativas”.
Lo sabéis, la Constitución preveía que habría una cámara, que se llamaba Asamblea Legislativa.
E iban a elegirla a fines del año 1791.
Robespierre, esperando que el cambio de personal político llevase tal vez al poder a personas más preocupadas por la equidad, dijo:
“Todos los que estamos aquí no nos presentaremos a la reelección.”
“Dejaremos entrar a los jóvenes”.
Mientras hace esta propuesta y dice: Yo no me presentaré, los demás no se atreven a decir que no, de manera que se acuerda que ningún miembro de la Asamblea Constituyente podrá formar parte de la Legislativa.
Sí, pero en fin, con estas elecciones censitarias, sólo votan los poderosos. ¿A qué conducirá eso?
Dará lugar a una cámara de notables. Una cámara de ricos.
La Legislativa será dirigida inmediatamente por un grupo dirigente.
Queda en evidencia que son los cabecillas. Tipos particularmente extraordinarios que llamaremos los Girondinos.
¿Por qué Girondinos? Porque, inicialmente, era un núcleo de diputados de la Gironda.
¿Sabéis? Estaba Vergniaud, que era una especie de playboy gascón que tenía mucho éxito entre las féminas en París. Muy buen mozo, de hecho, un joven admirable.
Había otro tipo de Burdeos llamado Guadet, que no estaba mal, ¡pero sólo hablaba con voz nasal, gangosa! Así que le llamaban “el pato”.
Y luego estaban Guadet y Gensonné.
Había primero pues tres bordeleses, y luego, a su lado gente que llamaremos Girondinos aunque no fuesen de Gironda, porque pensaban como ellos.
Estaba el perfumista Isnard que era del Var, estaba Barbaroux, que no tenía barba, que era de Marsella.
Estaba el que llamaban, -Dios sabe por qué-, el viejo Roland, que tenía 57 años, yo lo encuentro bastante joven.
Y luego estaba el marqués de Condorcet, al que le gustaba mucho que le llamaran marqués, siempre decía que era amigo personal, -era cierto-, de d’Alembert.
Digamos, si se quiere, que era el enciclopedista de servicio en la legislatura.
De modo que esos son los Girondinos.
¿Qué van a hacer los Girondinos?
Dirigen la política francesa, es cierto. Y la Legislativa fue elegida por dos años.
No durará dos años. Fue elegida en el otoño de 1791 y cayó el 10 de agosto de 1792 en circunstancias conocidas, pero que recordaré.
Entonces, ¿qué van a hacer estos Girondinos, que lo dirigían todo?
¡Harán sólo una cosa! Le van a declarar la guerra a Austria y Prusia.
Miremos de nuevo ahí, se nos dice, Michelet por ejemplo, Michelet nos dice: ¿Por qué la guerra? Y bien, porque los Girondinos eran hombres que adoraban la libertad.
El volcán revolucionario lanzaba sus destellos sobre el mundo entero. O bien, cambiando la imagen: es el océano revolucionario que se desborda.
¡En fin, seamos serios!
Bueno, entonces nos dicen en otro sitio: guerra preventiva.
Eso se hace, las guerras preventivas. Se sabía que los otros atacarían.
Los austríacos y los prusianos no podían tolerar esa Francia en desorden.
Que la reina era austríaca y por lo tanto su hermano, el emperador de Austria, sólo tenía una idea, que era aplastar a los franceses.
¡No es verdad! Ningún historiador sostendría hoy en día que Francia estuviese amenazada militarmente en aquel momento.
Por cierto, estaban los emigrantes. Eran unos 15.000, que estaban en Coblenza, ya lo sabéis, a orillas del Rin.
Eran 15.000 de los 25 millones de franceses. No era extremadamente peligroso, sólo hacían mucho ruido.
Pero sólo eran temibles si tenían detrás la posibilidad de contar con el apoyo militar de las fuerzas austríacas y de las fuerzas prusianas.
Eso hubiese sido temible.
Pero precisamente, la desgracia de estos emigrantes es que por mucho que le supliquen a los austríacos o a los prusianos que intervengan, ¡los austriacos y los prusianos no quieren intervenir!
Incluso la reina Marie-Antoinette, que le escribió a su hermano el Emperador, diciéndole:
“El más grande servicio que Ud. podría rendirnos sería atacarnos inmediatamente”.
El emperador de Austria no quiere oír nada. ¿Por qué ?
Porque Austria y Prusia tienen los ojos puestos en el Este, no en Occidente.
En el Este, es decir Polonia. Recordáis el famoso destino de Polonia en el siglo XVIII. Pastel que todos comían: no, eran tres los comensales.
Ya había habido dos “comidas”, si me permito decirlo.
Y Austria y Prusia miraban con inquietud del lado de Catherine II (de Rusia), cuyos dientes eran largos, diciendo: ¡“Si no intervenimos ella se comerá todo, de manera que guardamos nuestros soldados para una intervención militar en Polonia!”
Después, ya veremos del lado de Francia…
Nada que hacer, no quieren comprometerse.
Lo único que los emigrantes recibieron de Prusia y de Austria fue la declaración de Pillnitz, que se encuentra en todos los libros.
Una declaración puramente platónica, que decía: Sí, cuando llegue el momento, si nuestra unidad se forma, si Inglaterra, -que realmente quería permanecer neutral-, también acepta, entonces podríamos considerar más adelante una intervención militar en Francia.
No hay peligro militar. Entonces, ¿por qué los Girondinos van a la guerra?
Y bien, es muy interesante, muchos historiadores aún no lo dicen.
Irán a la guerra para conseguir dinero.
¿Por qué? La quiebra de la que hablé hace un instante, ¿cómo la evitaron?
Recordad, en el otoño de 1789 Francia decidió apoderarse de los bienes del clero.
Y yo no veo ningún inconveniente visto que la iglesia poseía 3 mil 500 millones en propiedades, lo cual era un poco excesivo.
Entonces, como la situación francesa era difícil, se tomó el dinero del clero (por iniciativa de Talleyrand… que era obispo de Autun. N del T).
No se podían lanzar inmediatamente al mercado esos 3 mil 500 millones en propiedades, de modo que -como lo sabéis bien- por la primera vez emitieron papel moneda.
Que llamaron Asignados: los Asignados estaban garantidos por esa fortuna eclesiástica convertida en fortuna nacional.
Esto había sucedido en el otoño de 1789 y ahora estamos en el otoño de 1791.
La imprenta de Asignados había funcionado tan bien que ya hay mil 900 millones de Asignados en circulación.
El asignado comienza a perder su valor. Es decir, en 1791, si llegabais a un banco con un Asignado de 100 francos y si pedíais 100 francos oro, os daban 80 francos.
El Asignado ya había perdido un 20%. Si se continuaba, -no había razón para que aquello se detuviese-, si se sigue haciendo funcionar la imprenta de Asignados de ese modo, en 6 meses ya no habría garantías.
Por consiguiente es la moneda la que cae. ¡Hay que obtener dinero! Se lo puede encontrar del lado de Gurin (Suiza. N del T) a cualquier precio, pero felizmente están los renanos cerca de Francia, y están los belgas que tienen mucho dinero.
Y bien… Vamos a tomar la propiedad ajena. Eso es exactamente, la guerra de los Girondinos: una guerra de rapiña.
Y no debo ponerme a afirmar cosas tan terribles sin presentar las pruebas inmediatamente.
Entonces os las daré, las pruebas.
14 de diciembre de 1791, el nuevo ministro de la Guerra, se llama Narbonne, se lleva muy bien con los Girondinos, Narbonne es el amante número X de Madame de Staël.
Ella encontraba más divertido hacer el amor con un ministro, así que lo hizo nombrar ministro de la Guerra.
De tal modo que el 14 de diciembre de 1791 este Narbona está en la tribuna, y pronuncia la frase siguiente, que es oficial, podéis comprobarlo:
«Debemos hacer la guerra, de ello depende el destino de los acreedores del Estado».
Bueno, no puede ser más claro, ¿verdad?
Si no hacemos la guerra, el destino de los acreedores del Estado está terminado.
El 29 de diciembre de 1791, Brissot, vinculado como negrillón (fue el fundador de la Sociedad de Amigos de los Negros. N del T) al grupo de los Girondinos, él también hace esta declaración, escuchad con atención:
“La guerra es indispensable para nuestras finanzas y para la tranquilidad interior”.
Os pido guardar eso de “la paz interior” en un rincón de vuestra memoria.
“Indispensable para nuestras finanzas y para la tranquilidad interior”.
Siempre hay un tipo por ahí para impedirte bailar tranquilo. Es Robespierre quien va, una vez más, a protestar durante un mes y medio.
Ya no es diputado porque es la Legislativa, pero tiene su tribuna en los Jacobinos.
En diciembre de 1791 y enero de 1792, Robespierre lanza un ataque permanente y a fondo contra la idea de la guerra.
¿Y qué dice?
Su primer argumento es:
“Si queréis librar esta guerra de agresión… ¡os estáis renegando!”
¿Por qué renegando? Porque la Constituyente, en un momento en que no necesitaba dinero, había aceptado por unanimidad votar una proposición de Robespierre.
Sucedió en mayo de 1790, el 23 de mayo de 1790, me parece. Robespierre hizo votar por la Constituyente lo que sigue:
“La nación francesa declara solemnemente que nunca más librará una guerra de agresión.”
Ese Sr. Gaxotte de quien ya hablé hace un instante, en ese gentil libro sobre la Revolución Francesa, dice: lo que Robespierre proponía era una «estupidez humanitaria».
Así que os pido reflexionar un instante en lo que hubiese ocurrido si Francia hubiese hecho realmente lo que le pedía Robespierre.
¿Qué era la política internacional en ese momento?
Como hoy en día, era la jungla, los grandes comiéndose a los pequeños.
Francia (yo no soy particularmente chauvinista), en fin, en esa época Francia representaba la primera nación de Europa. La más poblada, 26 millones de habitantes.
La que, supuestamente, era la más letrada.
Bueno, si Francia realmente hubiera decidido, a partir de 1790, que nunca más libraría una guerra de conquista o una guerra de agresión, me parece que se habría dado un paso en el sentido de la civilización.
Pues bien, habían votado porque en aquel momento no había ningún problema de guerra.
Pero ahora que la guerra se imponía por las razones financieras que expuse, ¡se reniegan! decía Robespierre.
Habéis prometido que Francia no atacaría, y no obstante atacará.
Los Girondinos replican, (lo que repetirá el señor Michelet): lo que libramos es “una guerra de generosidad”, es para difundir nuestras ideas.
Y Robespierre arguyó:
“Perfecto, enviad pues emisarios a todas partes, pero no enviéis soldados. Porque a nadie le gustan los misioneros armados”, dijo.
“Y los soldados que llegarán con la idea de la libertad supuestamente en la punta de sus bayonetas, ¡sabemos muy bien lo que harán los soldados!”
“Matarán primero, ese es su oficio. Saquearán, violarán.”
“Esa es la mejor manera de hacer detestar nuestras ideas.”
En tercer lugar decía Robespierre:
“¿Con qué queréis hacer la guerra? ¡No se hace la guerra con un ejército sin oficiales, y ya no hay oficiales!”
Cuando antes un momento os hablé de los emigrantes que eran 15.000, ¿quiénes eran los emigrantes?
Casi todos eran oficiales. Entonces os daré otra cifra. Que descubrí en Bonaparte.
Bonaparte en ese momento era teniente del 4º regimiento de artillería, y vi en la correspondencia de Bonaparte, voy lentamente, ¿eh?
Vi en la correspondencia de Bonaparte que en enero de 1791 había en el 4º regimiento de artillería 80 oficiales. En enero, 80 oficiales. En noviembre de 1791 hay 14 oficiales. De los 80 sólo quedan 14. Lo que sucedía en el 4º regimiento de artillería debía pasar en montones de regimientos.
La mayoría de los oficiales había emigrado y, por lo tanto no había oficiales. Por eso Robespierre dice:
“Hacéis la guerra en condiciones tales que el desastre es infalible.”
Y añade, recordando lo que había visto el 17 de julio de 1791, cuando La Fayette ordenó disparar contra el pueblo:
“Poned atención, habéis repartido las fuerzas francesas en tres grupos. Está el ejército de Rochambeau, el ejército de La Fayette, el ejército de Luckner. Si el ejército de La Fayette triunfa alguna vez, temed que La Fayette transforme a sus soldados en pretorianos y regrese a París al frente de sus tropas para imponernos el gobierno de su elección.”
Que sería la dictadura militar y, -decía Robespierre-, no hay peor despotismo que el despotismo militar. Lo cual no estaba muy errado.
Bien, ahora la cuarta observación, Robespierre dice:
“¡Lo que estáis proponiendo es una guerra de diversión, una guerra de diversión!”
El precio del pan había caído significativamente a fines de 1789 y nuevamente en 1790, ya no había un problema social.
La gente comía más o menos. Pero he aquí que en 1791 el problema volvió a surgir. Porque la cosecha haya sido deficitaria o porque alguna gente había acaparado el trigo como había hecho Necker.
Era uno de los orígenes de su fortuna. Necker acaparaba el trigo y decía: “Hay escasez”. Cuando el precio había subido, lo volvía a poner en el mercado a un precio más alto.
Como quiera que fuese, ¡la gente ya no comía en 1791!
Nuevamente, agitación social.
Boscari, de quien os hablé antes, el Agente de Cambio. En febrero de 1792 sube a la tribuna, los ojos desorbitados. Ahora es diputado de la Legislativa, visto que no fue diputado de la Constituyente.
Era al mismo tiempo comerciante y Agente de Cambio. Tenía una tienda de ultramarinos. Y declara:
“¡Pasó algo espantoso, esta mañana unas amas de casa entraron a mi tienda y robaron montones de jabón!”
Era verdad, eran cosas extremadamente indignas. Boscari había anunciado un aumento masivo del precio del jabón y las mujeres lo tomaron muy mal, y vinieron a robar el jabón.
Lo cual ya era muy pecaminoso. Pero lo que ocurrió el 3 de marzo de 1792, justo al lado de París, fue infinitamente más grave.
Ocurrió en Étampes. Los obreros agrícolas de Étampes, que no tienen suficiente para comer, vinieron a buscar al alcalde.
El alcalde se llama Simonneau, un pequeño industrial, era curtidor de pieles.
Y esta es la primera vez que se escuchará una palabra que será tan famosa durante la Revolución, esa gente está pidiendo el “maximum”.
Hoy decimos máximo pero ellos dijeron «maximum», así que lo pronunciaré como ellos.
¿Qué quería decir el maximum?
Esas gentes exigen la intervención de los poderes públicos, ya sean municipales, provinciales o nacionales, para fijar el precio de venta de los productos de primera necesidad.
Antes que nada del precio de venta del pan.
Lo que es incalificable. Los Girondinos dicen que es intolerable.
Son amigos de la libertad como sabéis. La primera libertad para ellos es la libertad económica, no se debe intervenir sobre los márgenes de beneficio.
Es en ese momento, precisamente, cuando el Sr. Roland, el viejo Roland del que os hablé, pronuncia esta frase:
«Todo lo que la Asamblea -la Legislativa- puede hacer en materia económica, es declarar que no intervendrá jamás».
Entonces, como el alcalde les dice: “No, no, no cuenten con eso, nunca gravaré el pan”, los tipos que se mueren de hambre lo matan. Es el primer muerto, uno de los primeros muertos de la Revolución.
Muerto por la propiedad, por decirlo así.
Los Girondinos están completamente frenéticos. Diciéndose: “Hay que hacer la guerra”.
¿Recordáis a Brissot? La guerra es indispensable para la tranquilidad interior.
Visto que hay una insurrección social, hay que disfrazar rápidamente a los soldados como conscriptos, a los jóvenes como reclutas, enviarlos a los cuarteles, enviarlos al frente.
Porque podemos esperar algunos resultados militares y, sobre todo, será una sangría para la clase obrera.
Y todos estos pequeños proletarios ya no nos molestarán más porque serán soldados.
Robespierre lo había previsto y lo dijo.
En quinto lugar, dice Robespierre: vosotros, los Girondinos, que atacáis continuamente «al partido austríaco» que está en las Tullerías, -es cierto, hay un partido austríaco que era el partido de la reina-:,
“¿No veis que al pedir la guerra hacéis el juego de la Corte?”
Michelet en 1869, en un postfacio a su Historia, respondiendo a un ataque de Louis Blanc, Michelet dirá:
“Monsieur Louis Blanc retomó las calumnias, las calumnias de Robespierre contra los Girondinos, que supuestamente le hicieron el juego a la Corte».
Michelet no dudó en escribir:
“La Corte tenía miedo de la guerra, un miedo terrible”…
Así que os mostraré el «terrible miedo» que le tenía la Corte a la guerra.
Ya recordáis lo que dijo Marie-Antoinette, pidiéndole a su hermano que interviniese militarmente lo antes posible.
Y he aquí una frase de Luis XVI. Es del 14 de diciembre, es decir, el mismo día del discurso de Narbonne que os cité antes.
El 14 de diciembre de 1791, el rey de Francia, Luis XVI, escribiéndole a su amigo el barón de Breteuil, que fue ministro durante dos días, recordáis los días 12, 13 y 14 de julio, y que ahora se encuentra refugiado en Bruselas…
El 14 de diciembre de 1791, el rey de Francia, Luis XVI, escribiéndole a Breteuil, le dice:
«El estado físico y moral del ejército francés es tal que ni siquiera puede realizar seis meses de campaña».
Conclusión: ¡Hay que ir a la guerra lo más rápido posible!
Porque habrá un desastre, y podríamos restablecer la situación tal como era en 1788.
Entonces el rey hará de modo que los responsables del asunto asuman sus responsabilidades.
Convocará un ministerio Girondino. Y es un ministerio Girondino el que, el 20 de diciembre de 1792, le declaró la guerra a Austria.
El resultado no se hizo esperar: ya el 25 de diciembre, desastre. El ejército de Luckner… Debo deciros entre paréntesis que Marie-Antoinette, por intermedio de su ex amante Fersen, le había avisado a los austriacos sobre el movimiento.
Tenemos la pequeña nota donde le dice a Fersen:
«El ejército de Luckner se va a mover, avisad a quien corresponde».
El ejército de Luckner avanza hacia Tournai (en Bélgica. N del T). Dos regimientos de Dragones que estaban comandados por oficiales que se habían quedado allá, imaginando que podrían prestar un mejor servicio quedándose.
Dos regimientos de Dragones desertaron y los oficiales se pasaron al lado austríaco.
Los franceses, sin duda para hacer amar la revolución, quemaron los suburbios de Tournai antes de retirarse. Es, si se quiere, “el frente”, como le llamarán desde entonces, que está abierto.
Los austriacos pueden arremeter hacia París, visto que ya no hay ejército francés.
Se volatilizó del lado de Luckner. ¡No avanzan!
La reina y el rey se muerden los puños, diciendo:
“¡Pero… el camino está despejado, y no vienen!”
No vienen porque el asunto polaco aún no se ha resuelto.
Entonces, en ausencia de una intervención militar, se puede al menos hacer una intervención oral, y todo lo que el rey y la reina obtienen es el famoso manifiesto de Brunswick.
Todos los libros de historia hablan de eso.
Manifiesto de Brunswick: declaración firmada y escrita, pero sobre todo firmada, por el jefe de la fuerza expedicionaria prusiana, que se llama duque de Brunswick.
Colaboraron en la redacción de ese documento, un ginebrino llamado Mallet du Pan, no sé qué hacía allí, pero en fin… tenía estilo, entonces escribía.
¿Y que era esa Declaración?
Era una advertencia dirigida a los parisinos:
«Si jamás, antes de nuestra llegada», -decían los austro-prusianos-, «cometéis el más mínimo ultraje contra el rey y su familia, París quedará entregada a la subversión total».
Es extremadamente peligroso escribir eso, ya que los invasores anunciaban que estaban de acuerdo con la Corte.
Contaban con que los franceses, aterrorizados, cayeran boca abajo frente a ellos.
El resultado fue una furiosa indignación de los parisinos, que se decían:
“Bueno, eso no será así.”
Y el 10 de agosto de 1792, la plebe se arrojó sobre las Tullerías.
El rey fue depuesto. Robespierre, que era miembro de la comuna insurreccional, hizo votar inmediatamente el sufragio universal.
Entonces sí, esa es la Revolución.
Ya sabéis, cuando se dice la Revolución Francesa, no hay que confundir, ¿eh?
De 1789 a 1792 fue una falsa revolución, fue la reformita de la que os hablé, la riña entre poderosos.
Pero a partir de 1792, ES LA REVOLUCIÓN.
Madame de Staël no se equivocó, y en sus consideraciones sobre la Revolución Francesa de 1816, escribió:
«A partir de entonces, la revolución cambió de objeto. La gente de la clase obrera se imaginaba que el yugo de la disparidad de fortunas dejaría de pesar sobre ella.»
En otros términos, más imaginativos, Chateaubriand, dirá -en sus Memorias de Ultratumba- en una frase demasiado poco citada y que me parece admirable:
«A partir del 10 de agosto de 1792, los zuecos golpearon a las puertas de la gente con zapatos».
Bueno, sufragio universal.
¿Qué podía ser el sufragio universal en esta Francia que es casi totalmente analfabeta?
Hay un 85% de los franceses que no saben leer ni escribir.
Por consiguiente, cuando se anuncia: Sufragio universal, y todos pueden votar… muy, muy poca gente vota. Había aproximadamente entre 5 y 6 millones de electores que podían estar inscritos, que eran franceses que tenían la edad de votar.
Habrá 1,3 millones, -no más-, que votarán.
La mayoría no vota, esos pobres campesinos no comprenden de qué se trata.
Y los que votarán son aquellos que aún son dóciles a sus notables, los nuevos notables.
Los aristócratas se marcharon, son los burgueses quienes compraron los castillos.
Entonces los burgueses dicen:
“Así es como se debe votar”.
Resultado, de los 750 miembros de la nueva Asamblea, esta nueva Asamblea que deberían haber llamado “Constituyente número dos”, puesto que una Constituyente se hace para redactar una Constitución, y hay una Constitución republicana que redactar ahora.
Pero no querían repetir “Constituyente”, eso está reservado para los Concilios. Eso de poner un número uno: Vaticano 1, Vaticano 2…
Entonces encontraron, en razón del americanismo en boga, habían encontrado una palabra inglesa, «Convention» (Convenshion), pero los franceses no lo sabían, así que todos dijeron Convention (Convantsion).
Entendido pues, haremos una Convention. Para las elecciones a la Convención, para los 750 miembros, cuando vota toda la Francia rural y artesanal: de 750 miembros, hay DOS representantes de la clase obrera.
Hay un cardador de lana de Reims que se llama Armonville y un obrero armero de Saint-Etienne que se llama Noël Pointe. Eso es todo.
Todos los demás son burgueses, son notables. Con los Girondinos allí, más virulentos que nunca, y con los antiguos de la Constituyente que esta vez tienen derecho a presentarse.
Entonces vemos reaparecer a Boissy d’Anglas, a Sieyès… en fin, todo el antiguo personal está allí.
Robespierre, que se da cuenta de que esto es extremadamente peligroso y que no obtendrá gran cosa, anuncia que, dado que estamos haciendo una Constitución republicana, es necesario incluir un Artículo, en esta Constitución republicana, sobre la Propiedad.
Robespierre y la propiedad: he leído en varios libros que Robespierre era un pre-comunista.
Yo, yo creía que el comunismo era un colectivismo, es decir que es la nación la que se apodera de los medios de producción.
Nunca Robespierre pensó en eso. Robespierre es rousseauista. Si habéis leído el Contrato Social, que en ese sentido es bastante infantil, la idea social de Rousseau es: distribución equitativa de la propiedad, que cada uno tenga su propio pedacito de tierra.
Y bueno… eso es el pensamiento de Robespierre. Sólo que, si Robespierre no es en modo alguno colectivista, dice que la propiedad debe tener Límites.
Así, en cierto discurso declaró lo siguiente:
“Hay en vuestra Declaración de Derechos del Hombre, un adjetivo inédito”.
Y tiene razón: la Declaración de los Derechos del Hombre sobre la propiedad decía:
¡La propiedad es INVIOLABLE, así sea…, y SAGRADA!
¡Ah!, era la primera vez que se usaba una palabra religiosa para referirse a la propiedad. Pero ya os he dicho que los Constituyentes eran gente positiva, volterianos, que sabían distinguir lo real de lo que es irreal.
Las cosas sagradas, de religioso… eso no tenía nada de consistencia. La propiedad, eso algo respetable, de modo que vamos a decir “Sagrado”.
Robespierre dijo:
“Habéis declarado que la propiedad es sagrada. Pedidle pues a un negrero, visto que no quisisteis abolir la esclavitud, pedidle a un negrero cuál es su propiedad”, dijo Robespierre. “Os mostrará, indicará con su dedo un barco”.
“No, me equivoco”, agregó Robespierre. “Un navío flotante, un féretro flotante lleno de mujeres y de niños, de hombres y de niños de piel negra. Y os dirá en toda consciencia, apoyado en vosotros mismos: esta es mi propiedad. Mi sagrada propiedad”.
Y agregó:
“Vosotros sabéis que no es posible, no se puede ser propietario de seres humanos. Veis pues que hay un límite a la propiedad”.
“E igual que con el límite de la libertad, que es la libertad del prójimo. Así mismo, el límite de la propiedad es la vida y la dignidad del prójimo.”
“Pido pues que la Constitución republicana marque ese límite al derecho de propiedad”.
Gritos, vociferaciones. Inmediatamente Barrère propone:
“Pena de muerte para…” (a los Girondinos les gustaba mucho hacer malabares con esas palabras…)
“Pena de muerte para quien proponga una ley que atente contra la propiedad individual o comercial”.
Y como se llega al aniversario de la muerte de Simonneau, el pobre curtidor que se había hecho liquidar el año precedente, los Girondinos organizan una gran fiesta, que llamarán la “Fiesta de las Leyes”.
Fiesta de las Leyes, o fiesta de los muertos, en fin, en honor al mártir de la propiedad.
Y para ese día, los Girondinos hicieron modificar el emblema republicano, que desde septiembre 1792 era: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Fraternidad es una palabra de más. Los Girondinos lucirán ese día en sus escudos:
“¡Libertad, Igualdad, Propiedad!” (Estallidos de risa en la asistencia…)
Y a partir de mayo de 1793, fue una ofensiva, síganme de cerca, una ofensiva de los Girondinos para llamar a la provincia a levantarse contra París.
¿Por qué? Porque Robespierre es diputado de París. Porque en las elecciones a la Convención, si las elecciones fueron perfectas para los notables somnolientos a través de toda Francia, la diputación parisina es enteramente, como diríamos hoy, de extrema izquierda.
Allí está Robespierre, y Marat, y está Danton, del cual hablaré más adelante.
En fin, gente temible. Por eso los Girondinos dicen:
“Hay que llamar a la provincia en ayuda de este París amenazado”.
Y el 8 de mayo de 1793, Vergniaud subió a la tribuna, e hizo su primer llamado a la guerra civil.
Vergniaud dijo:
“¡Habitantes de la Gironda, levantaos! No hay un minuto que perder, bajo pena de ver disolverse los cimientos de la sociedad».
Cambon, que es a la vez diputado e industrial del sur, Cambon hizo una declaración paralela desde la tribuna:
“¡Generosa población del sur, levantaos!”
Esto conducirá a la declaración de Isnard (el perfumista girondino) del 25 de mayo de 1793, donde Isnard, desde la tribuna, imitará un pequeño Brunswick.
Recordáis a Brunswick, el Prusiano, que dijo:
«Si los parisinos no son sensatos, París se verá entregada a la subversión total».
Y él, Isnard, que sin embargo es, yo creía, francés, dirá:
«Si la población de París se involucra en el menor atentado contra la Propiedad, París será destruida por las fuerzas provinciales».
Luego, como tenía el sentido de lo pintoresco:
“Y pronto”, dijo, “el viajero a orillas del Sena se preguntará si jamás hubo allí una ciudad”.
Entonces Robespierre, que había comprendido, esa misma tarde en los Jacobinos, declaró:
«Está claro, la situación se sitúa ahora entre los sans-culottes y los calzones de oro. Llamo al pueblo a la insurrección».
Y el 31 de mayo, la multitud rodeó la Convención, exigiendo la desaparición de 32 diputados Girondinos.
Michelet se rasga la ropa cuando cuenta esto, diciendo «es un atentado».
Es verdad, es perfectamente verdad. Eso es extremadamente ilegal.
Son los representantes de la nación. La nación no votó, y bien… debería haber votado.
Y es una parte muy pequeña de la plebe parisina que va hasta decir:
“Estamos atentando contra el sufragio universal y queremos la exclusión de 32 diputados”.
Lamartine, que no pasa por ser un espíritu violento, Lamartine en su historia de los Girondinos dirá:
«Sí, es verdad, era perfectamente ilegal. Pero hay muertos, hay casos, hay horas en las que ya no se trata de legalidad o ilegalidad, ¡hay horas de vida o muerte!”, afirmó Lamartine.
Ahora bien, el 31 de mayo de 1793, la situación en Francia era tal que, si no se hubiera actuado contra los generadores de guerra civil, visto que los Girondinos llamaban a la guerra civil, no sólo era el fin de la República sino también el fin de Francia. Firmado Lamartine.
Por lo demás, hay excitados como Hebert, el Hebert que dirigía el «Père Duchesne», que era un periódico bastante deshonroso, del cual Jaurès en su historia socialista de la Revolución Francesa dirá:
«Si la Revolución hubiese podido ser deshonrada, lo habría sido por Hebert”.
Hebert pedía sangre. Pedía que se asesinara a ciertos diputados.
Y fue Robespierre (y Couthon, por cierto) quien se opuso rotundamente a ello, diciendo:
«¡Ah, no, sobre todo, ni una gota de sangre! Ni siquiera pido que los metan en prisión».
Robespierre decía: “Los excluimos”. Lo que ya era muy severo.
32 diputados quedan excluidos. Simplemente se les pedirá que den su palabra de honor de que no saldrán de su casa.
Para ayudarles a cumplir su palabra de honor pusieron un policía en la casa, pero en fin, estarán allí, tranquilamente en su hogar.
Es verdad que Lamartine tiene razón: debo recordaros la situación en Francia en aquel momento.
Fue uno de los peores que mi país haya conocido jamás.
Robespierre había desconfiado de los generales, con alguna razón porque La Fayette, que comandaba uno de los tres cuerpos de ejército, cuando vio llegar el 12 de agosto, es decir, la República, había encontrado esta República inaceptable.
Y el 19 de agosto de 1792, nueve días después de la insurrección parisina, este comandante del ejército francés desertó.
[La Fayette] se había cambiado de bando. No le ofreció sus servicios al enemigo pero dijo:
“Ya no lucho más, no quiero defender un país que no me interesa”.
Pero Dumouriez, al año siguiente, hizo cosas mucho peores: el 4 de abril de 1793, Dumouriez, que no era responsable, como La Fayette, de una parte del frente, sino desde TODO el frente francés,
después de la derrota que sufrió el 18 de marzo en Neerwinden, ¡se había pasado al lado de los austriacos!
Arrastrando tras de sí a todo su Estado Mayor, en el que había un cierto minúsculo duque de Chartres, que se convertiría en Louis Philippe (último monarca a reinar en Francia, de 1830 a 1848. N del T).
La entrada del rey Louis Philippe en la política francesa fue su traición junto a Dumouriez.
Como quiera que sea, Dumouriez se cambió de bando y le ofreció sus servicios al invasor.
Que por lo demás no lo utilizará. No lo veremos reaparecer hasta mucho más tarde.
El frente estaba desprotegido y en ese momento el asunto polaco estaba resuelto.
Esta vez los austro-prusianos avanzarán.
Bueno… entonces llegó el peligro.
En segundo lugar, el 10 de marzo de 1793 – y os explico la situación a fines de mayo, principios de junio, ¿eh? – el 10 de marzo del 93, todos los departamentos del oeste entraron en insurrección.
Esto es lo que se llama, con una palabra simplificadora, la Vendée, la insurrección de la Vendée.
Vosotros sabéis dónde está la Vendée, en un determinado punto de Francia. En realidad, también es la Bretaña.
Habría que decir que la Bretaña y la Vendée se incendiaron.
En este punto debo hacer muy rápidamente una rectificación.
Yo viví durante mucho tiempo con la idea de que se trataba de una insurrección religiosa.
Que esos vendeanos y esos bretones eran gente extremadamente católica, que no podían tolerar la política antirreligiosa de la Convención y que habían entrado en insurrección por eso.
Efectivamente, constituirán un ejército que llamarán el gran ejército católico y real.
Esto no es verdad. Eso no sucedió así.
¡Ya no había persecución religiosa en 1793 gracias a Robespierre!
Robespierre era masón, no era católico. Pero no quería que nadie fuera perseguido por sus opiniones religiosas.
Por contra, en el 90, 91, 92, hubo persecución religiosa, cuando se decidió la Constitución Civil del Clero.
Y si os dije antes que me parecía normal que la nación se apoderara de los 3.500 millones de bienes del clero, también me parece perfectamente anormal que los laicos sin mandato decidan sobre una reforma de la Iglesia.
Eso no es asunto suyo: había por lo menos que consultarle al Papa o al menos a los fieles.
¡En absoluto! Los constituyentes dijeron: “Se hará así y será así y asá”.
De manera que había la mitad del clero francés que rehusó la movida, les llamaron «los sacerdotes refractarios», y os aseguro que los Girondinos, que eran furiosamente anti-religiosos, habían impulsado violentamente la persecución antirreligiosa.
¿Acaso los vendeanos se habían movido? Absolutamente no.
Y es ahora, cuando los sacerdotes ya no son perseguidos, que los vendeanos se activan. ¿Por qué ?
Porque, ya os lo dije, fue el 1 de marzo del 93 que los austriacos echaron abajo el frente francés.
Porque el territorio francés está amenazado, porque la Convención acaba de pedir un reclutamiento general, -no se atreven todavía a hablar de servicio militar obligatorio-, dicen que todo el mundo debe defender el territorio nacional.
Y cuando les piden a los campesinos de Bretaña o de Vendée que tomen las armas para defender la frontera oriental, ni siquiera saben dónde está.
¡De ninguna manera! La Vendée y la Bretaña se pueblan de objetores de conciencia, gente que no quiere marchar, que no quiere ir a luchar.
Aún así, esas provincias estarán a sangre y fuego.
¿Y los Girondinos? Vergniaud y algunos otros eran personas honestas.
Que habiendo dado su palabra de honor, mantuvieron su palabra de honor, no se movieron (lo que por lo demás les costará la cabeza).
Pero la mayoría de los demás se fue. ¿Y qué es lo que hicieron?
Los Girondinos, en ese momento, estaban aliados con los realistas y sublevaron todas las provincias en las que eran importantes.
Tanto así que el 1 de junio de 1793, 60 provincias sobre las 90 provincias francesas están en estado de insurrección.
Ya veis la gravedad de la situación.
Hay alguien en ese momento que es muy importante y del que aún no os he hablado: Danton.
Aún no hablé de él porque lo reservaba para ahora, y en efecto es a partir de 1793 que va a tener un papel importante.
Si Robespierre era un fanático, que tenía una cierta idea, una doctrina, una doctrina social, es sin embargo imposible saber cuáles son las ideas políticas de Danton.
Danton no tiene ideas. Danton es un oportunista.
Danton es alguien que hizo un matrimonio afortunado, se casó con una cabaretera de París que tenía una propiedad en Sèvres, es en definitiva un señor opulento.
No surgió de la nada: el pequeño Robespierre no tenía dinero, mientras que Danton, su padre, que era fiscal en Arcis-sur-Aube, ya tenía una cierta fortuna, y vemos a Danton considerando la Revolución sobre todo como una oportunidad de avance personal.
Yo diría, si queréis: “Buena pesca en aguas revueltas”.
Y efectivamente, Danton, que es discípulo de Mirabeau, también será comprado.
No creáis que estoy siendo polémico. La prueba:
El 10 de marzo de 1791, Mirabeau aún vivía y no le quedaba mucho más.
Lo sabéis, morirá el 2 de abril, morirá entre dos putas, en fin, cada cual muere como puede (risas en la asistencia), pero todavía estaba vivo el 10 de marzo.
El 10 de marzo del 1791 Mirabeau le escribió a Lamarque.
Lamarque era un caballero, belga por lo demás, encargado por el rey de la gestión de su lista civil.
El rey tenía una lista civil, 25 millones de esa época, más de 100 millones de hoy, no está mal.
Entonces, con esa lista civil, podría pagarse colaboradores.
Pero obviamente, cuanto más elevadas eran las consciencias, más alto era el precio.
Habéis visto lo que había costado la conciencia de Mirabeau, ¿eh?, alrededor de 1 millón.
De modo que el 10 de marzo de 1791, Mirabeau le escribía a Lamarque:
«Según sus instrucciones, ayer – 9 de marzo de 1791- le entregué 30.000 libras al señor Danton».
En otras palabras, Danton fue comprado por la Corte, en secreto.
Es por esto, ¿sabéis?, que me dicen:
“Ud. es el hombre de los papelitos, no debiese mirar eso”.
Los papelitos enseñan montones de cosas. Y el Sr. Mathiez había ido a ver los papelitos de Arcis-sur-Aube, allí donde Danton tenía sus orígenes familiares, y encontró que a fines del año 91 y principios del 92, Danton se había instalado muy bien.
Había comprado el antiguo priorato eclesiástico de Nuisement, había comprado Saint-Jean du Désert, había comprado una magnífica casa señorial en el centro de Arcis-sur-Aube con grandes áreas de servicio, grandes dependencias y un bello parque, justo en las afueras del puente de Arcis-sur-Aube.
En fin, la Revolución estaba rindiendo frutos. Sabemos por Alexandre Lameth -en las memorias publicadas sobre la Restauración- que Danton decía políticamente lo que sigue:
«Odio su sucia democracia” -a propósito de Robespierre, lo de sucia democracia- “No quiero su república de visigodos».
Hela ahí la política de Danton. Danton estaba muy interesado en el negocio de suministros militares, hoy se acabó, nadie se hace rico con los suministros militares (risas en la asistencia), pero en ese momento no imagináis lo que se hacían.
Había un cierto abate, el abate de Espagnac, cuyo comportamiento seguía el Sr. Mathiez.
El abate de Espagnac era un proveedor militar, se hacía -seguidme, os diré las cifras proporcionadas por el Sr. Mathiez-, ganaba de 5 a 6 millones de la época, nunca se hacía pagar en Asignados, siempre en efectivo, entre 5 y 6 millones al mes en ganancias en los suministros militares.
Era el mejor amigo de Danton y Danton nunca se apartó de su lado.
Y desde que Dumouriez entró en Bélgica, Danton y Dumouriez se entendieron, Danton hacía viajes permanentes entre Bélgica y Francia, y hubo un incidente en Bethune un día en que regresaba en su carruaje personal seguido de dos furgones. Agentes de aduanas inoportunos le habían pedido abrir los furgones. Encontraron un furgón lleno de encajes, y el otro furgón que estaba llena de cubiertos de plata.
«Y esto… ¿Qué es?» Danton respondió: «¡Esto, son bienes nacionales!»
¡Ah bueno!… «bienes nacionales…»
Entonces regresó, y este hombre decidió que como la situación se estaba volviendo muy dramática, e iba a volverse muy, muy dramática, era importante, tal vez, aprovecharla.
Entonces se hizo nombrar miembro del Comité de Seguridad Pública, que habían creado el 6 de abril de 1793, y pasó a ser prácticamente el miembro más importante.
En abril, ¿eh?: abril de 1793.
Pero esta dramática situación que él esperaba controlar se volvía cada vez más dramática, de modo tal que a su renovación, -la renovación era mensual, algo que yo ignoré por mucho tiempo-, el Comité de Seguridad Pública se renovaba mes a mes.
Cuando nos dicen que hay una dictadura… ¡Momento!
Hay una dictadura moral, pero está perpetuamente controlada por la Convención que cada mes la reconfirma o la cambia.
El 10 de julio 1793 hubo renovación del Comité de Seguridad Pública.
La situación se había vuelto tan trágica que Danton se dice: Quizá sea mejor para mí escabullirme, que me ubique detrás de la escena.
No puede decirlo abiertamente, tiene su idea detrás de la cabeza, y le explica a sus compañeros, sabéis que era un hombre muy jovial, que le daba palmaditas en la tripa a todo el mundo, que los tuteaba, que les contaba muchos chistes cochinos, en fin, tenía una gran popularidad.
Y acababa de volver a casarse. Había perdido su primera esposa, la cabaretera, en febrero de 1793. De ella tuvo dos hijos a los que adoraba, quería mucho a sus hijos, quería mucho a su mujer. La engañaba todo el tiempo pero la quería. Finalmente ella murió en febrero de 1793 y Danton no es alguien que pueda soportar una larga viudez, por lo que, viudo en febrero, se volvió a casar en junio.
La eligió más joven, ella tiene 15 años y medio, y Danton le explica a sus compañeros, les explica a sus amigos en la Convención, gozando de la popularidad que sabéis que tiene, les dice:
«Escuchad, en serio, en fin, me acabo de casar, ella tiene 15 años y medio, tengo muchas cosas que enseñarle, ¡me vais a dar unas pequeñas vacaciones!”
Entonces todos dicen: “Sí, Danton, claro” (risas en la asistencia).
Ya está hecho, se marcha, el 10 de julio de 1793, ya no está en el poder.
Y Danton dijo:
“El único que es digno de remplazarme es Robespierre”.
Un gran regalo para Robespierre eso de confiarle el poder en una situación parecida.
Robespierre intenta zafarse, zafarse, rehúsa entrar al Comité de Seguridad Pública. Tiene tal vez una razón de temor, sí, porque la situación era demasiado dramática, pero había otro motivo que sólo conocí en el libro de Massin, que es sumamente esclarecedor: es la salud de Robespierre.
Creo, eso me parece, que Robespierre debía estar enfermo de tuberculosis.
El 12 de junio, en los Jacobins, dijo:
“Creo que voy a dimitir”.
Hace cinco años que este hombre está en la brecha, tenía fiebre todo el tiempo.
“Ya no tengo fuerzas para continuar con mi trabajo”, afirmó.
El 12 de junio. Luego acabó por no dimitir, se negó a llegar al poder el 10 de julio. Está avergonzado.
Y el 27 de julio, se produce una vacante, un tal Gasparin se retiró del Comité de Seguridad Pública.
Todos en la Asamblea gritan “¡Vaya Robespierre, le toca a Ud!”. Y él entró.
Se unirá a los tres que había delegado antes que él: Couthon, Saint-Just y Jeanbon Saint-André.
El pastor JeanBon Saint-André que es un hombre muy notable y sobre el cual aún no hay suficientes estudios.
Se reunirá con sus compañeros en el Comité de Seguridad Pública el 27 de julio de 1793, y quizás ya sepáis que, cuando lo matarán, el 9 Termidor, es el 27 de julio de 1794.
Entonces, cuando Robespierre llegó al poder, le quedaba exactamente un año de vida y ni un día más.
De modo que tal vez sea hora de echarle un vistazo más de cerca a este flacuchento de ojos pálidos.
Y bien, vive donde un ebanista, Duplay, ¿sabéis? está allí desde octubre de 1791.
Los Duplay, papá Duplay, mamá Duplay, dos muchachas Duplay y un muchacho que se había alistado y que ya tenía una pierna de palo, le decían a Robespierre, por el que tenían una estima apasionada:
«Robespierre, venga con nosotros».
Robespierre dijo: “Sí, sí, vosotros queréis, pero entonces pago”.
«¡Oh, de ninguna manera!», dijo Duplay: “Qué honor”.
Y, de hecho, los Duplay no eran pobres. Decimos ebanista, es cierto, pero no era un artesano ebanista, era un patrón ebanista que tenía ocho obreros.
Entonces Robespierre acepta ir a vivir con ellos a condición de pagar sus gastos.
A los Duplay les da fastidio, pero Robespierre pagará, es su voluntad.
Y es alojado en lo alto de la casa, su cuartito es una especie de celda.
Ya sabéis, es una habitación abuhardillada, da al patio interior, allí huele a pino.
Siempre hay madera secándose allí. Un mobiliario miserable, deliberadamente por lo demás, hay dos caballetes sobre los cuales hay una cubierta de pino sobre la que trabaja.
Hizo poner estantes para sus libros y hay una cama de hierro en un rincón.
Esa es la habitación de Robespierre. Es cierto que hay muchos dibujos de él, lo que le permite decir a sus adversarios: “era un narcisista, se contemplaba a sí mismo todo el tiempo.”
Pero no, fue mamá Duplay, a mucha honra, quien era su admiradora, ¡y que empapeló su habitación con imágenes suyas que se vendían en la calle!
¡Oh!, tal vez Robespierre se complació con ello, pero es verdad, fue mamá Duplay.
Es un joven que no tiene una mujer en su vida, y eso divierte mucho a Danton.
Danton ya sabía que Robespierre ponía un punto de honor en pagar su pensión.
Y Danton había utilizado esta encantadora expresión:
“¡Se diría que le tiene miedo al dinero!”
A Danton no le asustaba en absoluto. En fin, Robespierre quería pagar…
Entonces, cuando Danton supo que, aunque vigilasen a Robespierre, no tenía amante.
Sin embargo, estaban las dos chicas Duplay. Una de ellas se casará con un amigo de Robespierre, diputado del Norte como él, que se llamaba Le Bas.
Esa es Elisabeth, y luego estaba Éléonore, quien creo que estaba bastante enamorada de Robespierre.
Mamá Duplay habría estado encantada de tener a Robespierre como yerno, siempre le presentaba a su Éléonore.
Y según las memorias de Elisabeth, Robespierre habría dicho en algún momento que, tal vez, tal vez, se casaría después, decía.
Y yo estoy convencido de que, cuando decía «después», mentía. Sentía que no habría un después.
O bien que perdería la vida, o que iba a morir de su tuberculosis.
¡Ah!, a estas alturas de mi vida, creo comprender ahora lo que son los obsedidos del sexo.
Son las personas que nunca conocieron una tentación más grande.
Veo, por ejemplo, a un hombre como Lamartine, que he estudiado bien, a un hombre como Jaurès, que he estudiado bien, no hay mujeres en sus vidas.
Porque cuando un tipo está apasionado por una idea al punto que lo estaba Robespierre, eso es lo que más importa.
Robespierre era alguien que creía en lo que decía, e incluso es una frase muy divertida de Mirabeau contra él, que yo había reservado para más tarde, para citarla ahora.
Mirabeau se había atrevido a decir con un cinismo increíble:
“El señor De Robespierre está descalificado para la política porque cree todo lo que dice”, decía Mirabeau (risas en la audiencia).
Bueno, es verdad. Era un hombre que tenía una gran idea, la idea de que nadie se ocupa de los aplastados, los humillados, los desheredados… Y bien, yo, Robespierre, yo quisiera hacerlo.
Bien. ¿Y qué es lo que hará? Va a insistir en eso, os lo aseguro.
Comenzará, -ya se lo había pedido a Couthon y a sus camaradas-, por la abolición de los derechos feudales.
Vosotros os decís que estoy descarrilando, dado que todo el mundo sabe que los derechos feudales fueron abolidos la noche del 4 de agosto.
Hay que leer, os lo recomiendo, la página del Sr. Michelet sobre este tema.
Es magnífico, nunca fue más hermoso, está transido de transporte lírico, y termina por gritar:
“¡Ya no había más, en ese momento, clases en Francia, solo franceses de pleno derecho, viva Francia!»
Está en el texto de Michelet.
Sabéis lo que de verdad ocurrió, hubo un cierto número de castillos que comenzaron a arder, porque los campesinos habían enviado delegados, los Estados Generales no entendían mucho al respecto.
Pero había dos cosas que les interesaban, que eran: no pagar más los diezmos eclesiásticos, y no pagar más los derechos feudales.
Los diputados se encontraban reunidos desde el 5 de mayo. Después del 14 de julio, cuando se enteraron de que habían sucedido cosas raras en París, los campesinos de ciertas regiones se impacientaron y dijeron: ¿Y nuestros diezmos? ¿Qué pasa con nuestros derechos feudales?
Como veían que no pasaba nada, le prendieron fuego a un cierto número de castillos, e incluso a un cierto número de señores, en fin…
Terror en la Constituyente. Entonces, la noche del 4 de agosto, como se sabe que eso arde un poco en todas partes, y que hay que arrojar sobre el fuego no aceite, desde luego, sino agua, el duque de Aiguillon subirá a la tribuna y hará una gran declaración diciendo:
“La aristocracia está pronta a renunciar a sus derechos feudales”.
Lo que hace que los periódicos del día siguiente, con titulares (no los había entonces, pero en fin, en letra grande), dirán: “La aristocracia está dispuesta a renunciar a sus derechos feudales”.
Y todo el mundo cree que ese día la aristocracia había renunciado a sus derechos feudales.
Pero hay que mirar el texto: ¿Qué dijo el duque de Aiguillon (y también el duque de Noailles que habló ese día)?
Había dicho: “Estamos dispuestos a considerar renunciar a nuestros derechos feudales si nos los compran al denario treinta”.
Que para mí era chino. El denario treinta quería decir:
“Si un campesino viene mañana, con treinta anualidades de derechos feudales, pues ya está, se terminó, no volverá a pagar nunca más”.
¿Vosotros veis a un campesino en Francia llegar con treinta años de derechos feudales?
¡Era una enorme payasada! Pero le hizo creer a los campesinos que se estaban aboliendo los derechos feudales.
Tanto así que los castillos no ardieron más, por fin había llegado una cierta tranquilidad.
Pero los aristócratas continuaban (o los sucesores de los aristócratas continuaban) exigiendo sus derechos feudales.
De modo que Robespierre, ahora en el poder, dijo:
“Abolición de los derechos feudales, no recompra: abolición”. Va una.
Dos: A Robespierre le gustaría restablecer el maximum.
¿Pero cómo queréis que se restablezca el maximum en una cámara llena de grandes propietarios y grandes notables?
Los Girondinos son los más importantes allí. E incluso ya no son los Girondinos sino gente que piensa como ellos.
Robespierre sólo obtendrá algo que ya es un pequeño logro, a saber: “La pena de muerte contra los acaparadores de bienes de primera necesidad”.
Quien acapare el trigo arriesga su cabeza.
En tercer lugar. Robespierre, advertido por la conducta de Dumouriez y de La Fayette, enviará junto a Saint-Just, una determinada circular que os comentaré.
«La insubordinación de los generales es lo peor en una República. En un Estado libre, es el poder militar el que debe estar más vigilado.»
De ahí la decisión de poner comisionados civiles al lado de todos los generales en campaña, no para vigilar su comportamiento estratégico, no es asunto suyo, sino para asegurarse de que no hagan lo mismo que Dumouriez o La Fayette.
Y por otra parte, se reconstituyeron los oficiales que fueron tomados de la tropa, de ahí saldrán los famosos, los Hoche, los Marceau, los Kléber, que eran simples soldados, sargentos, subtenientes, y que serán ascendidos a generales.
Así que esta vez sí se obtendrá un cierto número de victorias. Los franceses que hasta ahora eran derrotados en todas partes las van a obtener ¡gracias a Robespierre y a Saint-Just, y no gracias a Carnot como lo cuentan!
Carnot y sus 14 ejércitos, Carnot es un instrumento de Saint-Just y un instrumento de Robespierre. Se obtendrá la victoria de Hondschoote que liberará Dunkerque, la victoria de Wattignies que liberará Maubeuge, y Hoche constituye en Strasbourg un ejército lo suficientemente poderoso como para reconquistar Alsacia, en la que entraron los austríacos.
Finalmente, Robespierre suprimirá, para el más grande duelo de Danton, los proveedores militares.
Es decir que el Estado pasará directamente sus contratos: ya no pasará por el abate de Espagnac y aún otros.
Y creará tres fábricas nacionales de armamentos, las primeras.
Dos fábricas en París y una fábrica en Brest para el armamento marítimo, lo que hace gritar a los industriales:
«¿Qué? Entonces la industria privada está amenazada por la industria estatal, ¡es intolerable!»
Pero Robespierre goza de tal prestigio que no hay forma de decir lo contrario.
De modo que Danton, que estaba convencido de que una vez Robespierre en el poder se mataría en él, en fin, que caería en todas las trampas, Danton intentará derribarlo tres veces.
Contaré esto rápidamente. Danton comenzará el 1º de septiembre por una extraña operación, hela aquí: (suspiro) el 1º de septiembre una noticia llegó a París y reconozco que era enorme.
Robespierre había desconfiado, con razón, de los generales y había olvidado -lo cual era un gran error-, había olvidado los almirantes. Estaba la flota francesa del Mediterráneo que protegía las costas de Provenza contra la flota inglesa que se encontraba allí.
El 28 de agosto de 1793, los dos almirantes de la flota francesa, el almirante Chaussegros y el almirante Trogoff, le entregaron los barcos franceses a los ingleses y habían ayudado a los ingleses a ocupar el arsenal de Toulon.
No estuvo nada mal por parte de estos amigos. Por eso, cuando esta noticia catastrófica llega a París, Danton ve en ella una oportunidad para un alzamiento.
Es Danton quien reúne al pueblo delante del Ayuntamiento acusando de la manera más directa al Comité de Seguridad Pública, -visto que él ya no forma parte, y que Robespierre es el número uno-, al Comité de Seguridad Pública de pusilanimidad.
Y fue Danton (que ya era el iniciador del Tribunal Revolucionario, creado a petición suya el 9 de marzo, mientras que yo siempre había creído que era Robespierre el del Tribunal Revolucionario, ¡no!, fue Danton quien lo hizo crear el 9 de marzo)…
Ese 1º de septiembre, Danton pronuncia las siguientes palabras:
“¡Ha llegado la hora de una tercera revolución!”
Me pregunto qué podría significar eso. La primera en 1789 no fue una revolución, la segunda el 10 de agosto de 1792 fue LA revolución, la única revolución posible. Es decir, que se le otorgaba el sufragio universal al pueblo y se decía: de año en año, de todos modos, habrá cada vez menos analfabetos, y con el sufragio universal la gente abrirá los ojos sobre su condición y comprendiendo las causas de su miseria, logrará tal vez crear una república de equidad.
Pero hablar de una tercera revolución no era otra cosa que hablar de anarquía.
Danton era apoyado por un individuo cuyo nombre ya pronuncié ante vosotros: Hébert, que era un furibundo (enragé), un furioso.
Que ganaba, dicho sea de paso, 30.000 libras al mes, 30.000 francos al mes con su horrible periódico El Père Duchesne.
Pero a Hebert se le opondrá su segundo, llamado Chaumette.
Hebert era el número 1 de la Comuna, Chaumette era el número 2, que era un hombre muy estimable, que vivía voluntariamente en la pobreza, que defenderá a Robespierre y le dirá a la gente:
«No hagáis eso, no os lancéis -como os lo pide Danton- sobre la Convención para recomenzar un nuevo 31 de agosto.»
El mismo Danton, ese 1º de septiembre, dijo:
“El Tribunal Revolucionario no trabaja lo suficiente, no hay suficientes cabezas rodando, yo pido una cabeza al día”, eso dijo Danton.
“¡Hay que poner el terror a la orden del día!”, no es una frase de Danton, es una frase que él repetirá.
Fue el cura constitucional de Chalons sur Saône, cuyo nombre ahora se me escapa, quien dijo «Hay que poner el terror a la orden del día», frase de la cual Danton se apoderó.
Gracias a Chaumette no habrá insurrección, nadie se lanzará contra la Convención.
Pero los convencionales tendrán tanto miedo que Robespierre obtendrá de ellos, el 9 de septiembre, lo que todavía no había podido arrancarles: la aprobación del maximum.
El 9 de septiembre de 1793, gracias al miedo que tuvieron, consintieron a intervenir en un asunto comercial y a decir: el pan no se venderá más allá de este precio.
Y como una disposición legal no se aplica si no se controla la aplicación, Robespierre hizo crear un pequeño ejército, 4.000 hombres, que llamarán «Ejército Revolucionario», pero equipado con cañones.
Estos 4.000 hombres dedicarán su tiempo a recorrer París y sus alrededores para ver si se aplica el maximum.
Segundo intento de Danton, un intento curioso, la verdad, muy poco conocido.
Y fue el Sr. Soboul quien nos lo reveló. Ya sabéis, Albert Soboul, de quien os hablé antes, que es marxista y es ateo.
Yo no soy ni lo uno ni lo otro. Soboul nos aportó una verdadera revelación en su enorme libro de 1.400 páginas titulado «Les sans-culottes parisiens de l’an 2» a propósito de la descristianización.
En octubre y noviembre del 93, se produce lo que yo creía ser una ola de fondo en el proletariado parisino contra el cristianismo.
No contra el clericalismo. Se acabó, ya no hay clericalismo.
Pero ahora, es verdad, veremos las cosas como sigue: Nôtre Dame de París cerrada, transformada en templo de la razón, una persecución religiosa extremadamente violenta.
Yo había creído que eso salía de lo más profundo del pueblo.
Una especie de odio visceral contra un cristianismo mentiroso.
Este señor Soboul, marxista y ateo, que hizo una enorme investigación de las actas de las asambleas populares de París, de los Cordeliers, de los Jacobinos, de todos los pequeños grupos locales de los distritos, declara:
«Estudié todo -es la obra de un benedictino, ¿sabéis?-, en ningún acta de reunión popular nunca vi que tratasen de la descristianización. La descristianización vino de arriba, de un grupo de burgueses dantonistas”
El primero que lanzó la idea fue Fabre d’Églantine. Fabre d’Églantine, que es un estafador que pronto será arrestado, él es quien inventó, ¿sabéis?, el calendario revolucionario, es muy bonito.
Pero entonces, ¿cómo es posible que la Convención vote con entusiasmo y por unanimidad el calendario revolucionario?
Bueno, está bastante claro, dice Soboul: en el antiguo calendario (gregoriano), había domingos, la gente reposaba todos los domingos. Mientras que ahora solo reposarán cada diez días. Entonces, comprendéis, los patrones están felices, los obreros trabajarán dos días más. Ergo: ¡Entusiasmo por el calendario revolucionario!
El pobre obispo constitucional de París, que se llamaba Gobel, será amenazado, se le ordenó dimitir y decirle al día siguiente, el 8 de noviembre, a la Convención:
“He mentido toda mi vida, yo no creía, todo eso (la religión. N del T) son puros chistes…”
¿Quién le pide renegarse a sí mismo? Se trata de Léonard Bourdon, diputado dantonista de la Oise, y de Anacharsis Cloots, que fue un banquero prusiano multimillonario.
¿Quién representará la “Diosa de la Razón” en la iglesia de Nôtre Dame de París? Siempre pensé que había sido una prostituta… ¡Nada de eso! Era una mujer de muy buena compañía que se llamaba Madame Momoro, esposa de un impresor muy rico de París, dantonista también.
Por lo tanto, la operación de descristianización es una tentativa impulsada por Danton para poner a Robespierre en una situación difícil.
Se sabía que Robespierre era un hombre que creía en Dios. Como creía en Dios, Danton dijo de Robespierre:
“Vive en una jesuitería…”
La jesuitería de los Duplay, hay que darse cuenta, ¿eh?…
Entonces, evidentemente, Robespierre protestará, dirá:
“¡No, no debemos llevar a cabo esta persecución!”
Se le podrá acusar entonces como un amigo de la reacción.
¡Pero el populacho no marcha en esa!
Se encuentran fácilmente rufianes para quebrar las cabezas de los santos en las iglesias, se les paga un poco y ya está…
Pero el conjunto de la población parisina no adhiere, al punto que El Diario de París, del cual cité una frase hace un instante (Robespierre que subió a la tribuna y le cortaron la palabra), al ver que la descristianización no prende, escribirá con irritación la siguiente frase:
“Y entonces qué… ¿los hombres del 10 de agosto quieren ir a misa?”
¡Oh no!, no querían ir a misa, pero tampoco querían que se combatiera por ese tema.
Cuando Danton ve que su tentativa no funciona, sube él mismo a la tribuna, después de unas vacaciones que había tomado, y declara:
“Exijo el fin de estas farsas antirreligiosas”.
Segundo intento: fallido.
Tercer intento.
Danton hará un giro completo. El 5 de diciembre de este año 1793, el mismo Danton que había pedido una cabeza por día en el mes de septiembre, se pone a fingir humanitarismo. Y desde la tribuna de la Convención declara:
“Pido que se economice la sangre de los hombres”.
El 5 de diciembre, lanzando a su amiguete Camille Desmoulins con su periódico Le vieux Cordelier en una arriesgada operación, pide la liberación de los sospechosos.
La apertura de las prisiones. En ese momento había unos 200.000 sospechosos en prisión. Era probablemente demasiado.
Yo vi desde muy cerca la Resistencia y la Liberación en Francia. Yo estaba, como todo el mundo sabe, del lado de la Resistencia, pero me sentí muy asqueado por lo que sucedió en el momento de la liberación, cuando vi muy a menudo, ante mis ojos, a personas que no habían hecho nada pero que algunos enemigos personales declaraban colaboracionistas. Y bien, estoy convencido de que sobre los 200.000 encarcelados, debía haber no pocos que estaban allí por denuncias personales, aunque no fueran políticamente peligrosos.
Al punto que Robespierre, en noviembre, había declarado: “es absolutamente necesario clasificar” entre estos 200.000: hay que mirarlos uno por uno y liberar a todos aquellos contra los que no hay nada.
Pero entre esta clasificación de los encarcelados y la liberación total de los 200.000, hay un abismo. Porque entre esos 200.000, pongamos que la mitad eran agentes realistas o Girondinos, era poner inmediatamente en circulación a personas que iban a arruinar la República.
Podéis ver la situación terrible en la que se encontraba Robespierre de un lado. Y los furibundos (enragés) a la manera de Hebert que quieren sangre y más sangre, «gusanos en el árbol». Y del otro lado tienes a un Danton que es la «sierra en el árbol” que intenta destruir la República.
Robespierre tenía motivos para alegrarse y motivos para no alegrarse.
Motivos para alegrarse: la situación militar iba bien y Mallet du Pan, ese ginebrino del que ya os hablé y que había colaborado en el manifiesto de Brunswick, en un informe al Príncipe, -estaba a sueldo –(creo que sí)– de los Príncipes, los Príncipes eso quiere decir los candidatos a rey. Ya sabéis, el futuro Luis XVIII, el futuro Carlos X.
Mallet du Pan, en febrero de 1794 les decía a los enemigos de Francia:
“Debemos reconocer que estamos en el proceso de ‘recibir palizas’, en fin, los franceses están ganando porque nosotros (los austro-prusianos) sólo tenemos soldados materiales».
Es decir, autómatas, robots, indiferentes al destino de la guerra mientras que los soldados de la República, son soldados apasionados, dijo.
Esos soldados que creen que están luchando por ellos mismos o por sus hijos, en realidad tienen tal entusiasmo, tal mordiente, tal moral, que obtienen victorias que nosotros no sabemos cómo lograr.
Luego, en el plano militar: ventaja.
En el ámbito económico, una gran ventaja. A partir del maximum y de una ley que olvidé comentarles, es verdad: pena de muerte contra el agiotaje sobre los Asignados.
Tanto así que cuando Robespierre llegó al poder, el Asignado estaba a 37. Eso quiere decir 100 francos de papel = 37 francos de oro.
Al cabo de siete meses en el poder, ¡Robespierre hizo subir el Asignado de 37 a 74!
Es decir, la cosa funciona.
Pero hay otras cosas que no funcionan. En particular, Robespierre vio ante él a Cambon, jefe del Comité de Finanzas, que hizo una declaración singular. Otra cosa que probablemente no sepáis y que yo no sabía, en fin tal vez sí lo sabíais, estos comités son independientes unos de otros. No creamos que el Comité de Seguridad Pública lo controla todo. Es la Convención la que abarca todo, que lo controla todo, y luego están los comités paralelos. Comité de Seguridad Pública para asuntos generales, Comité de Seguridad General para la policía, Comité de Finanzas y Comité de Subsistencias.
Cambon, el industrial Cambon, está al frente del Comité de Finanzas. El 24 de agosto de 1793 había hecho algo bueno, había creado el Gran Libro de la République, el Gran Libro de la Deuda, como se dice para demostrar que la República Francesa gestiona sus finanzas un poco mejor que la monarquía, excelente.
Pero he aquí que a principios del año 1794 hizo una declaración en la Convención que Robespierre no entendió.
Aquí también hablaré más lentamente (suspiro). Cambon dice:
“Vamos a distinguir entre los acreedores del Estado entre aquellos que reciben menos de 1.000 francos de pensión al año, y los que reciben más de 1.000 francos. Los que reciban una pensión menor se la pagaremos en Asignados, y aquellos que reciben más de 1.000 francos serán pagados en efectivo”.
Entonces Robespierre va a buscar a Cambon y le dice que cree que se equivocó, que es un lapsus y que cree que quiso decir que los más pobres serán pagados en moneda no devaluada.
Cambon lo recibe con violencia diciéndole:
“Ocúpese de lo que le corresponde, en mis asuntos mando yo”.
Robespierre vio lo que hacía Cambon en ese momento.
Y se dice: “Me están saboteando”.
Además, tan pronto como golpeó a los hebertistas (eran principalmente los hebertistas los que dirigían el pequeño ejército revolucionario del que os hablé y que vigilaba el maximum), Barrère pide inmediatamente la supresión del ejército revolucionario, y tan pronto como el ejército revolucionario es suprimido, el maximum será abandonado.
Y uno de los jefes del Comité de Subsistencia, que es amigo del gran comercio, le hará saber a los comerciantes que hará la vista gorda ante la no aplicación del máximo.
Entonces, veis que hay cosas que son positivas y otras que son muy negativas.
Ahora bien, Robespierre está cada vez más enfermo. Ya había pedido vacaciones el 13 de febrero y había regresado al poder el 13 de marzo.
Durante su enfermedad reflexionó y se dijo “como quiera que sea tenemos que avanzar”.
Entonces atacará a Danton.
Robespierre no es un sanguinario, es un hombre al que la guillotina siempre le ha parecido bastante repugnante, pero en fin, la situación es tal que si no se golpea a Danton, ¿qué pasará?…
Pero golpear a Danton es gravísimo, primero que nada conocía personalmente a los hijos de Danton, los amaba. Si se ataca a Danton, se atacará al grupo, a Fabre d’Églantine.
Fabre d’Églantine es un ex pederasta que él, Robespierre, había convertido. Había facilitado su matrimonio y el joven tenía ahora un hijo pequeño. A Robespierre le encantaban los niños. «Así que voy a hacer tres pequeños desdichados, los dos hijos de Danton ya que voy a cortarle la cabeza al padre, y el hijo de Camille Desmoulins y este niño me debe la vida».
Por otro lado, la opinión pública…
Nosotros, ahora a la distancia en que estamos, hacemos distinciones formidables entre un Mirabeau o un Marat por ejemplo. Pero la buena gente de París veía aquello grosso-modo: estaban los amigos del pueblo y los enemigos.
Un hombre como Danton, como Marat, como Robespierre, como Mirabeau, eran todos lo mismo. Era la buena izquierda, ¿no?, los amigos del pueblo.
Entonces, si los republicanos se matan entre ellos… es como “congelar la Revolución”, son las palabras que empleará Saint-Just…
Y bien, Robespierre se dijo: “Tenemos que hacerlo…”
El 5 de abril de 1794, Danton y sus camaradas fueron guillotinados.
Robespierre está postrado. Entonces, como ve que todo ha terminado, en fin que tiene la impresión de que o lo van a matar, o bien la fiebre que lo mina se lo llevará, decide avanzar a marchas forzadas, es decir, vaciar el fondo del saco, es decir explicarle a los miembros de la Convención la idea que madura en su cabeza.
Quizás lo sepáis, escribí un libro llamado “Los motivos ocultos de Jaurès”, se podría escribir un libro sobre los motivos ocultos de Jean-Jacques Rousseau, no se puede explicar el Contrato Social si no se conoce la Profesión de Fe del Vicario de Saboya, y hay un motivo oculto de Robespierre.
En los tres casos, Jean-Jacques Rousseau, Jaurès, Robespierre, es el mismo motivo oculto.
Entonces Robespierre, en dos discursos pronunciados en la primavera de 1794, explicará su objetivo final. Grosso-modo, ¿cuál es ese motivo oculto? Bueno, estas tres personas de las que hablo, que parecen ocuparse de asuntos sociales y políticos, piensan todas que lo importante no es la Constitución de una Nación, esta Constitución debe servir al individuo.
El objetivo no es una organización social más equitativa.
El objetivo es permitirle al individuo humano, como decía Jean-Jacques Rousseau, alcanzar su destino.
Tened, por ejemplo, cuando Jaurès dirá:
«Bajo el régimen capitalista, el individuo está hundido en la materia hasta el corazón bajo el aplastamiento económico y bajo la obsesión militar”. “Quiero, -decía Jaurès-, intentar construir una ciudad de esperanza donde ‘el hombre perciba que las estrellas existen’”.
Lo mismo ocurre con Robespierre. Pronunciará un discurso que recopié parcialmente, perdonadme, tomará un minuto y medio, pero tengo que leeros esto:
«Queremos una Patria que proporcione trabajo -que proporcione trabajo- a todos los ciudadanos, o medios de vida a aquellos que no pueden trabajar. Queremos una ciudad donde las transacciones serán la circulación de la riqueza y no el medio para algunos de una opulencia basada en la miseria ajena. Queremos una organización humana (esa es la puerilidad de Robespierre – HG), queremos una organización humana donde las malas pasiones estarán encadenadas: el egoísmo, la avaricia, la maldad. Queremos sustituir el decoro por la rectitud, sustituir el desdeño por la desgracia por el desdeño del (me gusta más el resto – HG), sustituir la gente de ‘buena compañía’ por las buenas gentes. Queremos un hogar de los hombres en el que todas las almas se engrandezcan, queremos realizar los destinos de la humanidad.»
Y después de este discurso, es donde hace su proposición, descabellada tal vez, donde dice:
«Me gustaría que la nación francesa reconociera la existencia de un Ser Supremo. Porque si la nación francesa reconoce la existencia de un Ser Supremo, la primera consecuencia de esta proclamación será que la nación francesa se comprometerá al mismo tiempo a trabajar por la Justicia, a defender a los oprimidos y a respetar a los miserables”.
De manera que, efectivamente, el día de Pentecostés, -eso le será bastante criticado-, pero en el nuevo calendario no aparecía (era el 10 de Prairial), el día de Pentecostés de 1794 habrá esta Fiesta del Ser Supremo. La mayoría de los libros que he leído la ridiculizan. Y comprendo que tiene lados ridículos. Robespierre le había pedido la organización material o artística del Festival a un señor llamado David, a quien conocéis, que confundía la grandeza con lo grandioso.
Entonces David decidió colocar una enorme estatua del Ateísmo en el Campo de Marte, que luego sería quemada porque estaría hecha de cartón. Pero dentro habría una estatua sólida que sería la estatua de la Sabiduría Humana. Entonces os podéis imaginar el truco, quemaron el Ateísmo y cuando apareció la Sabiduría Humana, se veía bastante carbonizada (risas en la audiencia).
También le dieron a los niños de París pequeñas historias para cantar. Todos esos pobres niños habían aprendido en las escuelas cánticos laicos y completamente idiotas.
No hay que fijarse en eso, e intentar comprender qué quiso hacer ese día.
Renan cuenta en sus recuerdos de infancia y juventud que, cuando era niño, vio a un anciano que le había mostrado, sacándoles de un cajón, tres espigas de trigo que por supuesto ya eran casi polvo.
Y este viejo tipo le dijo al pequeño Renan «mira pequeño, estas espigas de trigo vienen de la Fiesta del Ser Supremo». A todos los niños de París se habían dado tres espigas de trigo ese día, porque eso tenía un significado. Y como el pequeño Renan no entendía nada, claro, era un niño, el viejo decía: «era hermoso pequeño, no puedes saber lo hermoso que era».
Así que intentaré haceros entender por qué era hermoso.
Había al menos 300.000 personas allí, reunidas en el Campo de Marte. ¿Por qué el Campo de Marte? Porque fue allí que ocurrió lo del 17 de julio de 1791, cuando los poderosos masacraron a los miserables. Entonces Robespierre había decidido:
“Haremos la fiesta allí para que nunca jamás vuelva a suceder algo parecido”.
Era, por turno, el presidente de la Convención, se había vestido muy bien, penacho tricolor, y luego Éléonore, que estaba enamorada de él, le había regalado un ramo de flores. También llevaba un ramo de flores en la mano, ¡un gran ramo tricolor! Había rosas, margaritas y acianos (azules).
Iba delante de la Convención que estaba detrás de él, rodeado por una especie de cinturón tricolor, una cinta tricolor que rodeaba a los 700 diputados. Caminaba unos 20 pasos por delante. Lo devoraba la fiebre, lo que hacía que, de vez en cuando, los testigos dijesen que estaba todo rojo o que estaba todo pálido. Avanzó con su ramo, rodeado de vítores. La gente gritaba “¡Viva Robespierre!” y él estaba muy triste, mirando al suelo con una pobre sonrisa, miraba tímidamente a derecha e izquierda, como diciéndole a la gente «¡No!, no hay que gritar viva Robespierre, hay que gritar viva la República !» (suspiro).
Luego pronunció su discurso, explicó lo qué era para él el “Ser Supremo”. No había osado decir Dios. ¡Ah! ¡Lo comprendo, es una sílaba fatigante, un fonema desgastado, una sílaba muerta! Entonces intentó decir lo que decía Jean-Jacques Rousseau: el Ser Supremo, cualquiera fuese el nombre…
Creo que si a cierto número de personas se les hizo un nudo en la garganta ese día, fue porque, en mi opinión, era la primera vez que un gobernante le hablaba de Dios a la gente con otra finalidad que no fuera engañarlas y esclavizarlas (aplausos en la audiencia)
Esperad, esperad…
Robespierre firmó ese día su sentencia de muerte. Había mucha gente que lo odiaba. En primer lugar estaba «el Vientre» (el ‘centro’) como dicen, ya sabéis, por oposición a «La Montaña» estaba «el Marais», «El Vientre» de la Convención, es decir los notables, que no le perdonaban su maximum.
Estaban los horribles procónsules como Carrier, ¿sabéis?, los matrimonios republicanos, como Freon, como Barras, como Tallien a quienes había hecho llamar y estaban enojados con él hasta la muerte.
Había Carnot…
Francia, mi país, había obtenido un éxito militar en Fleurus, fue el 25 de junio, creo, de 1794. Entonces Robespierre dijo: «¡Paramos!» puesto que ya no hay ningún extranjero en territorio francés.
Y Carnot se enfureció diciendo: «¡¿Parar?! ¡Justo cuando la guerra va a dar frutos!»
Y el 13 de julio de 1794, Carnot envió el siguiente despacho a Pichegru para su entrada en Bélgica:
«Vais a entrar en Bélgica, tomad todo, debemos vaciar el país».
Y Robespierre le dijo:
“¡Pero… es deshonroso, es la vergüenza de la República!”
Carnot se pasó inmediatamente al lado de quienes deciden matar a Robespierre (gran suspiro).
No podemos matarlo mientras tenga los suburbios con él. El populacho lo ama, así que si tocamos a Robespierre, habrá una insurrección.
Entonces, ¿qué van a hacer sus enemigos? Sus enemigos son todopoderosos en el Comité de Seguridad General y Robespierre intentará pedir dos veces la revocación de Fouquier-Tinville, que hace caer todas las cabezas, ya sabéis, y a quien Robespierre considera una persona espantosa.
Cifras: el Tribunal Revolucionario, desde su creación hasta ahora (junio de 1794), el Tribunal Revolucionario hizo caer 1.200 cabezas en 6 meses. En 40 días caerán 1.876 cabezas, ¡en 40 días!
¿Por qué ? Para que se pueda decir que es Robespierre, visto que pasaba por ser el número uno, quien transforma la guillotina en un instrumento de locura.
Y es Lamartine, en mi opinión, quien dirá la frase más penetrante sobre este tema; nunca la he visto reproducida. Está en «Les Girondins» de Lamartine, que son mucho más interesantes de lo que se imagina:
«Lo cubrieron durante cuarenta días con la sangre que derramaron para arruinarlo».
Y, de hecho, en la opinión pública corre el rumor de que «Robespierre se volvió loco de rabia, y hace matar a la gente!»
Había habido un atentado. Un hombre llamado Admiraut que había intentado matar a Robespierre desde lejos. Estaba una pequeña Cécile Renault que había sido detenida con dos navajas, ella había dicho «sí, es verdad, quiero matar a Robespierre».
De modo que hicieron pasar cincuenta personas por la guillotina de una vez, algo nunca visto.
Vestidos con la camisa roja de los parricidas, para poder decir: «parricidas» porque el Padre de la Patria, Robespierre, decidió que hacían falta cincuenta personas cuando se levantó, desde lejos, una mano contra él.
El obispo Gobel y Chaumette fueron ejecutados en la guillotina. ¿Con qué cargo? Escuchadme bien: ¡inculpados de Ateísmo! Como si Robespierre, ahora transformado en inquisidor, un Torquemada, quisiera enviar a la guillotina a quienes, metafísicamente, no pensaban como él.
¡Y nunca se le había ocurrido eso a Robespierre!
Ya está! ¡Ahora lo tenemos! Van a hacer «el nuevo maximum», (el 21 de julio, ¿eh?, estamos muy cerca, ya que caerá el día 27)
El 21 de julio, nuevo máximo, ¡oh, no!
¡¿Qué nuevo máximo?!
El maximum de salarios.
¡Porque Robespierre, para las fábricas nacionales de armamento, había aumentado considerablemente los salarios, y el 21 de julio de 1794 la Convención decidió bajar los salarios en un 30, 40 y 50%!
Ahora bien, como todavía se cree que es Robespierre quien dirige todo, los obreros parisinos dicen «¡Pero… nos abandona! ¡Envía a la guillotina gente como nosotros, reduce los salarios al 50%!»
Entonces, entonces pueden atacar… [gran suspiro]
Robespierre volvió a enfermarse el 14 de junio. Y podéis imaginar que un hombre como él era vigilado (sin aliento), entonces, si hay ahí uno de esos pequeños detalles… (todavía tengo para 7 a 8 minutos, perdonadme) (gran suspiro) Es una vez más un pequeño detalle que me interesa mucho: lo seguían, podéis imaginarlo, Robespierre: no había gorilas, no, pero había gente que lo espiaba.
Entonces encontré el detalle siguiente: después de ocho días en casa sin salir, Robespierre reapareció afuera. Era la primavera del 94, una primavera formidable, en fin radiante.
El campo, en esa época, estaba justo al lado de París, en diez minutos estabas en el campo.
Entonces Robespierre, que se tambaleaba sobre sus piernas pero no quería mostrarlo, salía con su perro. Tenía un perro grande llamado «Brount», cuya cabeza era bastante alta, y él era pequeño.
Los policías que vigilaban a Robespierre dicen:
«Vemos que se apoya en la cabeza de su perro de vez en cuando como si tuviera un bastón para sostenerse mientras camina».
¿Y dónde va?
Va a un cuerno de bosque, dice el informe, eso quiere decir, pienso yo, un bosquecillo en punta, que daba sobre una pendiente que descendía hacia el Sena. Y allí, Robespierre permanece durante horas sentado al sol, con las manos en la hierba, su perro echado a su alrededor y con la cabeza echada hacia atrás.
El 26 de julio -se acabó, ¿eh?-, el 26 de julio, Robespierre aparece bruscamente en la Convención. Emoción… ¿Qué va a decir? Y él dice:
“Tengo las manos atadas, pero todavía no tengo una mordaza en la boca, de modo que tengo algunas cosas que decir antes de morir”. Cuando la República cae en determinadas manos, son esas manos las que llevan a cabo la contrarrevolución”.
“¿Qué queréis que hagamos cuando el responsable de la finanzas -(esta vez va directo al blanco, ¿eh?, Cambon)- cuando el responsable de las finanzas fomenta el agiotaje, favorece a los ricos y desespera al pobre?”
“Ya estoy harto de vivir, -dice Robespierre-, en un mundo donde la honestidad es siempre víctima de la intriga y donde la Justicia es una mentira.”
Bueno… pronuncia su discurso, al día siguiente ya está: es 27 de julio.
Durante la noche (sin aliento) los conspiradores, es decir Sièyes y los otros, fueron a ver a la mayor parte de los diputados diciendo: «el discurso de Robespierre es sólo el preludio de ‘una nueva caída de cabezas’ y tú (le dicen eso individualmente a cada uno), y tú estás en la lista que Robespierre quiere matar mañana”.
Así, cuando al día siguiente, el 27 de julio por la tarde, Saint-Just sube a la tribuna para apoyar a Robespierre, no le permitieron hablar. Fue Tallien quien le dio un empujón realmente. ¿Sabéis?, la tribuna de la Convención era muy pequeña. Saint-Just estaba allí, llega Tallien y le da un empujón con el hombro para hacerlo caer de la tribuna. El otro aguanta, el propio Robespierre baja entre las filas de asientos, son tres en ese espacio tan pequeño y Tallien, que había preparado su escenario, saca un espadín de su bolsillo, en fin un cuchillo, lo levanta por encima de la cabeza de Robespierre y le grita a la Asamblea:
«¡Si no votáis por el arresto del dictador, lo mato delante de ustedes!»
El escenario estaba listo, todo el mundo grita «¡Abajo el dictador! ¡Abajo el nuevo Cromwell!»
Detención de Robespierre. Entonces, ahí, detalle que conocéis, es muy bonito, Le Bas, que era casi su cuñado, que se había casado con Élisabeth, dijo: «¡Si arrestáis a Robespierre, pido que me arrestéis a mi también!»
Ah, bueno, está bien… Si quieres…
Y luego “Bonbon”, Agustin, el pequeño, era el más joven, tenía 26 años y parecía tener 20, Agustin dice: «¡Si detenéis a Maximilien, entonces a mí también!»
Para eso no hay problemas…
Detienen también al pequeño Agustin.
Entonces, detienen a Robespierre.
Henriot, que dirigía la Guardia Nacional, que ahora es republicana y plebeya, le arrebata Robespierre a los gendarmes.
Lo encierran en el Ayuntamiento, y llaman al pueblo esperando que los arrabales se levanten.
Había 48 secciones en París, y sólo hay 17 que responderán de 48, nada más…
3.500 personas se reúnen frente al Hôtel de Ville.
¿Qué queréis hacer con 3.500 personas?
Robespierre se niega a enviarlos al matadero.
Le dijeron: “¡pero firma una orden, que ataquen!”
Robespierre dice «¡No! Basta de sangre, además todo está arruinado, todo está perdido».
De modo tal que, estos 3.500 pobres tipos a los que ni siquiera les dan un pan, ni un vaso de vino, se van. En la noche del 27 al 28, a las 02:30 hrs., ya no queda nadie para proteger a Robespierre que está en la gran sala del Ayuntamiento.
Fue entonces cuando Leonard Bourdon, «heroico», al frente de 14 gendarmes, decidió echarle el guante a Robespierre.
La tradición dice que se trata de un gendarme cuyo nombre es incierto. Algunos dicen «Meda», otros dicen «Merda», yo preferiría la segunda solución…
El policía Merda le disparará a Robespierre con un revólver y le romperá la mandíbula.
Bonbon, Agustín, se asusta… El 28 de julio hace mucho calor, salta por la ventana, que está abierta, y se rompe las piernas. En cuanto a Le Bas… se suicida.
Y los gendarmes, a los que probablemente les gustaba divertirse, tomaron a Couthon que estaba allí. Couthon, ya sabéis, es un paralítico, está en su silla de ruedas.
Y van y lo tiran desde lo alto de la gran escalera del Ayuntamiento para ver algunas unas piruetas divertidas.
Lo que le permitirá al Sr. Gaxotte, de la Academia Francesa, escribir:
“Y, al pie de la escalera, Couthon se hacía el muerto…”
Y luego vendrán las 106, – ¿me oís? – ¡las 106 ejecuciones!
“Es la liberación de París”, como escribió el Sr. Bessand-Massenet en su libro de 1946.
Habían reservado a Robespierre para el final, desde luego, para que pudiera disfrutar del espectáculo.
Y como tenía la mandíbula rota y llevaba una especie de venda alrededor de la cabeza, para guillotinarlo tuvieron que quitarle la venda. Entonces, en el momento en que, delante de la guillotina, le arrancan la venda, todos ven esa boca abierta y ensangrentada de la que se escapa un alarido…
¡Bueno, se terminó! La Revolución “inaceptable” ha terminado. Ya no habrá un maximum.
Boissy d’Anglas se alzará buscando los aplausos del “Vientre” para anunciar que se restablece el censo, se elimina el sufragio universal, y Boissy d’Anglas pronuncia estas palabras «admirables»:
«Un país gobernado por los propietarios… eso está en el orden social».
La pobre Madame de Staël, que había tenido que cerrar su salón, podrá finalmente reabrirlo, volverá de Coppet con Benjamin Constant en su equipaje, los bolsillos llenos de jugosos francos suizos (risas en la audiencia).
Entonces, ya casi terminé. ¿Cuál es la conclusión?
Se me acusa cada vez más de ser maniqueo: está el blanco y el negro, está el bien y el mal, todo lo que es de izquierda es el bien.
Robespierre un santito… No hay un santito. Robespierre es alguien cuyos defectos conozco perfectamente. Muy orgulloso, bastante insoportable, capaz de odiar.
Había un sacerdote al que detestaba, que se llamaba el abate Jacques Roux, que formaba parte de los furibundos (enragés), que era un cura de ultraizquierda.
No sé por qué Robespierre lo persiguió con verdadera ferocidad. Este sacerdote acabó suicidándose en prisión porque Robespierre lo perseguía mucho.
Sé también que Robespierre es un hombre manchado de sangre: votó la muerte de Luis XVI y votó otras muertes.
Si tuviera que elegir, por ejemplo, entre Gandhi y Robespierre, seguro que no elegiría a Robespierre.
Pero, para terminar, quisiera aportaros una cita inesperada de Graham Greene (jadeando).
Está en «Los Comediantes». Al final de The Comedians, Graham Greene pone en escena un pequeño cura de la República Dominicana, tan insignificante que no tenía nombre, y a un médico comunista llamado Doctor Magiot (jadeando). Y compara la violencia y la indiferencia.
El pequeño sacerdote dice:
«La violencia puede ser una forma de amor, puede ser un rostro indignado del amor. La violencia es una imperfección de la caridad, pero la indiferencia es la perfección del egoísmo».
En cuanto al doctor Magiot, el comunista, dirá:
«Preferiría -en condicional, ¿eh?- ¡Preferiría tener sangre en mis manos que agua de la palangana de Poncio Pilatos!»
Peguy distinguió a grandes rasgos a los hombres en dos grupos: Decía:
«Hay quienes sólo se preocupan por su sexo y su cuenta bancaria. A eso lo llamo el mar muerto», decía.
“Y luego están aquellos que se ocupan un poco -¡¡un poquito!- de algo más que de su placer y de su dinero”. “Y luego, en el límite”, -dijo retomando a Pascal-, “en el límite, están los testigos que son asesinados”.
Y bien, creo que yo no pedí la historia y no os he ocultado nada, he tratado de ser leal: para mí, Robespierre es un testigo que fue asesinado.
(largos aplausos…)
Conferencia de Henri Guillemin sobre Robespierre – Preguntas y respuestas
HG: Entonces, adelante por favor, me encantaría que algunas personas me hiciesen algunas preguntas…
Auditor 1: Escuche, me temo que su respuesta no pueda ser ni precisa ni corta, en fin, si Ud no desea responder… no responda. Hay dos acontecimientos de la Revolución, en realidad un acontecimiento y un personaje de la Revolución de los que Ud. no habló, las masacres de septiembre y Marat. Entonces, si Ud pudiese precisar un poquito cómo se insertan en su conferencia me gustaría escucharlo.
HG: Veamos, lo que fueron las masacres de septiembre… Y bien, se recuerda Ud., la situación es la siguiente: los austro-prusianos, sobre todo los prusianos, terminaron por avanzar… Se acaba de saber que Verdun cayó (en sus manos), era la última ciudadela que podía defender París. Entonces en ese momento se produce algo que no conocemos muy bien, y que yo le voy a decir: cantidades de aristócratas habían sido arrestados y estaban en prisión. Esa gente tenía el derecho de pedir (comprar) al exterior sus comidas y habían organizado, apenas conocida la noticia de la caída de Verdun, habían organizado grandes fiestas en las prisiones. Esas fiestas se produjeron con tumulto, todo eso se escuchaba desde afuera, y desde hacía varios días cantidades de jóvenes se enrolaban como voluntarios, era el momento en que Danton había lanzado su famoso grito, Ud. sabe: “Audacia, más audacia, siempre audacia”.
Aquí abro un paréntesis, -no olvidaré a Marat-, abro un paréntesis para decir que lo de Danton fue un grito artificial y ficticio porque Danton estaba negociando secretamente, entre bambalinas, con los austro-prusianos para que no hubiese combate. Efectivamente , ¿sabe Ud. lo que pasará?, nosotros los franceses estaremos frente a los prusianos en Valmy pero la batalla no tendrá lugar.
Brunschwig que fue, tal vez, comprado, o que tiene otras razones, no lanzará la infantería prusiana. Entonces, cuando Danton dice “Hay que ir a luchar, hay que enrolarse”, es sobre todo para librar París de los elementos más tumultuosos. Y cuando anuncia que se trata de súper patriotismo, no le creáis, porque estaba negociando la entrega de parte del territorio francés. Bien, están todos estos aristócratas que hacen sus grandes festines en las prisiones y cantan canciones en honor de aquellos que vendrán a liberarles. Se producen en ese momento, de manera muy organizada por lo demás, esas masacres. Sobre todo las mujeres, los padres de aquellos que se enrolaron, entran en las prisiones para cortarle el cuello a esa gente que canta victoria cuando sus hijos están muriendo. Hay ahí una organización que dura 48 horas al menos, en que sección por sección, prisión por prisión, entran y matan. Danton era en ese momento el ministro de Justicia. Cuando vienen a decirle que tratara de parar esas masacres, él responde: “No, los prisioneros no me interesan”.
Es un momento horrible, espantoso, de la Revolución Francesa, pero le doy la explicación, había, para decirlo así, una provocación de esos aristócratas franceses que se alegraban al ver llegar a los extranjeros.
Es todo lo que puedo decirle, grosso modo, sobre las masacres de septiembre.
Marat… Marat es un hombre del que pienso que podemos, al menos parcialmente, rehabilitar la figura. ¿Sabe Ud.?, el señor Massin que hizo también un libro sobre Marat, él que hizo un bello libro sobre Robespierre… Marat era, al menos, desinteresado, al respecto no hay ningún problema: no era alguien que hubiesen podido comprar, que vivía en la pobreza. Por otra parte, en abril 1791 Marat había hecho algo que me conmueve. Entre las cosas que debía decir, pero que corté porque ya era demasiado largo, quería hablaros de un discurso del 8 Floreal me parece, ¡18 Floreal!, 18 Floreal Año II, de Robespierre. Este discurso es un ataque extremadamente violento contra Voltaire.
Había dicho, la filosofía de Voltaire, -no sé si voy a balbucear porque no he vuelto a ver ese texto-, esa especie de filosofía práctica que reduciendo el egoísmo a un sistema considera la sociedad como una guerra de engaños, el éxito como la regla de lo justo y de lo injusto, el mundo como el patrimonio de los bribones hábiles… He ahí la moral de Cándido, decía Robespierre.
En abril 1791, cuando la Constituyente había decidido llevar las cenizas de Voltaire al Panteón, excluyendo las de Jean-Jacques (Rousseau), -que no serán llevadas allí por Robespierre sino en 1794, Marat había hecho un texto muy interesante en su diario El Amigo del Pueblo, para decir “¿Cómo osáis vosotros, vosotros, constituyentes, que os llamáis hombres de la libertad, cómo osáis panteonizar a Voltaire, que era un hombre que siempre se arrastró a los pies de los poderosos, y cuya filosofía política es la que ya os comenté hace un momento, me dan ganas de repetir esta frase, nunca nadie la cita jamás, ella es extraordinaria, en fin, de limpidez:
“Un país bien organizado es aquel en el que una minoría hace trabajar a la mayoría, se hace alimentar por ella, y la gobierna”.
Y bien, Marat conocía eso. Marat se había alzado contra la panteonización de Voltaire. Ahora bien, su asesinato fue lamentable, porque esta joven, Charlotte Corday, entró en su casa diciendo que venía a hablarle de los intereses de la República, ella venía de… Caen, sí, en donde había un pequeño ejército constituido por los Girondinos, ella simuló ser alguien que venía a prevenir a uno de los defensores de la República de que había peligro en Caen. Y él (Marat) la hizo entrar de buena fe, diciéndose que esa joven era una revolucionaria, alguien que venía a ayudar, y ella lo apuñaló, como sabéis, en su bañera. Ciertamente el hombre tenía sus defectos, para comenzar era horrible de ver, porque estaba cubierto de pústulas, eso atentó mucho contra su reputación porque se veía sucio, aunque se lavara parecía siempre repugnante, había ciertamente violencia en él, era alguien que no era como Robespierre, que temía más bien la muerte del prójimo. Marat era un guillotinador, es verdad, pero creo que había en él, al menos, una independencia de espíritu y una probidad inatacables. He ahí rápidamente lo que puedo responder a sus preguntas.
Auditor 2: Robespierre introdujo el culto del Ser Supremo… ¿Cómo describió él ese Ser Supremo?
HG: Oh… No hay en él ninguna descripción del Ser Supremo, él dice simplemente, repitiendo lo de Jean-Jacques Rousseau “hay un Ser de los seres”, ¿sabe Ud?, eso quiere decir, “un Ser de los seres”, nosotros existimos, la vida es una realidad, esta vida no puede explicarse sino con un primer origen de la vida, ese primer origen de la vida es lo que llamaría el Ser Supremo. No voy a entrar en una discusión metafísica sobre eso… lo que me interesó, lo dije hace un instante, Robespierre sabía que esa palabra “Dios” era ya una palabra comprometida, que la habían puesto en todas las salsas y era capaz de repugnarle a montones de gente, y buscaba otro vocabulario. Como había hecho Jean-Jacques en su “Profesión de fe del vicario saboyardo”. Robespierre era francmasón, y los masones de la época eran espiritualistas, profundamente espiritualistas, y Robespierre creía realmente en la existencia de un poder de Amor, en su opinión, un Ser infinito del cual el Hombre es la emanación, y a la que el individuo puede unirse si dedica su vida a la Verdad y a la Justicia. Era, si vosotros queréis, un aspecto infantil, pueril, había en Robespierre un lado de infantilismo, pero yo no puedo definir el Ser Supremo porque él mismo no dio ninguna definición. ¿Basta como respuesta?
Auditor 3: ¿Qué se sabe de Augustin, el… ?
HG: Bah… no sé nada, era un buen tipo que tenía 26 años, el más joven diputado de Francia, tenía una prodigiosa admiración por su hermano… ¡Ah! Sí hay algo interesante sobre Augustin y por consiguiente para nuestra historia, Ud. sabe que Augustin fue enviado en misión, una verdadera misión, eran miembros de la Convención que iban a ver lo que ocurría en las provincias… Augustin había sido enviado en misión a la Provenza, y en ese momento Bonaparte había llegado de Córcega,
el 13 de junio de 1794 me parece, había entrado en territorio francés, y era muy astuto ese Bonaparte que en ese momento solo era capitán, y quería ascender y cuando supo que el representante de la Convención en misión en la región de Provenza era el hermano de Robespierre, imagínese si no le lamió botas a Augustin, y hay una carta de Augustin a su hermano Maximilien que dice “encontré un republicano incuestionable, cuyas propiedades fueron saqueadas por el horrible Paoli”, ¿sabéis?, Paoli era el corso que…, etc., y era la política de Bonaparte en ese momento, iba a ver a todos los republicanos para decirles “como yo soy un republicano incuestionable, Paoli que no es republicano tomó mis propiedades tenéis que darme indemnizaciones”, os aseguro ya había palpado mucho, y logró persuadir al pequeño Augustin de que era un republicano de primera, y Augustin le había enviado una carta a su hermano Maximilien recomendando a este magnífico republicano, y ¿qué decía además? el artillero, esperad… el artillero más calificado para tomar el mando de las tropas en Toulon. Y es a causa de la intervención de Bonbon, en fin de Augustin que Napoleón tomará el mando de la artillería en Toulon y efectivamente contribuirá a la liberación de Toulon de los anglo, en fin, de los anglo-burgueses porque había sido la burguesía de Toulon la que había llamado a los ingleses por intermedio de los almirantes. Aparte esto, Bonbon no hizo nada particular, que yo sepa.
Auditor 4: Yo quisiera saber cuál es el papel de Saint-Just de quien Ud nos habló muy brevemente…
HG: Saint-Just se ocupó sobre todo de asuntos militares… No obstante, Saint-Just hizo otra cosa, que había excitado prodigiosamente Le Ventre, Le Marais (el Centro) contra él, había pedido que los bienes de los aristócratas fuesen donados a los pobres de cada Comuna. Hasta ese momento los bienes -decomisados- de los aristócratas habían sido vendidos, ¿sabéis?, los bienes de la Iglesia habían sido vendidos, lo que había permitido a la burguesía de negocios hacer operaciones admirables, habían adquirido por casi nada bienes eclesiásticos, como Danton. Pero Saint-Just osó decir: “He aquí bienes que pertenecen a tal o cual aristócrata, esas propiedades serán donadas a los indigentes”. Eso había producido alaridos… Sièyes dijo: “es un atentado a la noción de propiedad, se puede embargar una propiedad para revenderla, pero no se puede tomar una propiedad y donarla”. He ahí uno de los actos de Saint-Just, menos conocido que sus acciones militares. Pero es sobre todo su trabajo con… Hoche, con Hoche en Strasbourg que es notable. Saint-Just -mucho más que Carnot- se ocupaba de estrategia, de reconstituir el ejército, y creo poder decir que Robespierre se interesaba menos de asuntos militares que Saint-Just, y un libro honesto sobre la Revolución Francesa pondría a Saint-Just adelante, mucho más que a Carnot. Es todo lo que puedo decirle sobre Saint-Just, que no he estudiado a fondo.
Auditor 5: ¿Se puede definir la toma de consciencia política de los franceses de entonces, y en particular de los parisinos?
HG: Definir la conciencia, ¿qué quiere decir?
Auditor 5: La toma de conciencia política…
HG: Oh…no muy, muy poco ¿sabe Ud? Yo creo, primero que nada, que el pensamiento político de Robespierre era corto. Era la política del Contrato Social, del punto de vista de la propiedad la idea era la repartición de la propiedad en pequeñas parcelas sobre todo rurales, él quería que las grandes ciudades se descongestionasen, era ya una idea curiosa… No creo que se pueda decir, sí, no creo que se pueda decir que había una toma de consciencia… fuera de algunos en los Clubes. Había dos suertes de reuniones políticas en París, los Clubes propiamente dichos, o sea los Cordeliers y los Jacobinos, y luego había lo que estudió el Sr. Soboul, las Asambleas Populares. París estaba dividido en 48 Secciones, y los militantes -la palabra aun no estaba de moda- las gentes que estaban apasionadas por la República, por la Revolución, se reunían en esas Asambleas locales, y debatían los temas. No era siempre muy interesante, el Sr. Soboul dice que se vio obligado a leer miles de páginas que se repiten, donde tipos que no tenían responsabilidades proponían a veces ideas locas, todo lo que puedo decir es que una muy pequeña parte de la población parisina y una parte aún más ínfima de la población rural, comenzó a seguir el consejo de Robespierre, es decir abrir los ojos sobre las causas de la miseria, pero a mi modo de ver, tal vez voy demasiado lejos, a mi modo de ver Robespierre aún no había percibido cuales eran las causas de la miseria. Él no había visto el “sistema”, lo que llamaré grosso modo -y os pido excusas, es mi idea- el sistema de hacer ricos con el dinero de los pobres. Y bien, no había visto cómo funcionaba. Tanto y tan bien que no se puede hablar de una toma de consciencia social en torno a Robespierre… Se puede hablar de una toma de consciencia muy limitada, reducida a un muy pequeño grupo de gente, de una toma de consciencia política, a saber, el avasallamiento de la nación por un pequeño grupo bien instalado, pero no de consciencia social y económica. Grosso modo, es lo que puedo responderle. Y muy pequeño el grupo, muy poco numeroso, la gente que comienza a tomar consciencia… A partir de Babeuf eso va a cambiar, Babeuf es en 1795, ¿sabe?, Los babuvistas (seguidores de Babeuf. N del T), un tipo como Sylvain Maréchal, por ejemplo, y Darthé, que se apuñalará para no ir a la guillotina, eran gente que planteará el problema económico como Robespierre no supo plantearlo. Y está el pequeño grupo de babuvistas que representará -si Ud. quiere- en la primera Revolución algo que no se encontrará ni siquiera en 1848, pero que encontraremos en el momento de la Comuna. Los babuvistas están muy avanzados en el siglo, y muy avanzados con relación a Robespierre. Ellos son, tal vez, los primeros colectivistas. Pero en torno a Robespierre, toma de consciencia apenas política, pero no económica.
Auditor 6: ¿Había otros Clubes de los Jacobinos en las provincias, en las grandes ciudades?
HG: Ah sí, los Jacobinos crecían en todas partes. En todas las ciudades había un Club de Jacobinos. No sé si existe una Historia -yo no la he leído- de los Jacobinos de provincia, pero puedo afirmarle que, efectivamente, había una especie de francmasonería, en fin una red de Jacobinos en toda Francia, y cuando Robespierre hacía un discurso, el discurso era impreso en los Jacobinos para ser enviado a todas las células. Había ahí una influencia nacional de lo que tenía lugar en el Club parisino de los Jacobinos.
Auditor 7: ¿Se puede detectar en Robespierre una suerte de política de equilibrio, de doble juego, como se quiera, que consiste en luchar contra la fracción más Girondina, pidiendo el apoyo de “los brazos desnudos”, de los obreros, de los artesanos, de los campesinos, manteniendo al mismo tiempo ese apoyo en límites razonables, que no ponga en peligro los fundamentos del derecho de propiedad, por ejemplo, es un poco lo que pretende Guérin (Patrick Guérin. N del T) en su libro, es exagerado todo eso?
HG: Él simplificó mucho las cosas, en su libro… “La República de los brazos desnudos”, así se llama su libro, ¿no?, …en particular no hay modo de decir que Robespierre se apoya en tal clan contra tal otro, dado que dos clanes que sin embargo se odiaban, quiero decir los Hebertistas, que llamaban los furibundos (les enragés), y el clan de los Dantonistas, que en el fondo eran los moderados, se odiaban entre sí pero estaban unidos en el odio a Robespierre. No podía jugar el uno contra el otro porque los dos lo detestaban igualmente. Ah… Jacques Roux, era un furibundo Jacques Roux… pero no lo estudié mucho, el Sr. Demmonget (Maurice Dommanget. N del T) hizo un libro al parecer sobre Jacques Roux, que no he leído. No pienso que fuese un bastardo, quiero decir, perdonadme la expresión… Hébert era un personaje despreciable, porque Hébert se hacía 30 mil libras por mes, era un hombre extremadamente aristocrático, de aspecto muy distinguido y empleaba, ¿sabéis?, un vocabulario inmundo que él creía que le gustaría a la plebe, quería ponerse al nivel de las pobres gentes, y ponía palabras soeces en todas partes, Ud. recuerda su estilo. El abate Jacques Roux no era así… Era, al parecer un suerte de santo local, era un tipo que estaba rodeado en su distrito, no recuerdo cuál, en el centro de Paris, de una gran veneración. No obstante, respondo mal a su pregunta pero hay algo que quiero decir de Jacques Roux, una de las razones que tenía Robespierre para odiarle -una palabra que no me gusta pero quizás…- es esto: cuando Louis XVI subió a la guillotina, sabéis tal vez que Louis XVI pidió un sacerdote no juramentado, habían encontrado uno en Paris porque no era francés, era un cura irlandés, y que por consiguiente no había sido obligado a prestar juramento de sumisión a la Constitución Civil del clero. Pero… no había sólo ese cura irlandés y católico en el patíbulo, estaba también el abate Jacques Roux. No sé porqué había subido pero estaba allí, al lado de Louis XVI en el momento en que le iban a cortar la cabeza a Louis XVI. Y Louis XVI giró la cabeza hacia ese cura francés, que no estaba vestido de cura, pero
él sabía que era un cura y le pidió algo… le pidió, creo, llevarle a su mujer algunas palabras, en fin, una frase cualquiera, y ese cura le había respondido con una horrible insolencia, a ese hombre que no se debía considerar como el rey sino que era simplemente alguien al que le iban a cortar la cabeza, un hombre que un segundo más tarde estaría muerto… el abate Jacques Roux, sin piedad, con una cruel inhumanidad, le había respondido brutalmente y le había rehusado lo que le pedía el rey. Yo sé que Robespierre lo supo, sé que Robespierre había dicho “es algo indigno dirigirse así a un hombre que va a morir”… y no obstante Robespierre había votado la muerte del tirano, pero encontraba que, humanamente, en el último segundo, a pesar de todo, se podía enviar un mensaje. Era una de las razones que él tenía para detestar a Jacques Roux, pero había probablemente otras. Volvamos pues a la política, Jacques Roux era un furibundo (enragé), pero un furibundo puro. Hébert era un furibundo impuro. Tened, os daré un detalle sobre Hébert. Sabéis que fueron los hebertistas los que pidieron más violentamente la muerte de Marie-Antoinette. La muerte del rey se imponía, tal vez, por razones políticas, pero la de Marie-Antoinette no se imponía de ningún modo. Y sabéis, tal vez, lo que Hébert había inventado para perderla ante el Tribunal Revolucionario, puesto que hicieron comparecer al pequeño, que tenía ocho años, el Delfín (el hijo sucesor del rey. N del T). Y sabéis quizás, no, no lo sabéis, que Hébert fue a ver al niño, la víspera, antes de hacerlo comparecer, ¿eh?, y le había dicho “Esto es lo que tienes que explicar…” Lo digo, fue muy brutal: “Fue mamá la que me enseñó a masturbarme, ella me hizo acostarme entre ella y otra mujer”. El niño repitió eso, sin saber lo que le decían. Fue Hébert quien tuvo esa idea, ¡inmunda!, y en ese momento la pobre mujer, Marie-Antoinette, se volvió hacia el Tribunal, había mucha gente que estaba allí… y dijo: “¡Yo llamo a todas las madres!” Y bien, fue Hébert el de la ignominia. Ya veis qué clase de hombre era. Entre él y Jacques Roux había una diferencia de naturaleza. Jacques Roux es ciertamente un hombre muy limpio, muy noble, insospechable… pero que Robespierre consideraba probablemente como un exagerado, como un exaltado, como un tipo capaz de arrojar a Francia a la anarquía, y para mantener el respeto del Estado Robespierre había golpeado a esos furibundos indistintamente, a todos aquellos que le parecieron extremistas los hizo pasar a la guillotina algunos días, ocho días antes de Danton. Mala respuesta, la mía, no es perfecta mi respuesta, pero es todo lo que sé de eso.
Auditor 8: ¿Puede Ud. hablar del ambiente que había en torno a las ejecuciones (guillotina) públicas?
HG: ¡Oh! Era horrible. Ud. sabe muy bien que era horrible… Estaban “las tejedoras”, como decían, las mujeres que venían a instalarse, era un bello espectáculo -al parecer- ver la gente guillotinada, entonces se disputaban las sillas, y esperando a la gente (los condenados) tejían, es lo que llamaban “las tejedoras”, en todo régimen y en todo Estado siempre hay gente que desea ver morir a los otros. Le voy a contar algo, que no tiene ninguna relación con la Revolución, pero es un pequeño descubrimiento que acabo de hacer… a propósito de Jeanne d’Arc, estoy trabajando sobre Jeanne d’Arc ahora… curiosa idea… Ud. recuerda tal vez que el 24 de mayo de 1430 Jeanne va a abjurar, tenía miedo… y le dirá al Tribunal Eclesiástico de Cauchon (Pierre Cauchon -Cauchon suena como cerdo en castellano- fue obispo de Beauvais, y luego de Lisieux, defensor de los intereses ingleses durante la Guerra de los 100 años, pasó a la posteridad por ordenar el juicio contra Jeanne d’Arc y condenarla a morir en la hoguera)… “Es verdad, yo mentí, todas esas voces eran voces engañadoras”, bien. En ese momento, dicen ciertos testimonios, algunas piedras fueron lanzadas contra el Obispo Cauchon. Y un texto dice, los ingleses no estaban contentos de que Jeanne d’Arc escapase (de la muerte). No es verdad, no tengo el tiempo para explicar los detalles, no fueron los ingleses quienes lapidaron a Cauchon, fue la población, la población de Rouen. ¿Por qué? Jeanne había sido comprada a Philippe de Bourbon, lo sabéis, que la había hecho prisionera, por la suma de 10 mil libras. Los ingleses la habían comprado por 10 mil libras. Pero los ingleses no quisieron pagar, “son los rouaneses los que deben pagar”. Entonces, las 10 mil libras habían sido pagadas por las gentes de Rouen. Las gentes de Rouen se felicitaban de tener un bello espectáculo, una bella joven que iban a quemar, eso vale la pena. Entonces, cuando ven que Jeanne abjura y que no pasará por el cadalso… ¡furor de la muchedumbre! Es la multitud la que lanza las piedras porque la multitud decía… ¡Devuelvan la plata! Lo que esperábamos, lo más interesante… Eso fue lo que ocurrió. A propósito, encontré un texto inédito de Victor Hugo, que es una nota manuscrita que está en cierto poema que fue publicado por él en su libro Les Quatre-vingts de l’esprit, nota que dice:
“La multitud, ¿qué cosa más odiosa que la multitud?, ¿acaso no escupió sobre el rostro destrozado de Robespierre?, ¿acaso no rió ante el suplicio de Jeanne d’Arc?, y al paso de Cristo por las calles, llevando su cruz…”
De modo que la multitud, es la misma que estaba en torno a la guillotina que Robespierre había organizado para Danton, que esperaba ver correr la sangre, y es la misma multitud la que estará en la Plaza de la Revolución para ver caer la cabeza de Robespierre. Hay gente atroz en todas partes… (jadeo…)
Auditor 9: Ud. ha dicho que Danton era un prevaricador…
HG: Sí, ciertamente
Auditor 9:… y que Marat, como Robespierre, eran personas probas y honestas…
HG: Sí…
Auditor 9: Ahora bien, leí el mes pasado, por azar, en “Historia” (publicación mensual, de mala reputación. N del T)… (risas en la asistencia)…
HG: ¡Qué referencia!… ¿Qué leyó Ud. en “Historia”?
Auditor 9: … No me recuerdo del nombre del autor, ¿eh?, hay que leer algo en los trenes…
HG: es una mala lectura…
Auditor 9: Era un artículo sobre Albertine Marat, la compañera de Marat…Y Albertine Marat decía, cincuenta años después de la muerte de Marat, que Marat lamentaba que Robespierre hubiese hecho guillotinar a Danton… Y que si él hubiese sido Robespierre… él hubiese más bien hecho guillotinar a Robespierre, y no a Danton.
HG: espere… recomience… Marat lamentaba que… ¿Robespierre hubiese hecho guillotinar a Danton? Pero ¿cómo hubiese hecho? ¡Ya estaba muerto! Murió el 10 de julio de 1793 (antes que Danton. N del T), (risas en la asistencia)
Marat fue asesinado el 10 de julio de 1793… y Danton fue ejecutado el 5 abril 1794…
Auditor 9: yo temía un poco eso…pero aparentemente Marat prefería Danton a Robespierre…Ese era el fondo de mi pregunta…
HG: en fin, no creo… primeramente por lo que le digo de las fechas, segundo…
Auditor 9: yo había pensado que había una discordancia de fechas…
HG: no, no tengo textos a propósito de Danton y de Marat, Marat era un tipo inteligente, estoy seguro de que sabía quién era Danton, en fin eso era evidente…
Auditor 9: estoy plenamente de acuerdo con Ud., sobre sus juicios…
HG: entonces…
Auditor 9: yo no comprendo esa opinión de Marat sobre Danton y Robespierre…
HG: es simplemente un error… Escuche, para terminar, no es que yo tenga nada contra “Historia” (risas en la asistencia), pero vea Ud, toda la historia hay que rehacerla, créame.
Leí un libro de 1864, que nadie lee, de Victor Hugo, que se llama “William Shakespeare”. En “William Shakespeare” hay un capítulo sobre la Historia, la manera en que la hacen. Le aseguro que aún hoy en día es válido. En 1864 Victor Hugo decía: “La Historia siempre le ha hecho la corte a los poderosos”. La Historia siempre está “orientada”, ¿sabe Ud? La mía también, probablemente. Mi hijo fue largo tiempo, tres años, agregado cultural en Beijing. Allí leyó las Historias -en traducción- que le presentan al pueblo chino. Él era más bien maoísta, pero decía: “Es terrible ver cómo los chinos presentan nuestra Historia”. Bien, es terrible si Ud. quiere, pero… Cree Ud. que nosotros, la Historia que leemos en occidente, cuando es cuestión de la China, por ejemplo, cuando es cuestión de los Bóxers, Ud. sabe la insurrección de los Bóxers… ¿no es igualmente escandaloso que la manera en que Mao presenta la Historia occidental? Es terrible escribir la Historia, hay que aplicarse, yo intento hacer eso de manera objetiva, objetivamente, no de una manera impasible, ¿eh?
¿Qué es la objetividad? Es el respeto de los hechos. Cuando estoy frente a un problema, sé perfectamente cuál es mi opción, intento no disimular nada de lo que pudiese molestarme y aportar todos los textos disponibles. Yo creo que hay que recomenzar a escribir la Historia, hay un señor, como Soboul, en su libro de 1968 que se llama “La Primera República”, a pesar de que él sea marxista y ateo, me parece haber aportado un tipo de Historia que es ejemplar. Cuando intenté contar la Historia de 1870, en los tres libros que escribí sobre eso, yo también traté de hacer una Historia honesta. Creo que hay un enorme trabajo que hacer, tanto en Historia literaria como en Historia para retomar los acontecimientos uno por uno, por eso quise comenzar con Jeanne d’Arc, diciéndome ‘estoy convencido de que hay una masa de leyendas’, hay que ver qué es lo que resiste, lo que subsiste, lo que aguanta. He ahí mi conclusión, hay que rehacer la Historia, si es que somos honestos.
(aplausos).
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