Vincent

por Luis Casado

Era un muchacho aún cuando me acerqué por primera vez a Auvers-sur-Oise buscando alguna huella de Vincent.

La soledad del exilio y la ausencia de los amigos desaparecidos alargaba los días y eternizaba las noches.

Recuerdo la patada en el estómago que recibí cuando descubrí la iglesia, más o menos desde el mismo ángulo que la pintó Vincent, y la interrogante que me desolla vivo desde entonces, ¿cómo es posible pintar la realidad de tal manera que la firme de la milanesa está en el cuadro, no en el objeto pintado? Vincent, cabrón, ¿cómo lo hacías?

Ningún ojo electrónico montado sobre rótulas giratorias en 360º, ningún objetivo panorámico en plan vistavisión, ningún zoom de mis dos, nada ni nadie ha sido capaz de acercarse a ese nivel de realismo real de la realidad real.

No sé tú, pero servidor no siempre controla sus sensibilidades y debe luchar simultáneamente contra la jodida emoción, y una sensación contradictoria de alcanzar el nirvana al tiempo que un torrente acuoso inunda sus pepas.

Vincent -pinche genio- te hace sentir que estás encerrado en una suerte de inframundo en blanco y negro sin poder entrar en su mundo suyo, ese que derrama luz, colorido, vida y olores, con flores que se abren lentamente, hierba que crece y un cielo profundo con incrustaciones de estrellas, o sin ellas, eso ya es según, hay que mirar las estrellas que pintó Vincent, y olvidarse de las que describen los astrónomos y de las que fotografían los telescopios espaciales.

Descubrir -años después- la tumba de Vincent, fue otra descarga de adrenalina.

Tú esperas un mausoleo, un monumento funerario, un dolmen, un menhir, no digo un Panteón, ni una Pirámide, ni una mastaba… mucho menos un Taj Mahal. Sin embargo en tu fuero interno y tomando en cuenta de quién se trata, o se trataba, úsese del tipo que jamás vendió una pintura en su puta vida si exceptuamos las que le compró del doctor Gachet con el sano propósito de ayudarle a comer y a comprar pintura… no te sorprendería descubrir una placa de mármol, un megalito, una estela así fuese de pinche granito, con un grabado en plan minimalista -Aquí yace Vincent Van Gogh, Groot-Zundert 30 de marzo 1853, Auvers-sur-Oise 29 de julio 1890- mensaje tan o más sencillo que el imaginado por el gran Pepo para su célebre creación -Aquí yace el mentado Condorito, que de su cuna pasó a este hoyito- en fin, al menos una Piedra de Carnac, un túmulo, un trozo de silex.

La elemental simplicidad de su tumba se enfrentó -en mi meritoscopio artesanal y en mi hijodeputómetro de mandos numéricos- con el fastuoso monumento dedicado a “N” uno de los peores criminales de la Historia, cuya obra esencial -aparte las interminables guerras que asolaron a Europa y dejaron a Francia en el suelo- consistió es deshacer los logros de la Revolución Francesa y en reinstaurar el poder omnímodo de las satrapías monárquicas: el Hôtel des Invalides en París.

Si el sepulcro de Vincent me sobrecogió… una reticente e improbable visita al Hôtel des Invalides solo me provocó náuseas: no paraba de pensar en los millones de muertos, en el saqueo de Italia, del Vaticano, de Bélgica, de Alemania, de Rusia, y en el pillaje sistemático de las arcas del Estado.

Si N fue un desalmado saqueador, ladrón, invasor de territorios en los que practicaron -él y sus ejércitos- el pillaje más descarado, tuvo como ministros a dos ilustres hijos de la chingada que dejaron una profunda huella en los archivos de la criminalidad de Estado: Charles-Maurice Talleyrand y Joseph Fouché.

Al lado de ese trío, la costra política parasitaria chilena está compuesta de pinches principiantes. ¡Voleurs, tout de même!

Visto lo cual, todo bien calibrado, excreto todo lo relacionado con el Emperador de mis dos, y me quedo con la obra y la tumba de Vincent…

*La fotografía fue tomada por el autor de la nota

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