«No hay radiactividad en las ruinas de Hiroshima», rezaba un titular del ‘New York Times’ el 13 de septiembre de 1945, un clásico de la desinformación plantada
Cuando fui por primera vez a Hiroshima en 1967, la sombra en los escalones todavía estaba allí. Era una impresión casi perfecta de un ser humano a gusto: las piernas abiertas, la espalda doblada, una mano a su lado mientras esperaba sentada que abriera un banco.
A las ocho y cuarto de la mañana del 6 de agosto de 1945, ella y su silueta fueron grabadas a fuego en el granito. Miré la sombra durante una hora o más, luego bajé hasta el río donde los sobrevivientes aún vivían en chabolas.
Conocí a un hombre llamado Yukio, cuyo pecho había quedado grabado con el patrón de la camisa que vestía cuando se lanzó la bomba atómica. Describió un gran destello sobre…
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