Por Alfonso Insuasty Rodríguez
América Latina enfrenta una crisis urbana profunda marcada por el despojo, la desigualdad y la especulación. En Colombia, las comunidades se organizan y proponen una planeación insurgente que ponga la vida, la participación y la dignidad en el centro del modelo de ciudad.

En Colombia, la crisis se expresa con claridad en la privatización del espacio público, la especulación inmobiliaria, la exclusión comunitaria en la planeación territorial y un déficit habitacional que sigue creciendo. Estas dinámicas han configurado urbes fragmentadas, donde la planificación se subordina al mercado y la rentabilidad. Frente a ello, urge abrir espacios de debate, investigación y acción colectiva que analicen las causas estructurales de esta crisis, sus expresiones territoriales —en Medellín, Bogotá, Cali o Bucaramanga— y las respuestas organizativas que, desde abajo, impulsan un nuevo paradigma: la “planeación insurgente”, que pone en el centro la vida, la participación y la dignidad.
La ciudad como campo de disputa
En América Latina, la ciudad encarna las tensiones entre el capital y la vida. Las urbes condensan riqueza y miseria, modernidad e informalidad, acumulación y despojo. Como advierte David Harvey (2012), el urbanismo neoliberal ha convertido la ciudad en escenario de una “acumulación por desposesión”, donde el suelo y la vivienda se transforman en mercancías y las comunidades son desplazadas bajo discursos de progreso y competitividad.
En Colombia, las políticas urbanas subordinadas al capital inmobiliario han hecho de la vivienda un bien de inversión y no un derecho. Los Planes de Ordenamiento Territorial (POT), lejos de democratizar el acceso al suelo, han consolidado procesos de gentrificación, privatización y marginación de las economías populares. Ciudades como Medellín, Bogotá y Cartagena ilustran cómo los proyectos de “renovación urbana” y “modernización” producen desplazamientos y pérdida del arraigo comunitario bajo la retórica del “urbanismo social”.
El modelo urbano colombiano, competitivo y extractivista, entiende la ciudad como activo financiero. Según el DANE (2023), más del 36% de los hogares presentan algún tipo de déficit habitacional, reflejando la profunda brecha en el acceso a condiciones de vida digna. A ello se suma una informalidad laboral del 33 % en Bogotá —más de 1,3 millones de personas— que sobreviven sin derechos ni estabilidad (Secretaría Distrital de Planeación, 2023). Mientras los sectores de altos ingresos concentran inversión y servicios, las periferias urbanas acumulan pobreza, inseguridad y abandono estatal.
El Metro de la 80 en Medellín ejemplifica esta contradicción, un proyecto presentado como “movilidad sostenible” que ha implicado el desalojo de más de 5.000 familias, muchas sin indemnización justa ni alternativas de reasentamiento. En Cartagena, la gentrificación del barrio Getsemaní ha mercantilizado su patrimonio cultural, desplazando comunidades históricas y convirtiendo la vida barrial en espectáculo turístico.
Como señala Raúl Zibechi (2015), el territorio urbano latinoamericano es hoy un campo de disputa entre el capital transnacional y las comunidades que resisten desde la autogestión, la solidaridad y la acción colectiva.
Planeación y participación: la crisis del ordenamiento territorial
La planeación territorial en Colombia atraviesa una profunda crisis de legitimidad y justicia. Los POT, concebidos para ordenar el territorio, han sido cooptados por enfoques tecnocráticos centrados en la valorización del suelo urbano. Aunque la participación ciudadana se reconoce formalmente, en la práctica es meramente consultiva y sin incidencia real.
Esta exclusión reproduce desigualdades históricas, los proyectos de vivienda de interés prioritario se ubican en periferias sin equipamientos ni servicios básicos, perpetuando la segregación. La flexibilización normativa favorece a los grandes constructores, consolidando una planificación que privilegia la rentabilidad sobre la habitabilidad. Como señaló Esteban Romero, líder de la Cumbre Urbana Nacional y Popular (CUNAP), en entrevista con Kavilando (2025), el déficit habitacional total asciende a 5,24 millones de viviendas, de las cuales el 24,1 % es cuantitativo (falta de nuevas viviendas) y el 75,9 % cualitativo (viviendas en mal estado).
La crisis climática agrava el escenario: miles de familias habitan en zonas de alto riesgo sin políticas de adaptación ni infraestructura resiliente. La planeación territorial sigue ignorando enfoques ambientales y de justicia climática, pese a que los desastres afectan de forma desproporcionada a las poblaciones empobrecidas, mujeres y comunidades étnicas.
La desigualdad urbana también tiene rostro laboral, el 43 % de los trabajadores urbanos vive en la informalidad (Portafolio, 2022). Como analiza Juliana Ramírez, de Ciudadanías para la Paz (Revista Raya, 2025), tras esta cifra hay endeudamiento, hostigamiento y control de la economía popular por estructuras criminales y paramilitares. Mientras las élites concentran la renta, las mayorías sobreviven desde el rebusque —venta ambulante, reciclaje, trabajo sexual o plataformas digitales—, reconstruyendo desde la solidaridad un horizonte de ciudad alternativa.
La violencia urbana agrava la crisis, más de 21 redes paramilitares operan en seis regiones del país, controlando territorios, economías y poblaciones mediante extorsión, fronteras invisibles y desplazamientos intraurbanos).
En palabras de los participantes de la Cumbre Urbana Nacional y Popular (Bogotá, 2025):
“La ciudad colombiana no está pensada para la vida, sino para la especulación.”
El desafío, entonces, es revertir esta lógica y construir un ordenamiento territorial popular, que reconozca a las comunidades como sujetos políticos, garantice el derecho a la ciudad y al hábitat digno, y promueva una planeación insurgente capaz de disputar el sentido mismo de lo urbano, superando la “planeación estratégica” neoliberal.
Para mayor contexto: ¿Ciudades para quién?: las comunidades toman la palabra.
Resistencias urbanas y la emergencia de una planeación insurgente
Ante la profundización de la crisis urbana en Colombia y América Latina —marcada por el despojo territorial, la especulación inmobiliaria y la exclusión social—, las comunidades han articulado respuestas colectivas que desafían la hegemonía del urbanismo neoliberal.
La Cumbre Urbana Popular Nacional (CUNAP 2025), realizada en Bogotá en septiembre de 2025 tras un proceso preparatorio en más de quince ciudades, se consolidó como un espacio histórico de convergencia entre movimientos sociales, organizaciones barriales, sindicatos, colectivos juveniles y sectores académicos críticos. Este proceso, concebido como un gran diálogo nacional desde los territorios, tuvo como propósito construir una agenda de exigibilidad y transformación urbana desde las bases, reconfigurando las nociones de ciudad, ciudadanía y justicia social.
Más de 2.000 representantes de distintos territorios participaron en la CUNAP, promoviendo una planeación insurgente, una planificación desde abajo, participativa y vinculante, centrada en la producción social del hábitat y la defensa de los bienes comunes.
El concepto de “planeación insurgente” surge como una respuesta crítica al urbanismo tecnocrático y excluyente, inspirada en las experiencias de resistencia del Sur Global, especialmente de América Latina. Según Miraftab (2009), esta perspectiva plantea formas de planificación alternativas, participativas y emancipadoras que desafían el poder hegemónico, fortalecen la autogestión comunitaria y construyen ciudad desde la acción colectiva.
Entre las propuestas discutidas en la Cumbre destacan la creación de observatorios comunitarios de vivienda y hábitat, la articulación de redes público-populares de gestión territorial y la exigencia de reformas normativas que detengan la especulación inmobiliaria y garanticen la función social del suelo. Estas iniciativas, que reconocen la crisis climática y habitacional, buscan reconstruir un modelo urbano sustentado en la vida digna, el derecho a la vivienda y la justicia ambiental, en contraposición a la ciudad-mercancía impuesta por el modelo neoliberal.
Esta forma de entender la planeación debe ser la base de una Reforma Urbana y Rural Integral, orientada a redistribuir el territorio y garantizar efectivamente el derecho a la ciudad.
Hacia una ciudad de vida y dignidad
Frente a la captura neoliberal del territorio, las resistencias populares y comunitarias abren horizontes de transformación. Las comunidades organizadas demuestran que la ciudad puede ser reimaginada como territorio de vida, memoria y dignidad, siempre que se democratice la planeación, se garantice la participación vinculante y se fortalezcan los procesos de autogestión y autonomía desde los barrios y periferias.
Como sostienen Henri Lefebvre (1968) y David Harvey (2012), el derecho a la ciudad no se limita al acceso al espacio urbano, sino que implica el derecho colectivo a transformar la vida urbana y a redefinir sus prioridades en función del bien común, no del lucro. Este principio, resignificado por las luchas contemporáneas, inspira la apuesta de la Cumbre Urbana Popular 2025, que se erige como un proyecto constituyente por un modelo urbano emancipatorio, fundado en la justicia social, la equidad territorial y la sostenibilidad ambiental.
Construir la ciudad del futuro exige romper con la lógica de la acumulación, disputar el sentido mismo de lo urbano y recuperar el horizonte de lo común.
Como proclamaron los movimientos durante la Cumbre, en el canto que se volvió himno del encuentro, la ciudad no puede seguir siendo “para el patrón ni para el banquero especulador”; debe ser, en cambio, para la vida digna y la esperanza de quienes la habitan y la construyen cada día.
*Docente investigador Universidad de San Buenaventura Medellín, catedrático ocasional Maestria en Ciencia Tecnología, Sociedad e Innovación (ITM) Integrante REDIPAZ y Grupo Autónomo Kavilando.
Referencias
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Fuente: https://desinformemonos.org/ciudades-en-disputa-del-despojo-neoliberal-a-la-planeacion-insurgente/










