De dinastía en dinastía: el legado borbónico explicado por su mayor influencer, Juan Carlos I

Por Alberto Gracía Watson

Hay familias que presumen de tradición: los que llevan cuatro generaciones siendo panaderos, los que heredan un viñedo, los que conservan recetas centenarias. Y luego están los Borbones, cuya tradición más arraigada es… bueno, sobrevivir a base de escándalos, exilios, golpes de Estado y algún que otro safari desafortunado.

Por eso cuando Juan Carlos I reaparece desde Abu Dabi, que no es que esté huido, solo “establecido temporalmente por motivos personales”, según sus defensores, para pedir que apoyemos a su hijo, uno no sabe si reír, llorar o comprar palomitas.

La puesta en escena es gloriosa: él, un sillón, una bandera gigante detrás y un mensaje a la juventud para que apoye a Felipe VI, que “tiene la dura misión de unir a España”.
Qué curioso, 40 años en el trono, tres campañas de marketing institucional y resulta que aún hace falta “unir”. Algo no salió como decía el folleto.

La dinastía: un spin-off continuo

Porque claro, si uno quiere explicar España a los jóvenes, quizá convenga empezar por la propia familia del narrador.

Carlos IV

El hombre que perdió el trono entre intrigas, motines y el triunfo del “yo no he sido”. Su reinado fue tan desastroso que casi parece un ensayo general del caos posterior.

Fernando VII

El rey felón. Abolió la Constitución de 1812, persiguió liberales, traicionó a todo el mundo y convirtió la reacción absolutista en un deporte nacional. Una joya.

Isabel II

Los medios satíricos del siglo XIX llamaban a Isabel II “la reina ninfómana”, aludiendo a su extensa lista de amantes y al matrimonio roto con Francisco de Asís, sobre quien circulaban burlas por su aparente homosexualidad. En ese contexto de chismes y panfletos políticos, la paternidad de Alfonso XII fue objeto de especulaciones.

Alfonso XIII

Emprendedor avant-garde: además de empujar a España hacia la dictadura de Primo de Rivera, financió películas eróticas en los albores del cine. Nada une más a un rey con su pueblo que la gestión creativa de sus ratos libres.

Don Juan (el padre del emérito)

Residía en Niza, pero se presentó en la España del 36 vestido de falangista, presto a ponerse a las órdenes del general Mola. Un Borbón más al servicio del levantamiento militar contra la República. La tradición familiar: siempre apostar por el caballo que pisa la legalidad constitucional.

Y llegamos, claro, al protagonista del vídeo.

Juan Carlos I: memoria selectiva en 4K

El emérito insiste en que la Transición fue “ejemplar”.
Una Transición tan ejemplar que jamás se permitió votar entre república y monarquía, como sí hicieron otros países europeos, como Italia, Portugal, Bulgaria, Grecia o Islandia entre otros.
Tan ejemplar que Adolfo Suárez, según el famoso testimonio grabado por Victoria Prego, confesó que no convocaron ese referéndum porque lo perdían.

Pero tranquilo, que, si hay dudas, sus memorias vendrán a iluminarnos. Nada como un libro autobiográfico para garantizar absoluta imparcialidad histórica.

Sobre el 23-F, mejor no hablar, la Ley de Secretos Oficiales bloquea documentos clave. A falta de información, la versión oficial presenta al rey como salvador providencial. Pero sin papeles, la narrativa se parece más a una hagiografía que a una investigación.

Y claro, están los episodios que no necesitan secreto oficial:

– El safari en Botswana, símbolo de una vida que no distaba mucho de la de un millonario de revista, acompañado por una empresaria alemana cuya más que íntima amistad trascendió ampliamente en la prensa.
– La gestión opaca de su fortuna en el extranjero, que generó investigaciones fiscales mediáticamente explosivas, aunque muchas acabaron cerradas por prescripción o falta de indicios penales.
– Su abrupta salida del país en 2020, que muchos interpretaron como una huida simbólica ante el deterioro de su imagen pública.

El vídeo inoportuno

Zarzuela dice que el vídeo “no era necesario”.
Eso, traducido, es: Papá, por favor, deja de liarla.

Pero él, fiel a su instinto, vuelve a escena justo antes de la venta de sus memorias. Qué casualidad más extraordinaria que la súbita necesidad de hablarle a la juventud coincida con el lanzamiento del libro.

Conclusión: La historia “sin distorsiones”… según quién

Es loable que quiera explicar la historia a los jóvenes.
Pero quizá no sea la mejor idea que lo haga quien ha sido protagonista de algunas de las sombras más densas de la propia historia reciente.

Y lo que es asombroso, es el talento del emérito para la hipocresía de lujo: afirmar que “soy el único español que no cobra pensión” mientras vive como un multimillonario en Abu Dabi resulta casi arte contemporáneo del descaro.
Después de décadas de beneficiarse de su cargo y amasar una fortuna al margen del fisco, su queja suena más a monólogo de diva exiliada que a reivindicación legítima. Y aún así, insiste en presentarse como víctima de un sistema que él mismo aprovechó con generosidad… para sí.

El problema de la Casa Real no es un vídeo inoportuno.
El problema es que, si uno repasa la dinastía completa, resulta casi un milagro estadístico que el país no esté permanentemente en llamas.

Si España quiere conocer “la verdad sin distorsiones”, quizá la solución no pase por Abu Dabi, sino por abrir archivos, desclasificar documentos y permitir que los ciudadanos voten qué modelo de Estado desean.

Hasta entonces, los Borbones seguirán contando su versión.
Y nosotros seguiremos escuchándola… con la misma fe con la que uno cree en un anuncio de milagros adelgazantes.

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