Estamos viviendo tiempos de incertidumbres y grandes cambios, cuando la palabra mata y oculta crímenes brutales bajo envolturas de mensajes muy bien calculados que resultan clave en los diseños de guerras reales y cibernéticas, con comandos especializados, criminales atípicos que no llevan armas sino discursos mediáticos, tan destructivos como un misil. Los generales mediáticos y sus soldados, bien pagados y alimentados por la corrupción, son la avanzada primera de las tropas de ocupación internas y externas.
El periodismo actual debe entender la responsabilidad que le cabe cuando sirve a los diseños políticos guerreristas, a los terrorismos de Estado, abiertos o encubiertos, cuyo mejor y trágico ejemplo han sido las guerras coloniales del siglo xxi, en Medio Oriente, África del Norte y otras donde se produjo un genocidio de casi dos millones de muertos.
En este caso la actividad mediática es tan criminal como el que deja caer las bombas asesinas.
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