Somos sociedades de la sospecha. La profunda fractura entre la élite y el resto del pueblo, entre el Estado y los mecanismos de dirección democrática del aparato estatal, el empobrecimiento creciente de amplios sectores de la sociedad, incluyendo a capas de la denominada clase media trabajadora incluso en los países del núcleo duro del capitalismo contemporáneo, llevan a que florezcan numerosas expresiones de crisis del orden vigente en todas las latitudes. Y una de las más evidentes es la creciente articulación de teorías conspiracionistas que permiten a millones de ciudadanos sentirse en propiedad de los elementos que permiten entender el absurdo y convulso mundo contemporáneo.
Una de las claves del éxito de estas teorías conspirativas reside en dos elementos interconectados: por un lado el carácter violento y absurdo del modo de producción imperante, que hace que los individuos vivan el brusco empobrecimiento y precarización de sus vidas como un cataclismo…
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