El autotócrata y ultranacionalista y conservador primer ministro de Hungría, Víctor Orbán, triunfó en los comicios generales del pasado domingo 3 de abril, según los analistas, en medio de un clima social abrumado por la incertidumbre del conflicto bélico en la vecina Ucrania. Ya es el cuarto mandato continuo de Orbán a través de la formación política Fidesz, que obtuvo la mayoría de los sufragios en todo el país, menos en la capital, Budapest.

Por su parte, el articulado opositor llamado “Unidos por Hungría”, compuesto de seis partidos desde el progresismo hasta una fracción de la derecha, se quedó sólo con el 35% de los votos, mientras que el partido nazi-fascista «Nuestra Patria» acopió el 6% de las preferencias, lo cual le permite tener a 7 congresales.

Según politólogos locales, Orbán aprovechó muy bien la crisis ruso-ucraniana, ofreciendo seguridad, estabilidad y agitando el miedo de un eventual ingreso en el conflicto de ganar la oposición.

De esta manera, el ultraderecha Orbán acaparó dos tercios del poder legislativo, lo que le ofrece un poder autocrático, realizar modificaciones constitucionales a su antojo e imponer una Corte Suprema y Tribunal Constitucional a su medida; junto al control de los medios masivos de comunicación estatales y los privados pertenecientes a sus representados, los grandes empresarios.

Más allá de su amistad personal con Putin, y las penalizaciones contra la comunidad LGBTTI, entre otras aberraciones que violentan los más básicos derechos humanos, una cuota profunda de desencanto se multiplica en la Hungría que no está en absoluto con Víctor Orbán. De acuerdo a una encuesta de opinión del Instituto Republikon, que realizó un estudio justo antes de las elecciones, una buena parte de los consultados manifestó la voluntad de abandonar el país si el dictadorcillo ganaba de nuevo las elecciones, debido a que los salarios ya no alcanzan para sobrevivir y la democracia se extinguió.