En el odio de la clase opresora se coagulan -y sinceran- todas laspatologíasdel capitalismo. Es uno de sus espejos más nítidos. Su trasparencia. Es odio “refinado”, que se ha sofisticado, instrumentalizado y maquillado (minuciosamente) hasta parecer, incluso, “amor al prójimo” o filantropía para anestesiar, con palabrerío moralista, instituciones y jurisprudencias, las insurrecciones populares. Mientras losodiadoresponen cara de “buenos”.
Odiopasteurizadopara reconfigurar el escenario general de la vida sobre un tablero mañoso donde: el debate capital-trabajo ocurra como cosa fuera del control de las empresas; el papel de los trabajadores parezca independiente de la realidad capitalista; y, además, el trabajo parezca una actividadindividual e independiente al margen de las “leyes” económicas del capitalismo. Emboscadas para ocultar el odio a los trabajadores; para no pagarles el seguro social ni derecho laboral alguno. Para minimizar “costos” y dar por muerto el pago de horas extras, viáticos y otras…
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