por Paco Peña
Los veinte años transcurridos desde la adhesión de China en 2001 a la OMC, han consagrado su estatuto de gran potencia. Durante estos años ha conocido un desarrollo económico espectacular. Occidente dejó hacer y no pudo impedirlo y aceptó su ingreso porque consideró que esta apertura al mundo conduciría a su democratización, tal como conciben los occidentales hacia una sociedad democrática.
Hace veinte años la RP de China se convertía en el 148° miembro de la OMC. Joe Biden por su parte, lejos de recordar este aniversario no tuvo ningún empacho en inaugurar la “Cumbre de las Democracias” con un claro objetivo anti chino, tal vez como una manera de ilustrar el cambio habido en estos 20 años. En efecto, hace dos décadas, China era uno de los países más pobres del planeta y hoy es vista como la primera amenaza a la primera potencia mundial.
A inicios del siglo XXI, el PIB chino per cápita era inferior a 1000 dólares, es decir 36 veces menos que el PIB de Estados Unidos (36 334 US $). Hoy el PIB chino alcanza a 10 500 dólares, una diferencia 36 veces menos que el estadounidense. Cuando China ingresó a la OMC, su peso económico era comparable al de Francia. Hoy, China pesa más que el conjunto de la zona euro y a fines de la década debería sobrepasar a Estados Unidos.
Sin embargo, los occidentales, con EEUU a la cabeza no habían previsto tal desarrollo económico, inédito en la historia de la humanidad. Desde 1978, con la apertura de su economía decretada por Deng Ziaoping, China ya había comenzado a desarrollarse y atraía numerosos inversionistas extranjeros. Un economista estadounidense, Nicholas Lardy, especialista de la economía china, se preguntaba en 2001 acerca del interés de China por ingresar a la OMC, “Tomando en cuenta el aparente éxito de lo que podríamos llamar la integración “light” de la economía china, por qué los dirigentes chinos han aceptado el costo de la apertura más profunda de su economía al comercio y a la inversión internacional ?”. Desde el punto de vista occidental, este economista consideraba que China tenía que reducir drásticamente los aranceles y cesar de financiar a las empresas públicas. En un informe de la ONU publicado en noviembre de 2002, dos expertos de Cambridge eran mucho más alarmistas : “Los beneficios aparecerán únicamente a largo plazo. China tendrá que enfrentar graves problemas de reestructuración de sus empresas públicas, sus bancos, seguros y servicios financieros, con la consiguiente pérdida de empleos”. El debate en China fue también muy áspero. A fines de 1997, dirigentes de empresas públicas de los sectores supuestamente más amenazados -industria automotriz, agricultura, electrónica, telecomunicaciones, además de los responsables de las regiones más pobres del país firmaron una petición pidiendo retrasar de 10 años la adhesión a la OMC. Pero el Primer Ministro de la época, Zhu Rongji, considerado además un traidor por parte de algunos sectores por no haber respondido con más vigor al bombardeo por aviones de la OTAN de la embajada china en Serbia en mayo de 1999, junto a Jiang Zemin, secretario general del PCCH, mantuvieron la decisión de seguir discutiendo el ingreso de China a la OMC. China estaba en la encrucijada y existía un incipiente sector privado. Numerosas empresas públicas eran ineficaces y para Zhu y los reformistas, el ingreso a la OMC era el único medio para imponer reformas dolorosas pero necesarias. Muchos chinos incluso hoy en día, no hablan de ingreso a la OMC, sino de “ingreso al mundo”, como pudimos constatarlo en 2015 cuando formando parte de una delegación de profesores proveniente de Francia, visitamos China.
Para muchos militantes comunistas, estudiantes e intelectuales, ingresando a la OMC China iba una vez más a caer en las garras de los occidentales. Los lobos capitalistas estaban al acecho. Los occidentales apostaban a lo que creían iba a ser una inevitable democratización, por cierto a la occidental, de un país como China que llegaría a ser rico. Retrospectivamente se puede afirmar que los atentados del 11 de septiembre de 2001, sirvieron de acelerador de este proceso. Dos meses más tarde, la “comunidad internacional” eligió este acontecimiento -ingreso de China a la OMC- como un símbolo fuerte. Anunciado dicho ingreso en Qatar, el martillo de subasta pública que sirvió para golpear la mesa y llamar la atención de los contertulios y el bolígrafo que se utilizó para las firmas en dicha ocasión , se encuentran como pudimos observarlo en el Museo de Pekín , plaza de Tiananmen, junto a las reliquias del PCCH.
Un agudo comentarista, el presidente alemán de la Cámara de comercio europea en China, explica con una sonrisa :”Los alemanes tenemos una expresión –Wandel durch Handel– es decir, cambiar gracias al comercio. Y es verdad que hubo un cambio, pero en realidad fueron los occidentales quienes cambiaron, no los chinos”. Hoy los occidentales hablan como los chinos de política industrial, de ”screening”, de inversiones. La opinión generalizada de los occidentales es que sin la OMC, en China no hubiese sido posible ninguna reforma.
Alemania por ejemplo, posee un conjunto de empresas de alta rentabilidad en China : BASF,BMW, pero también hay marcas japonesas, francesas, amén de Nike, Apple, McDonald’s, Starbucks, Decathlon, Ikea, etc. Pero no hay bancos extranjeros, que disponen solo de 2% del mercado. Por otra parte, la diferencia es grande entre las empresas chinas de flete marítimo y las extranjeras, en circunstancias que la compañía china Cosco sigue adquiriendo puertos y terminales marítimos en Europa. Según la revista Fortune, en 2020, 124 empresas chinas figuran entre las primeras 500 empresas mundiales, son más numerosas que las empresas estadounidenses (121). Socia comercial de decenas de países, China es uno de los cuatro principales socios de nuestro país, con Estados Unidos la UE y Brasil.
China está hoy en el corazón de la economía mundial y su crecimiento económico le ha permitido paliar y atenuar el choque suscitado por las reformas y reconversiones industriales.
Deng Xiaoping transformó a los campesinos chinos en obreros, y hoy, Xi Jinping ha transformado a los hijos de los obreros en ingenieros. China tendría que haber celebrado en gran pompa este aniversario, que retrospectivamente le ha dado la razón a sus antiguos dirigentes. Sin embargo no es así. En una feria comercial en Changai, Xi Jinping se ha limitado a expresar que China respeta sus compromisos en todos los planos y que su apertura beneficia al mundo entero. Un profesor de la Universidad de Comercio y de la Economía internacional de Pekín declaró :” Como los Estados Unidos nos reprochan haber sacado ventajas indebidas con nuestra incorporación a la OMC, ahora nosotros insistimos menos que antes en los beneficios que ésta nos ha aportado. Preferimos poner énfasis en el esfuerzo realizado por el pueblo chino”.
La “luna de miel” parece no haber durado mucho tiempo. Ya en 2005, Zhu Rongji había sido reemplazado por Wen Jiabao. Desde entonces los chinos se han preocupados más de sus necesidades y no sobre qué promesas debían respetar. A partir de ese momento, los dirigentes, universitarios e intelectuales comprendieron que no había que seguir ciegamente el modelo estadounidense, sino que China podía crear e instaurar su propio modelo. Desde la llegada de Xi Jimping en 2013, las relaciones comerciales, sobre todo con Estados Unidos, no han mejorado. Sin embargo Xi Jimping no escatima esfuerzos en alabar la mundialización, como ocurrió en el Foro de Davos en 2017. Pero muchos dirigentes occidentales estiman que China se ha ido cerrando poco a poco, máxime ante el enfriamiento de las relaciones entre Washington y Pekín.
Desde 2013 Xi Jinping ha expresado públicamente su preferencia por los “acuerdos bilaterales”. Estados Unidos replicó con Obama con “un pivote hacia Asia”, como una manera de contrabalancear la influencia china, en todos los planos.
Estados Unidos y la UE instigada por los primeros, rehusaron en 2016 a China el estatuto de “economía de mercado” a la cual aspiraba Pekín, y las sanciones decididas por Trump en 2017, seguidas de medidas de retorsión por la parte china en contra de Australia y Lituania -dos indefectibles aliados de Estados Unidos- han puesto nuevamente al mundo frente a una nueva guerra fría.
Hace 20 años, China temía ser como hemos dicho supra, la presa de Occidente. Hoy éste considera a China, a pesar de su comentada apertura económica desde hace veinte años, como un temible y emergente “nuevo Estado combatiente”.
Francisco Peña Torres. París, diciembre de 2021, para el Diario del Pueblo de la RPCH