
Por Sofía López
A lo largo de la historia de Colombia, hemos podido observar cómo desde que este país llegó a la vida republicana, el asunto de la política electoral y del gobierno ha estado en manos de las oligarquías, entendidas como las clases que tienen el poder económico, capaz de subyugar a las clases populares. Y cual si fuera una serie de televisión, cada cuatro años, se ha hecho toda la parafernalia para hacernos creer la ilusoria concepción de que el grueso de los habitantes de este país, al ejercer su voto, podían con ello escoger de forma democrática a quienes estarían ocupando los cargos de poder dentro del gobierno, otorgando así las bases para legitimar un sistema político viciado desde sus orígenes.
Pero de la misma manera, no han sido pocos los esfuerzos que se han venido haciendo desde las terceras fuerzas políticas, para ir forjando pasos y ganando en este terreno tan pantanoso, donde el clientelismo, el gamonalismo y la corrupción han sido parte de los ingredientes del menú. Así las cosas, podemos recordar el caso de la ANAPO que como movimiento político logró aglutinar diferentes intereses desde los sectores alternativos, en un escenario claramente reformista. Luego vamos a ver la aparición de otras fuerzas como lo fueron la Unión Patriótica y la plataforma política A Luchar, y así sucesivamente, hasta que se logró un esfuerzo integrador como lo fue la creación del Polo Democrático Alternativo, que disputó más en el plano del legislativo y que lo que es hoy también se debe a fisuras y contradicciones internas.
Ante este panorama histórico, las posibilidades de un gobierno liberal progresista eran prácticamente nulas, previo al año 2018, fecha en que se habían consolidado procesos asociados al Acuerdo de Paz con las FARC-EP y en donde en la contienda electoral entre Iván Duque y Gustavo Petro no se logró ese giro, por un margen de tan solo 12% debido en parte a la campaña sucia hecha con fakes news y a la amenaza del castrochavismo homosexualizador.
Ahora bien, luego del peor gobierno de la historia reciente, donde se evidenció la negligencia y desidia por parte de Duque y su partido de gobierno, el Centro Democrático, en asuntos como el pésimo manejo que le dieron a la situación de emergencia sanitaria debido al COVID-19, las innumerables pérdidas de vidas y de empleos que llevaron a una crisis social y económica, junto a la anunciada Reforma Tributaria y el abuso policial, fueron el caldo de cultivo necesario para procesos de levantamiento social, que llevaron a lo que fue el Estallido social.
Durante el 2021 pudimos ver no sólo cómo el inconformismo con el gobierno nos llevó a movilizarnos, sino cómo se materializaron expresiones de solidaridad del pueblo para el pueblo. Aún recordamos los trapos rojos, las ollas comunitarias, las jornadas de recolección de mercados, acompañados de las asambleas o reuniones en los barrios y territorios, para hacerle frente con dignidad a una situación a todas luces manejada con arbitrariedad y clasismo, por parte de quienes detentaban el poder. Así las cosas, estos dos años en los que las condiciones se agudizaron fueron los años en que también se movilizaron expresiones desde las comunidades y un sentimiento generalizado de hartazgo, con su consiguiente sed de cambio.
Acá la autogestión y la auto-organización en los diferentes barrios y territorios de nuestro país fueron los protagonistas y, hay que decirlo, el papel de quienes pertenecemos a los movimientos sociales también fue muy importante, siempre trabajando como hormigas para materializar esas transformaciones en las formas cotidianas de relacionarnos, entendiendo que en muchos de esos territorios donde la gente se estaba organizando no necesariamente lo hacía para sumarse a las apuestas de los movimientos sociales que hemos hecho presencia en Colombia desde tiempo atrás a la pandemia y al Estallido Social. Incluso en ocasiones se nos veía como “otros” incapaces de organizar la digna rabia de años y años de miseria del país. Establecer esa crítica y autocrítica de reconocer que nuestro trabajo y nuestras acciones en los territorios eran objeto de veedurías y de la observancia sospechosa por parte de nuestros vecinos y vecinas fue lo que posibilitó que pudiéramos hablar de forma directa, entre iguales, con quienes se movilizaban haciéndole también las críticas a nuestras prácticas que también era necesario que fueran objetos conflictuales.
Es por esto que luego de estos años tan enriquecedores para las luchas populares, en los que la confrontación e inconformidad con el establecimiento se agudizaron, teníamos por primera vez la posibilidad de que una plataforma política como lo es el Pacto Histórico, donde confluyen innumerables expresiones, desde las más liberales reformistas hasta las más radicales en términos de entendernos dentro de una lucha de clases, lograra materializar primero en las elecciones de Cámara y Senado la obtención de curules que pudieran hacerle frente a las políticas claramente neoliberales de los gobiernos de los últimos años, avanzando hacia condiciones que no son más que la garantía de derechos y de que lo que se ha expresado tan loablemente en la Constitución del 91 se cumpla cada vez más en la práctica.
Ahora bien, luego de esa victoria en el escenario electoral legislativo, las expectativas aumentaban cada vez más frente a la posibilidad de que Gustavo Petro y Francia Márquez pudieran convertirse en las nuevas cabezas del Poder Ejecutivo de Colombia, siendo la primera vez en la historia que dos personas que no hacen parte de las oligarquías que han gobernado el país pudieran ser Presidente y Vicepresidenta. Y finalmente, cuando en la segunda vuelta lograron ganar, con más de once millones de votos a favor, en las elecciones con más votantes de la historia de este país, las expectativas sobre este nuevo gobierno incrementaron y esto se debe principalmente a que en esta campaña fuimos testigos de las formas de auto-organización en los territorios, en asambleas y reuniones, entre otras, en el voz a voz y con expresiones de creatividad y desarrollos culturales muy fehacientes, marcaron una campaña claramente con tintes populares.
Lo cierto es que desde el pasado 19 de junio sabemos que las apuestas construidas alrededor del programa de gobierno del Pacto Histórico han sido las ganadoras en la contienda electoral y, luego de las muchas celebraciones, surge la pregunta de ¿y ahora qué? Por un lado, es importante reconocer que este proceso que se viene con el autodenominado gobierno del cambio, nos trae el reto de cualificarnos cada vez más en temas relacionados con la disputa institucional, para pasar a entender mejor cómo funciona el Estado y cómo, por ejemplo, dado que es la primera vez que muchos de los proyectos políticos alternativos pueden hacer parte de equipos de empalme, esto permita conocer no solo el estado tan desastroso en que queda el país y sus instituciones, tema que había sido vedado para los de a pie, y que se garantizaba con transiciones de los mismos con los mismos, sino que nos permite trazar estrategias que aporten a alcanzar un bienestar social, donde precisamente esos derechos consignados en la Constitución sean una realidad.
Pero es importante decir que así como por años hemos dicho que se necesitan varios pies en la institucionalidad y miles en las calles, los movimientos sociales debemos plantearnos estrategias que nos permitan agudizar sus luchas en los territorios, sin descuidar el tejido social que se ha construido tras años de resistencias y de la construcción de expresiones de Poder Popular en nuestros territorios. Esto quiere decir que no por tener un gobierno progresista liberal nuestras agendas deban estar supeditadas a la agenda del nuevo gobierno. Y mucho menos, que el papel de los movimientos sociales sea desplazar sus luchas al terreno reivindicativo reformista. Todo lo contrario, el papel de los movimientos sociales es trabajar para que las condiciones materiales y de organización avancen cada vez más hacia la consecución de transformaciones reales, que no se darán en el marco de la democracia liberal. Debemos ser conscientes de que lo que se viene son años de trabajo para que la estructura capitalista, neoliberal y comerciante de la vida caiga y pueda surgir una sociedad donde la vida sea verdaderamente digna y revolucionaria.
Por último, es importante decir que los proyectos revolucionarios debemos avanzar también en establecer procesos de unidad, donde se puedan tejer programas, líneas de acción y de disputa. Sólo con la movilización social y la lucha organizada podemos garantizar el mejoramiento de las condiciones para las clases explotadas y poder actuar en unidad, previendo la arremetida que se prepara desde las clases dominantes para no dejar prosperar proyectos antagónicos a sus intereses. Lo cierto es que la pelea es peleando y muestra de ello es el manejo mediático que le han dado desde las estructuras de poder a la amenaza del fantasma del socialismo. También hay que reconocer que en el Pacto Histórico hay sectores que van a actuar muy estratégicamente para que el giro progresista no cambie sustancialmente los cimientos de este país, sino que actué de forma paliativa frente a la crisis en la que deja sumida el país Iván Duque y sus aliados en la oligarquía.