Ucrania y la izquierdita cobarde

por Juanlu González

La izquierdita cobarde española, esa que cuando pisa moqueta se olvida rápidamente de sus orígenes y de su tradición ideológica, arremete ahora contra la izquierda que se opone al relato mediático occidental de la guerra de Ucrania, a la que acusa de apoyar los bombardeos indiscriminados contra civiles, siempre que estos sean —eso dicen— contra gente mala o merecedora de ello. Ya nos conocemos el cuento de sobra, pero, aún así, creo necesario hacer algunas matizaciones.

La izquierda caviar ignoró por completo lo que sucedía en el Donbass durante los pasados 8 años, porque ha perdido cualquier valentía o capacidad de cuestionar el relato unidimensional de los medios de desinformación de masas. Incluso hoy, en comunicados y declaraciones, pacifistas, socialdemócratas y de sus socios de izquierda, evitan mencionar los 15.000 muertos del este de Ucrania, no vaya a ser que se les tilde de prorrusos. Están absolutamente entregados a la dictadura mediática por cuestiones electorales o de aprobación social que claudican una y otra vez, desdibujándose hasta el punto de aparecer hoy como una triste caricatura de lo que dicen representar.

También se ha obviado deliberadamente la penetración del estado ucraniano por nazis, tanto en el gobierno, como en la policía y, sobre todo, en el ejército. En su ignorancia, pretendían compararlo con la existencia de gentes de extrema derecha en parlamentos o ejércitos europeos, cuando en realidad se trataba de más de 100.000 personas integrantes de batallones completos y, además, los mejor preparados del ejército ucraniano, conocidos por sus reiteradas violaciones de derechos humanos en la guerra del Donbass.

Es obvio que nadie en su sano juicio quiere una guerra, nadie que tenga un poco de empatía con el ser humano puede dejar de conmoverse con las imágenes muertos, heridos o refugiados, ni en Ucrania, ni en ningún país del mundo. Sin embargo, de ahí a comprar el discurso de guerra de la OTAN va un abismo y la izquierda parlamentaria hace tiempo que juega en ese bando. Las guerras híbridas de IV generación se apoyan en campañas previas de relaciones públicas que crean el consenso necesario para que la opinión pública las apoye, usando informaciones tergiversadas, falsas, fake news y toda la artillería mediática que tienen a su disposición, que es tanto como decir, todos los grandes medios de comunicación de masas globales.

Por eso, comprar el relato de la OTAN, se quiera o no, es apoyar sus guerras, por mucho que se añadan coletillas contra la Alianza Atlántica en plan folklórico en sus manifiestos. Aunque no lo reconozcan, hace mucho que escogieron bando. Lo hicieron en Libia, en Siria, en Irak y en muchos otros lugares de la historia reciente. Pero no solo es cosa de argumentario, es que usan hasta su mismo lenguaje, así de penetrados están por la propaganda de guerra gringa. Comparar la capacidad de Rusia de tergiversar la realidad con la que tiene Estados Unidos y la UE es desconocer o ignorar profundamente cómo funciona este mundo. Seguir con esa cantinela cuando vivimos el momento más brutal de represión de la libertad de expresión en el mundo, es volver a hacerle el juego a la OTAN. Hablamos de un país con un PIB similar al de España, enfrentado a todo occidente. No se puede ser más ridículo.

Hay que reconocer que la propaganda occidental de guerra, destinada al plano emocional para nublar la razón de los individuos y que puedan ser manipulados a su antojo sin el menor atisbo de crítica, está siendo bastante efectiva. He visto comunicados del movimiento pacifista o de la izquierda alternativa repitiendo sin ningún rubor las mentiras más burdas y absurdas de la OTAN. Y es que, opinar fuera del relato mayoritario equivale a arrojarte a los pies de los caballos. Hoy por hoy, soy un hijo de Putin, como ayer me tildaron de partidario de Gafafi, de Sadam o de Assad, cuando el mundo entero creía que eran crueles asesinos de masas indefensas. Es duro ponerse enfrente de una oleada mediática como la que estamos viviendo estos días. Te sitúa ante familiares y amigos como un loco o un sátrapa defensor de genocidas. Sin embargo, con el tiempo, los hechos indefectiblemente nos han dado la razón, aunque sin que las nuevas investigaciones o documentos probatorios aparezcan en periódicos, tertulias o telediarios y puedan llegar así a la opinión pública general.

Es Rusia quien ha entrado en Ucrania, eso es obvio, y es la responsable del inicio de esta fase de la guerra. Quien pega el primer tiro será siempre el culpable ante la opinión pública, aunque se haya actuado de manera preventiva. Pero Rusia ha sido deliberadamente empujada a ella, como prueban multitud de declaraciones, documentos y advertencias. Todo forma parte de una estrategia bien diseñada y planificada por Estados Unidos para dañar a Rusia usando a Ucrania como peón a sacrificar en el tablero de ajedrez global. De todas formas, la guerra comenzó en 2014 y a principios de marzo de este año estaba prevista una operación a gran escala contra el Donbass. Ahí están los documentos que lo prueban, que, desde luego, no vamos a ver en La Sexta.

Una vez desatadas las hostilidades directas, la factoría de ficción echa más humo que todos los escapes de los tanques juntos, pero nuevamente Occidente, incluida toda la izquierdita, se cree a pies juntillas los montajes ucranianos: Bucha, Kramatorsk, Mariupol… y acusa a quienes no lo hacen de prorrusos, militaristas y genocidas. Da igual que sepan que esos mismos medios y países han mentido deliberadamente para apoyar sus muchas guerras. Tienen una memoria de pez o quizá sufran episodios agudos de síndrome de Estocolmo. O a lo mejor es que han tirado la toalla y, como Izquierda Unida, que nació gracias a la repulsa popular hacia la OTAN, la asumen hoy como algo natural e inevitable.

La guerra es una tragedia, todas lo son. Son el fracaso de la humanidad. Pero escoger guerra para oponerse a ella a la carta no es ser pacifista, denunciarla sin saber qué pasó y qué pasa en el Donbass hoy en día, es ser simplemente atlantista. Ver esta contienda solo como un conflicto entre Rusia y Ucrania es ser poco menos que analfabeto político. Estamos ante un conflicto mundial porque así lo han querido Estados Unidos y sus colonias europeas. Da igual lo que pase en los próximos días en Kramatorsk, en Slaviansk o en Odessa, esta guerra se juega en las bolsas, en los bancos, en los mercados de futuros, en la política de gasoductos y en las cancillerías, en Washington y Pekín.

Es una enfrentamiento sin cuartel entre un mundo unipolar en decadencia que se niega a desaparecer y un mundo multipolar que viene pisando fuerte sin mirar atrás. La hegemonía del dólar con los que EEUU ha pagado sus cruentas guerras y su despliegue militar mundial está en riesgo; los instrumentos de la globalización económica mundial que tanta muerte y miseria han provocado en todo el mundo, pueden ser condenados a la irrelevancia; la capacidad para hundir a países soberanos por la política de sanciones se acabará diluyendo a medio plazo y otros países podrán probar sistemas propios de gobierno y económicos sin temor a ser machacados. Es pronto para saber el rumbo que tomará este duelo de gigantes, pero seguro que ya nada será igual. Lo malo es que cuando dos elefantes luchan, la hierba es la que pierde, de momento Ucrania y Rusia están poniendo los muertos, pero su onda expansiva llegará al mundo entero, de hecho ya lo está haciendo.

Juanlu González. Bits Rojiverdes

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